Es normal que le saquemos la vuelta a la experiencia del fracaso; no nos gusta vivenciar el sinsabor de lo que algunos llaman equivocadamente derrota. En efecto, el fracaso no es una derrota, sino un peldaño más en la escalera del éxito. Es decir, no se trata de un muro que nos impide lograr los objetivos o metas, sino de un paso necesario para escalar la cumbre.
El éxito no se alcanza de “chiripa”, ni por simple suerte, fortuna, corazonada o golpe del destino. Se va labrando y configurando paulatinamente con cada intento que no resulta acertado.
La palabra fracaso significa quebrar o romper algo en pedazos. Se quiebra no simplemente para destruir, sino para demostrar que se deben rehacer los procedimientos porque no se está en el camino adecuado. No equivale a una derrota, sino que se convierte en signo claro que indica la elección de una ruta sin salida.
La historia está llena de exitosos fracasos. Cristóbal Colón pretendía ir hacia las Indias. El champagne se descubrió por error, ya que al reposar el líquido en barrica resultó un vino con demasiada azúcar y ácido.
Es ya proverbial una declaración del ex jugador de baloncesto, Michel Jordan: “He fallado 9 mil tiros a canasta a lo largo de mi carrera. He perdido casi 300 partidos; 26 veces confiaron en mí para introducir la canasta de la victoria y fallé. He fracasado una y otra vez en mi vida. Esa es la razón por la que he tenido éxito”.
John C. Maxwell, en su libro El lado positivo del fracaso, indicó que Nelson Mandela dijo: “Yo nunca pierdo: o gano o aprendo”. Asimismo, citó un adagio texano: “No importa cuánta leche derrames, lo que importa es no perder la vaca”.
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