Elija su Revolución Mexicana

    Las valoraciones inmediatas de la revolución están en las memorias de sus protagonistas, como Álvaro Obregón y su idea de la pacificación posrevolucionarios por la vía electoral (aunque después, vale recordar, el caudillo defraudaría las elecciones y el hecho le costaría la vida).

    El sino del escorpión fatiga numerosas interpretaciones de la Revolución Mexicana para ratificar la complejidad multifacética de ese proceso histórico y la imposibilidad de explicarlo con facilidad a más de cien años de los hechos. Hay quienes la asumen como una revolución democrático burguesa, otros la indagan desde la perspectiva marxista de la lucha de clases, algunos la ven como parte de la modernización económica capitalista, muchos más ven en ella el parto del Estado mexicano moderno, y aún abundan quienes la califican como un revolución traicionada o corrompida.

    Las primeras interpretaciones surgieron casi paralelas a la revuelta popular (1911-1920), y ya durante el Siglo 20 se multiplicaron las visiones novedosas. Las valoraciones inmediatas de la revolución están en las memorias de sus protagonistas, como Álvaro Obregón y su idea de la pacificación posrevolucionarios por la vía electoral (aunque después, vale recordar, el caudillo defraudaría las elecciones y el hecho le costaría la vida). Pero el alacrán recomienda el segundo volumen de las memorias de José Vasconcelos, La Tormenta, testimonio personal de prosa viva y emocional, sobre el agitado periodo de guerra.

    En los años veinte sobresale la interpretación de Manuel Gómez Morín, integrante de la “Generación de 1915”, quien reconoce el ascenso de las masas revolucionarias, urge a terminar la violencia y aboga por la reconstrucción mediante “la técnica, el método y la crítica”. En los treinta crece el interés de historiadores extranjeros, aprecia el escorpión. Entre ellos el austriaco-estadounidense Frank Tannenbaum, quien en su libro Peace by Revolution (1939), define la Revolución Mexicana como un movimiento espontáneo, arraigado en la multitud de comunidades del campo y dirigido contra las haciendas, idea retomada por las interpretaciones subsecuentes.

    En estos años se realizan también valoraciones ya más documentadas de la revolución, al verse su vigencia recobrada por el gobierno de Lázaro Cárdenas, “encarnación de la continuidad de la revolución”, según Lombardo Toledano. El dirigente obrero encuentra en el cardenismo una grandiosa etapa de acción renovadora de la revolución, pero ante esta idea surge la crítica de Luis Cabrera, para quien el cardenismo era la desviación más peligrosa de los principios revolucionarios por su caudillismo, la alineación corporativa de las masas trabajadoras, y por su propuesta de una educación socialista. Este fue el primer choque entre el enfoque marxista y el enfoque liberal sobre la Revolución Mexicana.

    En los textos hipercríticos de Jesús Silva-Herzog y Daniel Cosío Villegas surgen, a principios de los años cuarenta, las interpretaciones donde se denuncia la corrupción y se advierte una desviación de la revolución. Silva Herzog la en peligro de muerte, porque después del cardenismo se han abandonado sus principios y su empuje. Cosío Villegas coincide en ver el principal desprestigio para la revolución en la corrupción de su clase política, por tanto, asegura, su crisis es moral.

    Al escorpión lo seduce el dibujo ideológico de la revolución trazado por José Revueltas, esa idea de la revolución como producto de un proceso histórico alineado “que confunde clases, intereses, objetivos y hasta genera una ideología socializante, pero cuyo contenido real ha sido abrir las compuertas del país para el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción”.

    Como para añadir picante a la discusión, el inglés Alan Knight, uno de los analistas más agudos del fenómeno de la revolución vista a ras de tierra, como una conjugada revuelta de comunidades, lanzó la pregunta clave de su célebre libro La revolución mexicana: ¿burguesa, nacionalista, o simplemente gran rebelión?

    El alacrán destaca otras interpretaciones posteriores de la Revolución Mexicana: Adolfo Gilly, con su perspectiva de “la guerra de clases” en la revolución y la idea de la “revolución interrumpida”, nutrió nuevas visiones. Arnaldo Córdoba consolidó el estudio de la política de masas del Estado mexicano posrevolucionario y calificó de revolución burguesa a ese movimiento protagonizado, no obstante, por las masas campesinas. Enrique Semo profundizó el análisis ideológico de la revolución y documentó el proceso de legitimación que significó para la burguesía dominante. También sobresale el análisis del Estado mexicano, su desarrollo y sus desvíos a partir de la revolución, elaborado por Lorenzo Meyer.

    Las interpretaciones neoliberales en los últimos cuarenta años, tendieron a combatir el fetiche ideológico en el cual los gobiernos priistas habían convertido a la revolución al vaciarla de contenido político real y dejarla en mera demagogia, una ideología nacional revolucionaria o nacional burguesa confusa y difícil de descifrar Esa corrupción de la idea misma de la revolución, llevó a minimizar el fenómeno histórico y a invalidar sus contenidos centrales, por ejemplo, la reforma salinista del artículo 27 constitucional.

    Hoy el escorpión se interroga sobre cómo registrará la historia al régimen de Andrés Manuel López Obrador en el contexto de la Revolución Mexicana y las continuidades y rupturas de su proceso histórico. ¿Significará un movimiento popular de continuidad después del cardenismo? ¿La adecuación a otra fase del capitalismo global? La historia está abierta.

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