Despojos de la marea...

    Que el número de muertos no sea tan alto como lo fue en la segunda ola, no significa que el altísimo número de contagios vaya a terminar en una historia feliz, porque nuestra capacidad hospitalaria instalada sigue siendo la misma entre una ola y otra. El personal médico, con urgencia, necesita una tregua, un respiro, una muestra de compromiso y responsabilidad de nuestra parte.

    El pasado 12 de julio, Henrieta Fore, directora ejecutiva de Unicef, y Audrey Azoulay, directora general de la Unesco, emitieron un comunicado conjunto donde solicitaron a todos los dirigentes de los países del mundo que hicieran lo posible para que las niñas y niños vuelvan a las aulas, y evitar, como refiere Aleida Rueda, “una catástrofe generacional que sería el resultado de que más de 156 millones de estudiantes en 19 países llevan aproximadamente 18 meses sin acudir presencialmente a las aulas a causa de la pandemia, lo cual impactará en su rendimiento académico, su salud física y mental. En la declaración, las lideresas dicen, por ejemplo, los niños tendrán pérdida de aprendizaje, angustia mental, exposición a la violencia y los abusos, falta de comidas y vacunas y menor desarrollo de sus habilidades sociales, siendo los más afectados los más pequeños y quienes viven en entornos con pocos recursos y sin herramientas para aprender a distancia”.

    A lo anterior, hay que sumar la evidencia científica que da cuenta de los pocos contagios que se dan entre las niñas y niños que acuden al preescolar y la primaria. Las cepas del virus, al momento, no “prenden” en los infantes del mismo modo que lo hacen con los adultos, de ahí que, más que riesgos para la salud de los pequeñitos, si las y los maestros y padres y madres de familia están vacunados, la tarea sería extremar las precauciones para hacer una reapertura segura, tal como lo han venido haciendo otros sectores comerciales.

    Sin descartar que el manejo de la pandemia resulta ser una responsabilidad extremadamente compleja, no debemos postergar la atención de los problemas que ésta ha venido dejándonos. Me explico.

    En uno de los portales de la ONU se dice que “la interrupción de los servicios sanitarios primarios a causa de la emergencia del Covid-19 se tradujo en la mayor cifra de niños sin inmunizaciones infantiles en 2020”. Haber suministrado la vacuna contra el Covid-19, dejando para otro momento las inmunizaciones infantiles, no resultó ser una buena idea ni estrategia para mantener a este sector de la población sana, debido a que en el futuro inmediato deberemos enfrentar los problemas que se desprenden de virus que pensábamos desterrados, como la tosferina, la poliomelitis y el sarampión, por ejemplo.

    Otra razón por la cual es necesario organizar lo antes posible el regreso a las aulas, tiene que ver con la situación laboral que enfrentan empleadores y empleados. A decir del informe “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: tendencias 2021”, publicado por la Organización Internacional del Trabajo, “en 2021 el costo de la emergencia sanitaria sería de 75 millones de empleos perdidos, aunque si se tomara en cuenta la reducción de horas de trabajo, esa cifra equivaldría a cien millones de empleos de tiempo completo. [...] estas pérdidas se suman a los niveles de desocupación, la subutilización de la mano de obra y las condiciones de trabajo deficientes que ya existían antes de la crisis. Como secuela de esto, en 2022 el número de desocupados en el mundo llegaría a 205 millones, o 5.7 por ciento, un nivel que no se había registrado desde 2013”.

    Asimismo, en el informe se dice que “En comparación con 2019, la categoría de trabajadores pobres o sumamente pobres, es decir, que viven con menos de 3.20 dólares al día, ha aumentado en 108 millones de personas, lo que dificulta la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible de erradicar la pobreza para 2030... La pandemia ha afectado con más dureza a los trabajadores más vulnerables, agravando las desigualdades preexistentes. Dada la falta de protección social generalizada -por ejemplo, la de los 2000 millones de trabajadores del sector informal-, las perturbaciones laborales relacionadas con la pandemia han tenido consecuencias catastróficas para los ingresos y los medios de subsistencias de las familias”.

    A estas razones debemos sumar otra, hasta cierto punto comprensible: la gente está harta del encierro.

    Mucha gente logró sacudirse el miedo, y se lanzó a la calle a retomar su vida tal como era antes de la pandemia. Bares, restaurantes, cines, estaciones de autobuses, terminales áreas, parques, plazas, playas y parajes campestres rebosan de personas deseosas de volverse a abrazar, celebrar, toquetearse y conversar sin ocultar la sonrisa detrás de una mascarilla. Esto, como digo, es comprensible, porque la ansiedad estaba destrozando la convivencia armónica de muchas familias.

    Sin embargo, el ardoroso deseo por reencontrarse con los seres queridos, a veces se vuelve desenfrenado, agudizando muchos de los problemas que enfrentamos. Pululan las historias que comenzaron con una imprudencia juvenil y terminaron con un desenlace fatal. Las redes sociales dan cuenta de ello. El Instagram está lleno de fotografías de festejos por las graduaciones, jóvenes vacacionando, comidas familiares multitudinarias en restaurantes y zonas campestres, y un larguísimo etcétera que habla de que la gente no está dispuesta a que se le vuelva a someter a otra cuarentena aún y cuando la cresta de la tercera ola de contagios está a punto de arroparle. Esta actitud, más que comprensible, es reprobable, porque aquí los justos pagan por los pecadores.

    Así pues, a la impericia para manejar la pandemia y lentitud con que se ha venido llevando a cabo la vacunación en cuanto acabaron las elecciones, se suma la imprudencia e irresponsabilidad ciudadana que, en muchos casos, está haciendo hasta lo indecible por contagiarse con la nueva cepa del Covid-19 y, ya entrados en gastos, generar otras nuevas. Estos son solo algunos de los despojos que nos deja la marea de la tercera ola.

    Que el número de muertos no sea tan alto como lo fue en la segunda ola, no significa que el altísimo número de contagios vaya a terminar en una historia feliz, porque nuestra capacidad hospitalaria instalada sigue siendo la misma entre una ola y otra. El personal médico, con urgencia, necesita una tregua, un respiro, una muestra de compromiso y responsabilidad de nuestra parte.

    Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen, y un anuncio: El Sistema Nacional de Seguridad Pública, informó que las muertes dolosas en el País, en lo que va de este sexenio, ya rondan las 90 mil, de ahí que podamos preguntar: ¿existe otra alternativa más efectiva a la política de “abrazos y no balazos”? ¿No será momento de que los militares se enfoquen en lo suyo, en lugar de estar construyendo aeropuertos, trenes y despachando en las aduanas portuarias? Va el mensaje: las próximas dos semanas me ausentaré de este espacio para tomar un respiro y, si se puede, descansar. ¡Espero que usted también lo haga!

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