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La Rambla

El brillante torzal a cambio de unas caguamas

Desde que lo recuerdo, sé que no era un lugar fácil. Esas calles de la colonia 10 de Mayo, ubicada al sur de Culiacán, eran de mucho cuidado.

Recuerdo a mi padre platicándome que varias veces pretendieron asaltarlo, incluso sin más armas que un buen par de piedras, con lo que intentaban hacerlo detener la vieja Ford anaranjada que conducía por esos caminos de terracería que tenían muchas zanjas que les dejaba el paso de los arroyos del tiempo de lluvias, zanjas tan profundas que se notaban casi todo el año.

Aun así, con un terreno suyo y la esperanza de un mejor futuro, mi madre instaló uno de los primeros abarrotes en la zona, en donde coincidía mucha plebada, desde mediados de los años 80, de las colonias Lázaro Cárdenas, la Rafael Buelna o la Margarita.

La luz amarilla casi inservible del alumbrado público de la época a veces ofrecía algo de seguridad, pero sólo en cada esquina y unos metros alrededor.

No era recomendable caminar de noche por la 19 de Septiembre desde la Geranio, porque la luz no iluminaba más que unos metros, antes de llegar a una pequeña loma yendo a la calle Azucena, que casi siempre estaba rodeada de maleza, lo que la hacía un lugar que se prestaba para alguna emboscada.

Y no era algo inusual que se cometieran delitos por la zona, más bien era muy común: Robos, asaltos, agresiones con lesiones importantes y hasta asesinatos.

En esa época, la mayoría de las casas estaban construidas de ladrillo y fajillas de madera de pino, para las paredes, y las mismas fajillas y láminas negras clavadas con fichas de refrescos aplanadas en lugar de rondanas.

No podría explicar por qué, pero en ese lugar coincidía mucha gente de otras partes, como los muchachos que llegaban al abarrote, los adictos que iban a comprar chiva o mota una calle más arriba y los que llegaban a robar o asaltar.

Uno de ellos era el Pelón de la 10 de Mayo, como lo nombraba el carro de sonido de El Debate cada que lo arrestaba la policía, y los otros dos famosos eran el Blas y el Modesto. Todos unos cinicazos.

El Blas y el Modesto eran inconfundibles, porque ambos muy delgados, bajos de estatura, casi siempre vestían ropa que les quedaba un poco grande, usaban huaraches cruzados de vaqueta o tenis blancos.

A veces se miraban encorvados, tenían finta de cholos viejos y no les importaba hablar de sus fechorías entre ellos cuando caminaban por las calles.

Una madrugada, mi papá estacionó su vieja camioneta en la calle, por no meterla a la cochera. La casa estaba rodeada por una tela de malla ciclónica a un costado y un barandal corredizo para el estacionamiento y barda con barandal para el resto de la fachada.

Su error con la camioneta fue abrir confiados el cofre de la vieja Ford, sin contar con el rechinido estruendoso que producía por la falta de aceite y descuido constante, lo que alertó a mi padre para que saliera disparado de la cama, gritando “me están robando la pila de la camioneta”.

Ambos delincuentes, al escuchar la puerta principal de la casa abriéndose, se echaron a correr, ocultándose por el camino de la 19 de Septiembre; sin embargo, era tanto el enojo del Modesto -porque el Blas fue quien abrió el cofre-, que sus regaños tenían eco y nosotros los alcanzábamos a escuchar desde el porche.

“Vas a ver, Modesto, ya vi que eres tú”, le gritó mi madre, porque ella aseguraba que era difícil confundir el tono de voz de aquel personaje.

“Ya cállese, vieja mitotera”, respondió ya desde la loma con un tono de molestia verdadera.

Al tiempo me doy cuenta que sus fechorías eran más bien de las inofensivas, eran los que podrían robarte un pantalón o unos tenis que dejaste en el tendedero o capaz de meterse a las casas y salir con lo primero que pudieran encontrar.

Una vez robaron toda la ropa que doña Vicky, la mamá de mi amigo Chano, dejó en el tendedero para secar y en unos minutos ya la estaban vendiendo a unos metros en la esquina de la Geranio y 21 de Marzo.

Otra vez pasaron intentando vender un par de sandías que traían cada uno que alcanzaron a robar de una camioneta que pasó vendiendo por la calle Amapola.

Pero también existían otros personajes más oscuros, más agresivos.

Mi hermano mayor, Gustavo, recuerda que una vez fue víctima de un par de esos maleantes que pasaron por el lugar, porque traía un grueso torzal de oro en el cuello.

Venía bajando de la visita. Su novia Gabi vivía por la misma calle, pero hasta arriba de la loma.

Ya estaba a unos metros de la casa, y cuando pasaba al abarrote del “Caloncho” y doña Lidia, un compa dio la vuelta y se caminó directamente a donde él estaba, con un cuchillo cebollero fajado en la cintura y del que sobresalía el mango encima de la mezclilla.

“Cuando el compa se me acercó ya bien, a chingarme, dio vuelta en la parte de atrás el Víctor, el hermano del Pringa Hernández”, recuerda.

“Esos compas asaltaban así, uno iba adelante, y otro llegaba de atrás para reforzar”.

Gustavo se dio cuenta que el robo era inminente, porque el torzal era evidente y no vestía más que una camiseta de resaque y camisa abierta.

“El compa me iba a chingar”, señala.

Justo cuando el delincuente estaba por llegar hasta él y sacar el cuchillo, Víctor gritó: ¡hey Gustavo!

El saludó, casi gritándole, logró su cometido, que el delincuente se detuviera y se diera cuenta que era clica de ellos, que era conocido.

La acción ayudó unos minutos, porque hasta se entretuvieron platicando, hasta que Víctor se le acercó.

“Mi compa está aferrado a querer chingarte con el torzal, pero dice que si le das para unas caguamas, ahí la va a dejar”, le explicó casi al oído.

Gustavo recuerda haber aceptado, se metió a la casa, sacó 50 pesos del dinero que mi madre le había guardado y con eso salvó su vida.

Víctor intentó seguir los pasos de su hermano Luis Fernando Hernández, el “Pringa”, quien ganó un título nacional Mini Mosca el 20 de agosto de 1982 al noquear a Cándito Téllez, pero falló en su primera exposición y lo perdió casi dos meses después, el 15 de octubre de 1982, por un nocaut ante Francisco “Cochulito” Montiel.

Víctor debutó como profesional en el boxeo en 1988 y se retiró en 2001, dejando récord de 12 victorias, nueve por nocaut, 23 derrotas y un empate.

Peleó en varias partes del país y de Estados Unidos y en algún momento disputó el título de la Fecarbox y el de la Costa del Pacífico.

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