El ominoso símbolo Díaz-Canel

    Hay una verdad que se ha decantado a lo largo de un siglo: la alternativa comunista no cuenta con un proyecto democrático y además tampoco lo quiere. El divorcio con la democracia a la larga ha debilitado a los partidos comunistas en prácticamente en todo el mundo, y en perspectiva está Cuba. Díaz-Canel es el símbolo que ahora nos muestra López Obrador, lo presenta ante nuestras fuerzas armadas, lo hace invitado especial y toda la parafernalia de una diplomacia contrahecha... Contra ese símbolo dictatorial, que me apunten en la lista, y aclaro, soy de izquierda.

    Es un lugar común decir que López Obrador se comunica con símbolos. No es congruente con ello como bien lo saben los que conocen nuestra historia, pero al fin y al cabo así lo hace. Para conmemorar el aniversario del Grito de Dolores, pronunciado por un hombre ilustrado como Miguel Hidalgo, invitó a Miguel Díaz-Canel -ignoro el sentido de ese guión en su apellido-, y además López Obrador es anfitrión del cubano en el año que se celebran dos centurias de la proclamación de la Independencia que derivó del más famoso de los abrazos que dos hombres novohispanos se dieron en el pueblo de Acatempan, que dicho sea de paso, habla de las muchas transiciones políticas que se han convertido en pactos para arrancar nuevas circunstancias a esta que López Velarde llamó “suave patria”.

    Pero vale la pena, y cuando digo pena es real, reseñar algunas notas sobre el actual Presidente de la República de Cuba, Díaz-Canel.

    En primer lugar que se trata de un cubano de la posrevolución, pues nació un año después de 1959, cuando se instaló el castrismo. Para él no hubo el drama directo de Manuel Machado, Carlos Prío Socarrás y Fulgencio Batista con sus gánsters y la mafia. Mucho menos la isla del Moncada, el desembarco del Granma, la Sierra Maestra y la entrada triunfal de los barbudos en La Habana.

    Él vivió de niño y joven la etapa de mayor prestigio de la Revolución cubana, como los Castro, descendiente de españoles asturianos que se presumen integrantes de una familia hidalga. Oriundo de la histórica Santa Clara, su educación lo condujo hasta convertirlo en ingeniero en electrónica con la que comenzó como oficial en las fuerzas armadas. En otras palabras, ya no goza de la legitimidad que dieron las armas y el olor a pólvora. Él fue un político de nueva clase que ingresó al Partido Comunista como un joven e hizo la carrera política como se realiza en un país comunista, igual que sucedió en la vieja Bulgaria, Checoslovaquia y no se diga en la Unión Soviética. En otras palabras, su carrera es la de un apparatchik, es decir, un espécimen de funcionario profesional, full time de una nomenklatura servil absolutamente a los hermanos Castro, Fidel, siempre el primero, y Raúl, su padrino de circunstancia.

    Miguel Díaz-Canel es Presidente de una República sin democracia, de partido único y rector de todo, con una Constitución que vale tanto como el papel en el que está impresa, con un solo periódico, un solo canal de televisión y una sola estación de radio en manos del Estado y con una corrupción descomunal.

    Si López Obrador gobierna con símbolos, tiene pertinencia la pregunta: ¿qué mensaje nos manda a los mexicanos? Tengo para mí que el de la construcción de la que puede llegar a ser una feroz hegemonía, con su partido único y su líder eterno, y eso no va con la democracia que aquí se quiere construir para la fortaleza y la unidad de México, democracia que, por otra parte, se inspira en la más rica herencia del liberalismo mexicano que dice profesar López Obrador y que lo hace de los dientes para afuera.

    Pero aún habría que añadir algo muy importante en esta coyuntura, durante la reciente insurgencia cubana que salió a las calles en la isla revelando un hartazgo superlativo: Díaz-Canel no dudó en enfrentarlos, amenazante y respaldado con un ejército fuerte y una policía política que todo lo permea. Les gritó: “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios (...), la calle es de los revolucionarios (...), aquí ningún gusano ni ningún mercenario nos va a tomar las calles”. Ni más ni menos, como lo hicieron los comunistas en diversas partes del mundo, como Kronstadt o Tiananmen, por ejemplo.

    Hay una verdad que se ha decantado a lo largo de un siglo: la alternativa comunista no cuenta con un proyecto democrático y además tampoco lo quiere. El divorcio con la democracia a la larga ha debilitado a los partidos comunistas en prácticamente en todo el mundo, y en perspectiva está Cuba. Díaz-Canel es el símbolo que ahora nos muestra López Obrador, lo presenta ante nuestras fuerzas armadas, lo hace invitado especial y toda la parafernalia de una diplomacia contrahecha.

    Contra ese símbolo dictatorial, que me apunten en la lista, y aclaro, soy de izquierda.

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