Se ha comprobado que, a los sordos de nacimiento que recuperan la audición con una cirugía, les sorprende y asusta que las personas tengan diferentes voces.
También que nuestro mundo sea tan ruidoso. Se pregunta cómo podemos pensar y ser felices entre tanto estruendo.
A los ex ciegos de esa misma condición le sorprende que las cosas lejanas se vean pequeñas.
Otra cosa inexplicable para las ciencia son los ciegos de nacimiento que sueñan con imágenes. Imagenes abstractas.
Un mar que no han visto o un color rojo que jamás podrían imaginarse, lamentablemente.
¿Que serán estas intermitencias? ¿Curiosidades neurológicas o evidencias de una realidad no tan rígida como nos han educados nuestros cinco sentidos y nuestras familias e instituciones?
Un amigo, que según él sabe de fantasmas, afirma que a las personas que acaban de morir le sorprende que los vivos aún sigan creyendo que no existe el Más Allá y se mantengan haciendo todo lo posible para no ganarse la recompensa de la vida eterna.
Lo anterior son especulaciones, aunque si usted es incluyente y cristiano, alguna pista de eso verá en el Evangelio de Lucas cuando lea la parábola de el rico epulón y Lázaro el pobre.
Nada más que ahí no se habla de Más Allá, concepto relativamente reciente. Se habla del Hades y “El seno de Abraham”, siendo este último lo más parecido a la idea de una vida eterna en el entorno judío de entonces.
Y más bien, era una sala de espera a que se cumpliera el tiempo de la resurrección.
El Antiguo Testamento, a pesar de su extensión, tiene poquísimas referencias a la vida en otro mundo; habla de la recompensa en esta tierra, como el caso de Job o de que la limosna alarga la vida, en el libro de Tobías.
El diablo debuta hasta muy entrado el libro y es hasta Job. (En el Génesis, ahí no se dice que la serpiente lo sea).
No existe referencia directa a el alma; más bien, el alma es un concepto desarrollado por los griegos y llevado a Palestina por Alejandro el Grande, según se ve en el episodio bélico de los Macabeos.
Este libro no aparece en las Biblias protestantes, aclaro, ni tampoco el de Tobías, porque de ellos se dudó porque solo se tenía la traducción al griego.
El tiempo, la historia y nuestras percepciones le han dado forma al mundo y al submundo.
Los antiguos egipcios, los que hacían momias, dividían el espíritu en seis partes y una de ellas era el nombre que se nos daba al nacer y había que preservarlo para que se no se perdiera lo que hoy llamamos alma.
Mientras el nombre fuera pronunciado o escrito en algo material, el espíritu no se perdía.
De ahí la obsesión de los antiguos faraones por dejar su nombre en todos lados... y la de los judíos por no darle a un recién nacido el nombre de un familiar aún vivo.
Ahora se dice que el tiempo es la velocidad de la materia. Yo creo que es la verdadera consistencia de nuestros sueños y pensamientos.
¿Qué tantas de estas reflexiones, espoleadas por las inminencias del Día de los Muertos, han sido compartidas o comprobadas por ustedes y el resto de nosotros?
Grandes verdades residen en pequeños oasis humanos, dicen los filósofos. Son verdades compartidas desde “El promontorio del sueño”, como decía el escritor Víctor Hugo.
También de la fe y la fuerza de la leyenda, si usted desea definirlo de esa manera.
“El sueño es la mitología privada del durmiente y el mito, el sueño despierto de los pueblos...”, dice Ricoeur en Freud: Una interpretación de la cultura.
Hagamos del Día de Muertos motivo de reflexión... no solo pretexto para salir a la calle y hacer elaborados rídiculos.
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