Ayer se cumplieron, de acuerdo a la fecha tradicionalmente aceptada, 2 mil 774 años de la ciudad de Roma y 150 aniversario de convertirse en la capital italiana.
A través de sus calles se desemboca en majestuosas iglesias, señoriales edificios, espléndidos restaurantes e impresionantes monumentos rebosantes de gloria e historia.
El turista se extasía al visitar Trastevere, El Coliseo, Foro Romano, Fontana di Trevi, las cuatro Basílicas mayores, Plaza Navona, Plaza España, Plaza del Pueblo, Plaza Venecia, Campo di Fiori, El Panteón, El Vaticano, Castillo del Santo Ángel, Villa Borghese, El Gianícolo, por citar algunos lugares emblemáticos.
La filósofa española María Zambrano, quien vivió exiliada en Roma, expresó en su libro Las palabras del regreso: “Sucede con Roma que parece estar enteramente abierta, enteramente visible y presente, que nada más llegar a ella, Roma está ahí ya, como preparada para ser recorrida; para ser vista, para ser abrazada”.
Sin embargo, añadió, también es una ciudad hermética y secreta, a la que el turista distraído puede ver como una fotografía. Además, agregó, como toda ciudad del Mediterráneo tiene sus laberintos:
“En Roma se da todo esto. Es a la par, abierta y laberíntica. Habría que verla en sentido horizontal, porque no es posible rechazar su brazo y su presencia ni tampoco es posible, aun viviendo en ella, liberarse de la sensualidad de su cielo y de su aire”.
El ser humano, al igual que las ciudades, también guarda intrincados laberintos de diversos sentimientos, experiencias, convivencias y emociones. En ellos, pertrechados con generosidad, entrega y amor, hay que encontrar -como Teseo- el hilo de Ariadna que nos permita vencer al minotauro del egoísmo, soberbia, ira, lujuria, envidia, odio y avaricia, para arribar jubilosos a la ansiada eternidad.
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