Celebrar, preservar y dignificar la tierra

    Biden tiene perfectamente claro que al mundo le quedan los días contados, si los Estados Unidos, China, Rusia, India, Inglaterra y Japón no cambian la manera de producir y consumir energías no renovables.

    El pasado 22 de abril se celebró el 50 aniversario de “El Día de la Tierra”. Aunque existen algunas versiones respecto a cómo se gestó esta conmemoración, la que goza de una mayor aceptación es la difundida por la activista norteamericana Kathleen Rogers, quien junto a un numeroso grupo de personas comprometidas con la causa medioambiental, decidieron salir a protestar a las calles de Washington.

    Instaurada la fecha como el día dedicado a la tierra, en 1972 la ciudad de Estocolmo fue la sede de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medioambiente, de donde se desprendieron otras conmemoraciones e iniciativas que hoy forman parte de la agenda medioambiental promovida por la ONU.

    De ese tiempo a la fecha, son más de 180 países los que han firmado declaraciones, tratados y acuerdos de cooperación para detener algunas de las acciones que provocan el calentamiento global e impulsar otras que contribuyan a revertir sus efectos.

    Sobra decir, que los esfuerzos y compromisos hechos en el marco de las relaciones internacionales no han sido suficientes. Tal como hemos dado cuenta en este mismo espacio, nuestro planeta se encuentra al borde de un colapso ecológico producido por la actividad humana. Si la “gran mortandad” fue, como dice Jonathan Safran Foer, “la extinción masiva más letal ocurrida hace más de 250 millones de años, cuando las erupciones volcánicas liberaron dióxido de carbono suficiente para calentar los océanos unos diez grados centígrados, lo que acabó con el 96 por ciento de la vida marina y el 70 por ciento de la vida sobre la tierra”, hoy estamos comenzando a sentir los primeros efectos de la sexta extinción masiva, conocida como la extinción antropocénica.

    Como dice Safran, los científicos denominan antropoceno a la era geológica ubicada entre la revolución industrial y la época actual, periodo donde el cambio climático no ha sido producido por sucesos naturales, como las erupciones volcánicas o las glaciaciones, sino por la actividad humana. Dicho en palabras de nuestro autor: “habida cuenta de los mecanismos naturales que influyen en el clima, la actividad humana es responsable del cien por ciento del calentamiento global que ha tenido lugar desde el comienzo de la revolución industrial, hacia el año 1750”. El costo que el planeta ha tenido que pagar resulta, además de injusto, absurdamente inaceptable porque los seres humanos apenas representamos el 0.01 por ciento de la vida sobre la tierra.

    Y en esta trama, como anticipó Charles Dickens en algunas de sus novelas donde describió desde una lógica antropocénica la emergencia y miserias de la sociedad industrial inglesa, los países “desarrollados”, sin duda, son los principales culpables. Por ejemplo, 17 de los 40 países asistentes a la “Cumbre de líderes sobre cambio climático”, convocada por Joe Biden el pasado jueves, son los responsables del 80 por ciento de las emisiones contaminantes que aceleran el cambio climático.

    Este telón de fondo es el que volvió a dicha reunión una oportunidad fantástica, y moralmente obligada, para rescatar y preservar la naturaleza que aún queda en el planeta. Me explico.

    La salida intempestiva de los Estados Unidos del Acuerdo de París, más allá de ser el cumplimiento de una advertencia hecha en distintos foros por el orate anaranjado que los gobernaba, puso en jaque al mundo entero, porque son el segundo país más contaminante en el mundo después de China. Por ello, mantener a toda mecha la explotación y consumo de combustibles fósiles, era lo mismo que meter una serpiente venenosa en la cama, beberse un litro de cloro o ponerse una pistola en la sien para jugar a la ruleta rusa. El colapso era inminente, y al orangután de Queens le importaba un cacahuate, ya que su apuesta era hacer “América grande otra vez”, así fuera lo último que esta hiciera antes de desaparecer.

    Por ello, la reunión a la que convocó Biden, y que será el punto de partida de la COP26 a celebrarse este noviembre en Glasgow, abre una ventana de esperanza para el mundo entero, especialmente en este momento donde todos los países del planeta están desesperados por retomar y llevar al límite sus actividades económicas.

    El compromiso de los Estados Unidos no fue cosa menor. El plan se sintetiza en estos tres grandes pasos: 1) Recortar las emisiones de CO2 entre un 50 y 52 por ciento, antes de que concluya la década; 2) para 2035, el 100 por ciento de la energía eléctrica se producirá de manera limpia; y, 3) para 2050 los estadounidenses no producirán emisiones contaminantes.

    Y como las declaraciones alegres siempre resultan contagiosas, la Unión Europea no se quedó atrás y adelantó que para 2035 sería un bloque de países con cero emisiones. Como era de esperar, el Presidente de China sonrió amablemente y se guardó para sí los planes que la cuna del dragón tiene en puerta.

    Promesas más promesas menos, el planteamiento de Biden resulta, por decir lo menos, esperanzador; la muestra la tenemos en la estrategia de vacunación desplegada en favor de su ciudadanía.

    Biden tiene perfectamente claro que al mundo le quedan los días contados, si los Estados Unidos, China, Rusia, India, Inglaterra y Japón no cambian la manera de producir y consumir energías no renovables. Decidió encabezar la cruzada en pro del rescate del planeta y arreglar, en la medida de lo posible, los desmanes hechos por su anaranjado antecesor.

    Si damos por buenas sus declaraciones, aún queda un largo camino por recorrer. Para convertir en medidas concretas los 2.3 billones de dólares que prometió invertir para reducir las emisiones contaminantes, debe cabildear con los congresistas republicanos (y algunos demócratas que en realidad son republicanos de clóset), empresarios, organismos reguladores, realizar modificaciones a la ley y un largo etcétera que podría postergar los planes y disuadirle de su afán.

    Seguramente usted se preguntará, ¿y a qué se comprometió el Presidente de México? Mire usted, comprometerse, lo que se dice comprometerse con un plan para generar y consumir energías limpias, no. Más que una estrategia en ese sentido, planteó lo siguiente:

    “La propuesta es que juntos ampliemos [el programa Sembrando Vida], en el sureste de México y en Centroamérica para sembrar tres mil millones de árboles adicionales y generar un millón 200 mil empleos. [...] Tomemos en cuenta que con cuatro millones de hectáreas de árboles, se absorben 70 millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Agrego una propuesta complementaria, con todo respeto: el gobierno de Estados Unidos podría ofrecer a quienes participen en este programa que después de sembrar sus tierras durante tres años consecutivos, tendrían la posibilidad de obtener visa de trabajo temporal y luego de otros tres o cuatro años, podrían obtener hasta la residencia en Estados unidos o su doble nacionalidad”.

    Así las cosas, con nuestra estrategia nacional para revertir el calentamiento global.

    Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Qué acciones de carácter ecológico está haciendo usted desde casa? ¿Tiene algún plan o idea para que su vida sea un poco más sostenible y amable con el planeta?

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