Aceptación de las fuerzas militares
y militarizadas en Sinaloa

DESDE LA CALLE

    Por allá en 2014, en una tarde de calor culichi, charlaba con una amiga en la plaza contigua a la catedral, cuando un hombre de estatura bajita interrumpió para proporcionarnos su tarjeta. Se presentó con su nombre y rango, indicó una dirección de correo electrónico y pidió que reportáramos cualquier incidente dentro de su competencia. Era un militar, comandaba a un grupo de uniformados que hacían lo mismo en otras mesas, todos en actitud amable, y se veía que se esforzaban al repetir un discurso previamente estudiado. El capitán se quejó, dijo que no les confiaban; los sinaloenses no decían dónde estaban “los malos”. Le pedí que se sentara a explicar un poco más, y entonces recuperó la rigidez, no podía, y dio una instrucción que pronto siguieron los otros militares. Continuaron su camino hacia el café más próximo, cruzando la calle.

    También por esos días recibí en casa una visita inesperada, era la esposa de un militar. La familia, originaria de Oaxaca, no conocían a otros en la ciudad; nuestros hijos eran compañeros de escuela y había dudado mucho antes de dar el permiso para que viniera a comer. No podía hablar con las vecinas, no confiaba, en sus expresiones se notaba el miedo. Dijo que rezaba cada noche para que pronto los transfirieran a otro lugar. Cambié el tema y pedí que me hablara de su estado, eso la animó.

    A partir de esas dos experiencias desarrollé el hábito de sonreír y saludar a las personas militares que desfilan por la ciudad. La mayor parte de las veces reaccionan con sorpresa y mucha rigidez, se ve que no lo esperan. Y es que la relación entre los sinaloenses y las fuerzas del orden tiene una historia difícil y podemos decir ambivalente.

    Entre los sinaloenses de mayor edad, en ciertos grupos, aún prevalece el trauma de la Operación Cóndor en la década de los setenta por las violaciones a los derechos humanos. Además, otros incidentes han dejado huellas como antecedentes de la relación entre sinaloenses y militares: las persecuciones a estudiantes y opositores políticos durante los ochenta, las acciones militares para detener a los pequeños productores de drogas, las afectaciones a las comunidades como “daños colaterales”, los desplazamientos derivados de los conflictos entre militares y grupos armados, y, recientemente, el asecho de jóvenes armados al fraccionamiento en Culiacán donde viven las familias de los soldados, esto último durante los hechos del jueves negro de 2019.

    No obstante, aun en esta relación difícil, la aceptación a las fuerzas del orden ha cambiado. Según el informe que presentó el mes pasado el Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia (Casede) con datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana (ENSU), los sinaloenses confían cada vez más en los grupos militares o militarizados antes que en las policías locales. Aunque observamos estas preferencias desde hace tiempo, llama la atención el incremento en la aceptación a la Guardia Nacional durante los últimos tres años: mientras que en 2018 el 71.8 por ciento de los encuestados confiaba en esa fuerza (entonces Policía Federal), hacia 2020 la predilección creció hasta alcanzar 84.69 por ciento de las respuestas, para superar así al Ejército y acercarse a la aceptación que tiene la Marina. Estas tres fuerzas crecieron en confianza.

    Hacia 2020, a la par, creció la percepción de la inseguridad en Sinaloa, sobre todo en Culiacán. Antes de 2018, la sensación de inseguridad se mantenía en una tendencia a la baja, al igual que las tasas de homicidios y los indicadores en otros delitos; casi la mitad de los encuestados en 2018 afirmó que la situación de seguridad pública mejoraría. Sin embargo, entre 2019 y 2020, aunque no incrementaron los delitos de alto impacto, sí creció el miedo en las calles: el 71.8 por ciento de los culiacanenses se sentía inseguro y sólo el 28 por ciento consideró que la situación iba a mejorar.

    Es difícil no asociar estos datos con los incidentes del jueves negro durante 2019, cuando hombres armados que tienen afiliación y/o simpatía con los hijos de Joaquín Guzmán irrumpieron el orden de las calles y espacios públicos para limitar la circulación y establecer cercos hacia las salidas de la ciudad. Las imágenes del caos urbano provocaron reacciones entre la población civil. Se suscitaron fisuras en algo que he llamado “los códigos de la violencia en Culiacán” y que he explicado en otros textos.

    Aunque en los medios nacionales se mencionaron los errores en el operativo federal, y se culpó directamente a esa administración y su estrategia de seguridad, los sinaloenses tuvieron su propia lectura. Más bien, desde Sinaloa, se reprochó la traición de los grupos locales que administran la violencia y el desafío hacia la vida cotidiana en la ciudad. Quizás las evidencias de estas interpretaciones locales están en el apoyo masivo que los votantes expresaron por Morena en las elecciones de este año, además de la confianza en la “policía de AMLO” (Guardia Nacional).

    Aunque los resultados de la actuación de la Guardia Nacional y de las fuerzas armadas no son transparentes, y en los comunicados de prensa presentan datos sobre decomisos y operativos que en nada son diferentes a las estrategias fallidas que tanto criticamos en el pasado, la confianza en los grupos militares y militarizados (GN) parece obedecer más al miedo y a una especie de fe ciega desesperada. En el fondo, tal vez, en la irracionalidad del miedo, los sinaloenses esperan ser rescatados por externos frente a las pocas posibilidades de que la situación se transforme desde lo local.

    Casi en ningún municipio que enfrenta violencia en nuestro país concebimos que las soluciones surgirán desde adentro. Vemos imágenes en la prensa donde jóvenes armados toman las calles y carreteras, e incluso se apropian de pueblos enteros. Estos relatos del caos también contribuyen a que el público piense que las estrategias centralizadas son la única opción. Aun cuando impliquen violaciones a los derechos humanos, aun cuando se ignore la posibilidad de construir paz desde los territorios.

    De regreso en 2014, en mi casa en Culiacán, la visita inesperada, esposa del militar, confesaba su miedo a los sinaloenses. “Son violentos” - se lamentaba – “Ojalá pronto resuelvan sus problemas. Ojalá pronto nosotros también en Oaxaca”. Y dio un último sorbo al te de tila. No nos volvimos a ver.

    *Agradezco al Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia (Casede) por invitarme a participar en su grupo focal para el estudio Análisis Multidimensional de la Seguridad Pública y coordinación Interinstitucional de la Guardia Nacional. Agradezco también que me hayan compartido los datos finales de su estudio.

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