Aritmética de la felicidad

    Supongamos que cada uno de nosotros tiene sólo dos días en los que la satisfacción por estar vivo es absolutamente plena, uno en el pasado y otro en el porvenir: un ayer sin defecto y un mañana sublime, y supongamos también que uno lo sabe y usa esos días como antídoto para soportar el resto del tiempo. Ahora imaginemos que esos dos días ya están en el pasado o, por el contrario, que están en el futuro, lo inmediato ante este supuesto es creer que quien los tenga en el pasado estará viejo, y joven a quien le falta aún vivirlos.

    Dos días extraordinariamente plenos serían, sin embargo, muy poca cosa; hablarían de una vida en extremo raquítica. ¿Cuántos días serían necesarios para decir que hemos tenido una vida feliz? “Cuántos” suena como una palabra ingenieril y helada y, no obstante, un día es una magnífica unidad de medida dado que, por mucho o poco que dure la existencia, al final el cómputo se realizará en días. Hagamos unas cuentas: 10 años son aproximadamente 3 mil 650 días (por aquello de los bisiestos) y 90 años equivalen a unos 32 mil 800 días que, por cierto, tampoco representan una cifra descomunal.

    Pongamos una vida media de 50 años, o sea, algo así como 18 mil días para hacernos nuevamente la pregunta: ¿cuántos días felices debería contener esa vida media para poder decir que ha sido afortunada? Obviamente, no todos los 18 mil días, pues nadie se pasa ese tiempo instalado en la felicidad: se aburriría, no tendría con qué comparar sus días, y si todos fueran estupendos no se daría cuenta. ¿Serán tan sólo la mitad, 9 mil días?, ¿un día bueno y uno malo en una rigurosa alternancia?, ¿o un año bueno y uno aciago, también de forma sucesiva? No. La vida no es un tablero de ajedrez; más bien resulta amorfa: hay bloques imprecisos o temporadas indefinidas donde los días buenos y malos aparecen revueltos; y si uno agudiza la mirada, descubre solamente instantes malísimos y ratos espléndidos, pues son raras las veces cuando lo bueno o lo malo se mantienen fijos: son las épocas terribles o las bienaventuradas; pero, en general, lo bueno y lo malo se entreveran y en un mismo día lo bueno y lo malo se dan treguas recíprocas.

    Si pudiéramos convertir nuestra visión retrospectiva en un bisturí para distinguir en la mezcla de lo bueno y lo malo que contienen nuestros días, y aisláramos únicamente los instantes verdaderamente espléndidos, ¿cuántos minutos, horas o días conseguiríamos reunir? Porque somos muy dados a evaluar nuestra vida en los peores momentos: cuando desde la depresión, la vida completa nos parece mala o cuando la vergüenza nos adultera el juicio y preferimos engañarnos diciendo que hemos tenido una vida espléndida. Por eso es que resulta útil preguntarnos con el frío adverbio de cantidad “cuántos” son, de verdad, los días a los que no podemos ponerles peros.

    Yo ando haciendo mi evaluación y sé que, en lo que llevo vivido, ha habido más de dos días y, por supuesto, que aspiro a que haya más y mejores en lo que me resta. Pero, dado que desconozco el porcentaje de días sin tacha que se requieren para decir que una vida ha sido feliz no puedo pronunciarme ni a favor ni en contra. ¿Alguien lo sabe?

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!