El 8M es estandarte de Sinaloa entero
La acción feminista nos arropa a todos

OBSERVATORIO
    Por supuesto que las mujeres dejaron de ser, en pleno tercer milenio, el llamado sexo débil de México y Sinaloa. Inconcebible que alguien les marque con ese estatus de vulnerabilidad. Al contrario, convertidas en motor de cualquier modo de la actividad humana, por fortuna con mayor honor y perseverancia, lo positivamente moderno y posmoderno gira en torno al movimiento que no tendría que ser necesariamente de tintura rosa sino de la mixtura de todos los colores como caleidoscópica es la esperanza.

    Apuntando el propósito del análisis más arriba de la pose frívola que cada 8 de marzo une a los políticos en el enaltecimiento de la obra social de las mujeres, resulta fácil teorizar que el sector femenino necesita de menos reconocimientos de ocasión y de bastantes muestras de acción permanente para equilibrar en todos los sentidos la participación de género con la mentalidad de que cualquier ciudadano, desde que nace hasta que muere, acceda a iguales oportunidades de vida digna.

    El blanco pendón feminista, hecho girones a veces por los intereses que afecta, debe ser también, siempre, la bandera de las libertades indistinta e indivisiblemente. Al padecer las consecuencias en México de la fragmentación estimulada desde la cúspide del poder político, que a unos tilda de buenos y a otros los sataniza como malos, la movilización de ayer recupera la unidad como la única forma de rescatarnos cada quien y juntos a la vez.

    La importancia que ha cobrado la fecha morada que refrenda los derechos y el vanguardismo femenil, que en Sinaloa volvió a mostrarse en toda la significancia de la conmemoración, deriva del incipiente resplandor en medio de las batallas cívicas por abatir la penumbra de agravios que ensombrece la realidad ordinaria. Sin concederles tanta importancia a los sufijos “ismos” importa más proyectar la mirada y el pensamiento hacia el modelo de paridad universal.

    A la movilización anual del 8 de marzo le vendría como el agua al desierto promover la inculcación de los valores de respeto al prójimo, por parejo, sin discriminaciones de algún tipo. El agotamiento de la vieja mentalidad que concebía desiguales al hombre, la mujer y otras formas de feminidad o masculinidad, plantea el tiempo nuevo donde cada persona valga por el significado de estar, no por los prejuicios hoy anquilosados contra la diversidad intrínseca al humano. Perdimos mucho tiempo buscando la pieza de la uniformidad en dicho rompecabezas de la multi identidad.

    Claro que el 8M vale en sí mismo por realzar la valía de la mujer en la construcción de futuros resplandecientes pues sólo ellas proporcionan la luz primera, promisoria y feliz, del nacimiento, y el acompañamiento confortador del alba al crepúsculo. A partir de la vida como comienzo supremo de todo y de nada debemos aprender más a construir los orígenes de personas autosuficientes entendiendo tal emancipación como capacidades, vocaciones y tesones constantes a favor del bienestar que no es un slogan político sino premisa personal, familiar o comunitaria.

    En México, y en el caso particular de Sinaloa, el presente apremia a edificar aprisa los andamios hacia un sistema social, económico y político que erradique las consecuencias de emerger desde el alumbramiento mismo en un sistema absurdo donde uno vale e importa más que el otro y desde esa partición por raza, credo, dinero y fuerza se fragüe la extinción del más frágil después de que el dominante le tatúa tal debilidad sistémica.

    Por supuesto que las mujeres dejaron de ser, en pleno tercer milenio, el llamado sexo débil de México y Sinaloa. Inconcebible que alguien les marque con ese estatus de vulnerabilidad. Al contrario, convertidas en motor de cualquier modo de la actividad humana, por fortuna con mayor honor y perseverancia, lo positivamente moderno y posmoderno gira en torno al movimiento que no tendría que ser necesariamente de tintura rosa sino de la mixtura de todos los colores como caleidoscópica es la esperanza.

    La mentalidad de victimizar a determinado sector por cuestiones de género u otros tipos de diferencias exhibe el ardid gubernamental para encubrir la ineptitud en lo concerniente a ofrecer posibilidades igualitarias primero para vivir y después para sobresalir. Por ejemplo, en el conjunto de homicidios dolosos el Estado alude el feminicidio según convenga a sus intereses y coyunturas, en la maniquea utilización del factor de género queriendo lograr que en la conciencia social pase a segundo término la violencia letal contra otros grupos poblacionales, tan grave una como la otra. Los niños asesinados, por mencionar una referencia.

    En todo caso los muertos de la barbarie mexicana (121 mil con Felipe Calderón, 156 mil con Enrique Peña Nieto y 105 mil en la primera mitad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en números cerrados las tres alusiones) dan un panorama y brújula que las políticas gubernamentales en seguridad pública tendrían que conocer y reconocer si quieren restablecer, a todos, las condiciones base de paz con legalidad.

    Igual que cuando agreden a una mujer, que en sí es el ataque a la sociedad entera, la acción de la procuración e impartición de justicia debe mostrar eficiencia igualitaria. Pero aun así el ritual del 8M adquiere el relieve de activar a las mujeres en protestas y propuestas cuyo beneficiario directo y genérico es la familia. Por un día que salen a manifestarse marcan una huella imborrable de reclamos y aspiraciones sobre el mismo terreno indolente en que se desdibujan las esperanzas.

    Reverso

    Porque luchan las mujeres,

    Para mejorarnos la existencia,

    Siempre en nuestros quereres,

    Dominará de ellas la presencia.

    Buscadora de tesoros

    Desde donde estén, mujeres sinaloenses como Norma Corona, Chuyita Caldera y Sandra Luz Hernández debieron sentirse homenajeadas cuando el Congreso del Estado le entregó ayer a una de las suyas, Mirna Nereyda Medina, la medalla al mérito por la defensa de los derechos humanos que lleva el nombre de aquella luchadora social que el 21 de mayo de 1990 pagó con su vida la valentía de defender la integridad de ciudadanos expuestos a los abusos del poder. Al recibir el reconocimiento por su labor en el colectivo Rastreadoras de El Fuerte, integrado por madres que buscan a hijos desaparecidos, Mirna expresó que “yo no debería estar aquí, yo debería estar cuidando a mis nietas, pero desafortunadamente me tocó estar aquí. Cuando me preguntan qué hago, digo ‘soy buscadora de tesoros’. Y también busco paz y doy esperanza a muchas familias”.

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