Culiacán violento: ¿de qué lado estamos?
Dos apuestas: colapso o recuperar la paz
Hay dos narrativas distintas, una que nos aprisiona en el laberinto del terror y otra que muestra la luz al final del túnel, en el actual contexto del choque entre las facciones del Cártel de Sinaloa que integran los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán y los de Ismael “El Mayo” Zambada y en torno a tal catastrofismo o esperanza hacen fila los que lucran con la sangre y plomo o aquellos que por encima de todo les interesa construir paz. La presente crisis de la seguridad pública en la capital del estado y otros municipios apremia a saber a qué lado estamos.
La violencia como problema tiene antecedentes de encontronazos también entre dos visiones que delatan la ausencia de consensos para la toma de soluciones duraderas. Allá los que les rinden pleitesía a los capos del narcotráfico, lo ensalzan en corridos que conforman el repertorio musical de fiestas familiares, y salen a protestar cuando un cabecilla de la mafia es aprehendido; acá aquellos que colocan a la delincuencia en su justa dimensión, le rehúyen a toparse con ella, y blindan el hogar con valores y buenos ejemplos.
Sucede de nuevo en las circunstancias de barbarie que estallaron en Culiacán el 9 de septiembre, se extendieron a municipios del sur y prolongaron durante 10 días. Una parte persevera con abundancia de recursos logísticos y económicos en difuminar la acción de autoridades e instituciones, queriendo instalar la sensación de colapso generalizado; otro segmento, afortunadamente mayoritario, llama a la calma, a la precaución sensata y confiar en la estructura legítima de restablecimiento de la legalidad y estabilidad.
También están los extremos donde pocos le apuestan a que las células del narco ganen esta guerra, tomando partidos con alguno de los grupos enfrentados, y anulan en sus reportes la lucha que libran militares y policías, incluso con bajas en vidas humanas. Y en la otra punta de la realidad existe sociedad civil informada que inclina la balanza hacia el Estado de Derecho y trazan rutas hacia la civilidad.
Y así, alguien que se ponga a imaginar cómo estuvieran hoy Culiacán y otros municipios si la confrontación entre los segmentos del Cártel de Sinaloa sucediera sin la acción disuasiva de las Fuerzas Armadas y Policía, no sería capaz siquiera de tener una visión exacta de lo que se ha ganado y perdido en el actual contexto de violencia de alto impacto. ¿En verdad significa desgobierno la presencia en Sinaloa de más de 4 mil elementos del Ejército, Guardia Nacional, helicópteros y aviones artillados, destacamentos castrenses en zonas estratégicas y enormes pertrechos de guerra?
Sin la batalla que libran milicia y policía sería inenarrable el recuento de víctimas letales, heridos, desapariciones forzadas, despojo de vehículos, carreteras bloqueadas, viviendas incendiadas, ponchallantas lanzados a las vialidades, comunidades desprovistas de víveres y servicios públicos. Entonces sí el miedo infundido tendría a la población en general buscando refugios seguros y sectores productivos más devastados. Cuidado cuando desde la condición de víctimas, procedemos a cazar a los gobernantes, militares y cuerpos policiales por los errores que cometen, y dejamos ir ilesos a los verdaderos generadores de violencia.
Por fortuna el tiempo pone en su lugar a quienes prefieren hacerle al tío Lolo y que con intereses enfermizos quisieran que esto siguiera así para reinar sobre las ruinas de la barbarie. Son los que dicen que el Gobierno no está haciendo nada para contener por lo pronto y solucionar a más a largo plazo la crisis de la seguridad que detonó en Culiacán después de que Ismael Zambada García acusó la traición que lo trasladó a Estados Unidos y puso a disposición de la justicia de aquel País. Inimaginable el escenario que plantean donde Ejército, Guardia Nacional y Policía Estatal estuvieran de brazos cruzados.
Para triunfo de la esperanza, que es la que ha aglutinado siempre en la obra que reconstruya la fe en lo que verdaderamente importa, comienza a emerger la sociedad que una vez dadas las condiciones toma el control de los daños y resana las grietas, tanto las que esconden apetitos aviesos como las que sirvieron de refugio a la acción cívica valiente. Es la respuesta a los que quieren la guerra creyendo que les íbamos a permitir mantenernos inmovilizados con el miedo.
Que no sea, pues, esta ocasión una de tantas en que nos ha ganado a los sinaloenses la empatía con la delincuencia organizada quizás por la convivencia pasiva con sus capos, lugartenientes y pistoleros por más de medio siglo. Tampoco reincidir en la miopía que nos lleva a perder de vista a la fuerza pública federal y local que, dígase lo que se diga, instala barreras de protección a los pacíficos, a pesar de que recibe esa labor menor atención de parte de medios de comunicación y opinión pública.
Que no suceda la narrativa,
De las expectativas inversas,
Donde el criminal nos cautiva,
Y sus balas nos parezcan tersas.
O le faltó asesoría o su equipo de comunicación social se lo aconsejó así, pero la Secretaria de Educación Pública y Cultura de Sinaloa, Catalina Esparza Navarrete, quiso echarse la pifia de recorrer escuelas en Culiacán y minimizar la situación de peligro que maestros, padres de familia y alumnos sí perciben. Aun reconociendo que el rigor de la beligerancia interna en el Cártel de Sinaloa registra intermitencias de paz, de cualquier modo la grotesca escenificación de la funcionaria equivale a bailar el jarabe tapatío sobre un campo minado. Es la familia la que sabe si envía a los hijos a las aulas o los mantiene en clases virtuales debido a la percepción de insuficiente seguridad pública.
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