El arte
de darse tiempo

    La vida del ser humano se ha tornado vertiginosa. Todo se hace rápido; la velocidad es la característica de hoy. Es cierto que siempre se ha recomendado no dejar para mañana lo que se puede hacer ahora; sin embargo, jamás se dijo que se debería hacer de manera vertiginosa, frenética e inmoderada.

    La vida del ser humano se ha tornado vertiginosa. Todo se hace rápido; la velocidad es la característica de hoy. Es cierto que siempre se ha recomendado no dejar para mañana lo que se puede hacer ahora; sin embargo, jamás se dijo que se debería hacer de manera vertiginosa, frenética e inmoderada. No es conveniente que se viva la vida como si se estuviera compitiendo en la carrera de las 24 Horas de Le Mans.

    Claro, no estamos haciendo un elogio de las personas a las que la sangre les circula demasiado lento y son pachorrudas, negligentes e inconstantes. La fábula de la tortuga y la liebre es muy antigua y demasiado ilustrativa al respecto.

    Lo que deseamos resaltar es la necesidad de distribuir adecuadamente el tiempo de que se dispone, pero esta necesaria ordenación requiere de análisis pensamiento concienzudo y reflexión, cualidades que se desdeñan o subordinan cuando se privilegia solamente oprimir inopinadamente el pedal del acelerador.

    En un artículo publicado en la sección “la Tercera” del periódico español ABC, titulado “¡Date tiempo!”, el miércoles 15 de abril de 2015, el filósofo Ignacio Sánchez Cámara precisó que en esta época se dificultan enormemente las posibilidades del silencio y la lentitud, y con ellas, las del pensamiento y la vida del espíritu.

    Citando a Wittgenstein, indicó que nuestra civilización se caracteriza por la palabra “progreso”, la cual es su forma y no una de sus cualidades. Con espíritu bastante crítico, arremetió contra el pensamiento universitario porque -según su opinión- “la universidad resulta cada vez más amiga de la utilidad que del pensamiento, de la práctica que de la teoría”.

    Añadió: “No hay que tener prisa. Los molinos de los dioses, según Homero, muelen despacio”.

    ¿Me doy suficiente tiempo? ¿Me contagio de la velocidad?

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