El Presidente y el feminismo

    El Presidente no entiende, no. O no quiere entender lo que sucede con las mujeres. Atrapado en su propia narrativa maniquea y polarizadora, su interpretación de los hechos está cada vez más alejada de la realidad. Sus últimas declaraciones sobre la marcha de las mujeres y el feminismo evidencian que para él no existe un movimiento social autónomo, plural y diverso, sino un mero subterfugio de grupos interesados en golpear a su gobierno. Bajo su óptica interesada, las mujeres que protestan no son otra cosa que meros instrumentos “de la derecha” y los oligarcas desplazados y las protestas, armas de sus adversarios políticos.

    Es realmente ignominioso que para el Presidente todo gire en torno a él y el movimiento que encabeza, como si afuera del lopezobradorismo, convertido en gobierno, no hubiera espacio para ningún movimiento social. O por lo menos alguno legítimo, porque ya se sabe que, desde que llegó al poder, se ha dedicado sistemáticamente a deslegitimar a cualquier oposición, criminalizándola y presentándola como agravio a la patria y no como parte indispensable en el juego democrático, por más disímbola que esta sea.

    El discurso antidemocrático sostenido desde la Presidencia de manera cotidiana contra opositores y críticos no es otra cosa que la manifestación de un autoritarismo en ciernes que usa como bandera a la “autoridad moral” para legitimarse, arrogándose toda la representación del cuerpo social. Asimismo, toda la terminología que el gobierno ha ido construyendo alrededor de las instituciones persigue la reafirmación simbólica de dicha superioridad sobre la grisácea neutralidad de las instituciones democráticas.

    Y es que si López Obrador y el movimiento que lo llevó al poder son los únicos depositarios del bien y de los buenos deseos de los mexicanos, ¿cómo podría siquiera existir la noción de oposición en términos democráticos, es decir, legítimos? El avasallamiento por la retórica maniquea que el lenguaje ha sufrido estos años no es poca cosa: en muy poco tiempo la noción de pluralidad democrática y sus hablas ha sido estigmatizada bajo el constante ataque de un nacionalismo ramplón y demagógico. La continua re-semantización de lo público y la censura sobre el lenguaje técnico-neoliberal en disposiciones y nuevos ordenamientos es un acto de poder arbitrario, por donde se le vea, pero muy consistente con la intención del Presidente de desaparecer identidades sociales que no le son útiles o a las que les tiene inquina.

    Es debido a esto que el Presidente López Obrador no puede, bajo ninguna circunstancia, concederle legitimidad a ningún movimiento social exógeno al suyo. En este sentido, es natural que el movimiento feminista le resulte un enemigo más al cual deslegitimar para conservar la representación unificada “del pueblo”. En su lógica, basta con que lo trate igual que a la oposición partidista o los medios para que dicho movimiento desaparezca o carezca de apoyo popular. En este caso, sin embargo, el Presidente López Obrador se equivoca en sus presunciones ya que el movimiento feminista no responde a pulsiones políticas partidistas (aunque se sumen a él estos intereses de manera oportunista). Las causas del feminismo son materias urgentes que no pueden ya desestimarse como López Obrador quisiera. El feminicidio y los abusos sistemáticos sobre las mujeres trascienden, evidentemente, a los intereses de los partidos políticos y han logrado unificar a gran parte de la población femenina en torno a ellos.

    Mientras el Presidente sea incapaz de registrar los agravios que alimentan a las manifestaciones como el feminicidio y la violencia sexual, y en su lugar aparezca él mismo y su movimiento como agraviados; mientras no logre identificar, de hecho, estos agravios y proteja y cobije a agresores de mujeres como Salgado Macedonio, el conflicto entre el movimiento feminista y su gobierno luce inevitable. El choque de trenes seguirá su curso, toda vez que la lucha feminista es quizá la única oposición que puede poner en jaque al Presidente y a su gobierno, arrebatarle la “autoridad moral” en el terreno simbólico y exhibir la falsedad de su narrativa.

    Piénsese si no, en la reciente marcha de 8 de marzo: frente a la abierta hostilidad de las vallas cercando el Palacio Nacional, como si de manifestantes criminales se tratara y no de mujeres, las feministas subvirtieron la afrenta convirtiendo el grosero muro en el muro de la vergüenza: un larguísimo altar para las miles de mujeres asesinadas, desaparecidas y víctimas de violencia sexual en México. Una imagen que le dio la vuelta al mundo con sus nombres y flores, un memorial espontáneo y radical montado por el mismo gobierno que buscó, infructuosamente, ocultarlos.

    No, López Obrador no entiende.

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