La clase media ha perdido clase

Alejandro De la Garza
    Se requiere del protagonismo económico y político de esta clase media, apuntan todos los textos clásicos, pues además de ser una clase industriosa fundamental para la producción de la riqueza nacional, es parte de los equilibrios de la estabilidad democrática.

    El sino del escorpión lo lleva a sumarse al debate sobre el papel de la clase media y sus aspiraciones en la circunstancia actual del país; una clase social, valga decir, dada a soñarse pudiente y poderosa, y para la cual el Presidente Fox propuso como medida de la felicidad “un vocho y un changarro”, mientras Felipe Calderón “decretaba”, poco después, el ingreso de México al grupo de las naciones con una clase media próspera y creciente.

    Al hablar de este sector es inevitable remitirse al referencial estudio de los setenta Mitos y fantasías de la clase media en México (1974), donde el sociólogo Gabriel Careaga aborda el fenómeno desde categorías marxistas, ahonda luego en las raíces históricas de la clase media -desde el criollismo colonial hasta su cómoda resignación durante el porfiriato-, para terminar con un retrato de las familias clasemedieras de aquellos años. Su actitud ante el erotismo, el sexo y la represión, el papel de la mujer y la actividad política de los jóvenes de entonces, contrastan con las participativas clases medias de hoy.

    Careaga acercó la sociología a ese sector al hacerlo visible en el entramado de la sociedad, cuando aún persistía en los jóvenes clasemedieros la esperanza del ascenso social (estudios superiores, trabajo, casa o condominio, matrimonio, hijos, reservas bancarias), aspiración desvanecida ante las crisis económicas a partir de 1982, y aun resquebrajada por el fracaso económico salinista, cuyo boom de créditos bancarios e hipotecarios llevaría al efecto tequila, las UDIS y al endeudamiento de esa clase media.

    En su estudio Tres décadas de desigualdad y erosión de la clase media en México (2013), el economista Genaro Aguilar Gutiérrez, además de medir la desigualdad, aplica una metodología novedosa para medir también la polarización del ingreso y comprobar cómo el modelo económico adoptado en México, en el periodo 1980-2010, resultó en el aumento sistemático del número de personas en pobreza, en mayor desigualdad y en la erosión sistemática de la clase media.

    Su investigación, basada en las Encuestas Nacionales de Ingresos y Gastos de los Hogares, señala un adelgazamiento de la clase media y resulta contraria a otros libros sobre el tema, como el de Luis de la Calle y Luis Rubio, Clasemediero: Pobre no más, desarrollado aún no (2010), donde advertían un crecimiento venturoso de esta franja poblacional. En tanto, Francisco Payró, en “La inefable clase media”, texto publicado en Letras Libres en junio de 2013, preguntaba hacia dónde se dirigía este sector en el nuevo siglo: “¿Se extinguirá para dar paso a un estamento altamente concentrador de la riqueza disponible?, ¿será su papel preponderante el consumo y la asimilación pasiva de patrones de compra y de conducta impuestos por agentes poderosos como los Wal-Mart, los McDonald’s, los Microsoft?”, interrogantes esta última a la cual podemos hoy asentir con tristeza.

    Aguilar Gutiérrez reporta también una suerte de discrepancia con la realidad en las mediciones de la citada Encuesta, pues en 2010 consideraba como clase media a la persona con ingresos de 9 mil 517 pesos al mes (793 dólares); es decir, a partir de los 38 mil 068 pesos mensuales por familia de cuatro personas, lo cual, para el investigador politécnico resulta un ingreso “muy bajo” como para ubicarlas en la clase media.

    Más allá de esta duda, su estudio es concluyente: de 1984 a 2010 se redujo la clase media en México, pues disminuyó de 32.1 por ciento a 23.0 por ciento del total de la población. En tanto, el grupo de menor ingreso aumentó de tamaño en todo el periodo: las personas en pobreza pasaron de 56.6 por ciento a 63.9 por ciento de toda la población. Finalmente, el grupo de los más ricos aumentó de 11.3 por ciento a 13.1 por ciento del total de la población mexicana. Es decir, medida por el ingreso familiar per cápita, en 1984 la clase media constituía una tercera parte de la población; pero cayó a menos de una cuarta parte (23 por ciento) en 2010.

    Se requiere del protagonismo económico y político de esta clase media, apuntan todos los textos clásicos, pues además de ser una clase industriosa fundamental para la producción de la riqueza nacional, es parte de los equilibrios de la estabilidad democrática. No obstante, de 2010 a 2018 las circunstancias económicas de la clase media no se vieron mejoradas en general. Su permanencia en la última década como testigo del enriquecimiento de las élites, parece haberla marginado cuando debería protagonizar el desarrollo económico y político. La clase media ha perdido clase, resiente el escorpión.

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