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LA RAMBLA

Don Arturo, el hombre de mar

    Cuando conocí el Parque Bonfil de Mazatlán me quedé sin habla: era imposible describir todas las cosas fantásticas que pasaron por mi cabeza al ver ese lugar.

    Ese atracadero de los barcos pesqueros, en el que reposan cientos cuando no es temporada, tiene algo mágico.

    No sólo por lo impresionante que puede ser observar la tremenda cantidad de navíos, sino todo lo que le rodea.

    Siempre me gustó imaginarme que habría uno que otro pirata por ahí divagando, contando sus historias de mar por unos pesos.

    Pero aunque no hallé piratas, sí conocía a don Arturo, quien mira pasar y saluda casi en automático.

    Luego no deja de decir ¿mande?, cada vez que finalizas una frase en la charla en corto.

    Lo conocía en el 2013 y tenía 76 años, originario de Tepic, Nayarit, pero avecindado en Mazatlán desde que cumplió los 18.

    En tiempo de veda, era uno de los pocos que se podía ver en el muelle, porque tenía trabajo seguro, dando mantenimiento a los barcos.

    Su edad, y un accidente que le dejó sólo el dedo pulgar de su mano izquierda, lo pensionaron y le dieron un lugar por lo que le resta de vida en los muelles.

    “La gente aquí está parada, aquí andan. Aquí los verás, viéndose unos con otros, nada más”, expresó.

    “Porque casi la mayoría de los pescadores no tienen otro oficio, más que la pesca. Todavía el que es albañil, el que es carpintero, ese va y le busca y aún así ya ve que no hay trabajo... ahora que son miles de trabajadores aquí”, me comentó.

    Se llama Arturo González Gutiérrez, batallé para ganarme la confianza, porque apenas se dejaba ver apenas en el barco.

    Estaba sentado en una de las puertas de una embarcación mohosa, con más de 25 años de vida y un aspecto que contrasta ante las demás en la orilla del muelle.

    “Yo desde la edad de 15 años empecé en el mar, tenía como 12 ó 13 años cuando me nació. Yo soy de Tepic, llegué a Mazatlán y me quedé. Ya tengo 74 años, ya hay que darle paso a la juventud”, recordó.

    ¿Y en qué trabajaba?

    En las máquinas.

    ¿Nunca llegó a ser capitán?

    No, yo no quise. Capitán ya es una responsabilidad más grande, tiene qué ver con la producción.

    Don Arturo batalla para escuchar. Se acerca y otra vez suelta la cascada de “mandes”.

    Todo lo que se le dice, hay que repetírselo. Él dice que no tuvo ningún hijo, que todos los tuvo su esposa. Cuatro en total, tres hombres y una mujer, todos enamorados del mar.

    Viajó lo más que pudo, hasta Veracruz y pudo embarcarse en el Golfo de México. Para el otra lado, para Estados Unidos, ya no le alcanzó.

    Recordó entonces los lapsos de 20 a 25 días que duran las primeras expediciones al mar, luego de que los biólogos han ido a revisar el tamaño de los camarones.

    Recuerda los años 50 y hoy casi se espanta. Todo se ha modernizado.

    En 1967, es un año que ya casi olvidó. Fue cuando le pasó el accidente que lo dejó fuera por unos meses.

    “Fueron varias cosas las que me tocó pasar. Los ciclones... era de que sólo había que rezar. Gracias a Dios a mi nunca me tocó nada, pero tuve compañeros de otros barcos que no volvieron”, recordó.

    “El único accidente que tuve, fue cuando me moché los dedos. Yo estoy pensionado por el Seguro, me está pagando. Fue con las bandas de un compresor. Estábamos vaciando un tambo de aceite, andábamos por allá el Manzanillo. El tambo de aceite era para la máquina (el motor), porque empezó a fallar. Yo nunca me fijé que en las botas llevaba aceite, y al bajar (las escaleras) me fui y caí. No, si me iba a mochar la mano yo. Nomás que el instinto del cuerpo de sacar la mano... ya los dedos no los alcancé a sacar”.

    En ese tiempo, don Arturo era velador. Trabajaba 24 horas y descansa otras 24.

    En esa zona hay dos veladores que se encargan de una decena de embarcaciones.

    “Hay que cuidar que no se suban a robar. Está todo tranquilo”, admite.

    La película que hoy ve pasar es la misma de cada año. Reparaciones y mantenimiento de barcos a cuyos dueños les fue bien; quejas, espera y ansiedad para aquellos que no tuvieron un buen año.

    “Ahorita es muy poco, apenas al que le fue bien, la temporada que le quedó solvente. Al dueño le quedaron buenos dividendos y es el que le está metiendo mientras les llega. Hay otros que metieron poco camarón, no les llegó nada. Tienen que esperar los apoyos”, recalcó.

    Ahora, luego de que sus tres hijos varones se han convertido en hombres de mar, uno es capitán y los otros dos tripulantes, espera sólo los días de paga y que se le incluya en el programa 70 y Más de los gobiernos federal o estatal.

    Al final, don Arturo afirma algo que me sorprende: que no extraña tanto el mar, porque siente que fue quien le robó la juventud.

    “Al final de la temporada uno dura hasta 40 ó 50 días, eso depende de si hay o no más animalitos. Porque la captura es más difícil y hay que estar más tiempo allá”, explicó.

    “Pues, como quien dice, ese siempre fue mi trabajo. Ahí se me fue mi juventud”.

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