La política de ghetto en Mazatlán

    Mientras no se vacune a toda la población no sólo de Sinaloa, sino a los grandes emisores de turistas nacionales e internacionales, seguirán los contagios y muertes. La gente por razones de trabajo, compras, recreación o simplemente por vivir, seguirá en la calle, así que las 'nuevas' medidas servirán buscando un efecto y para decir, ¡aquí en Mazatlán, hay gobierno!

    Usted mazatleco, si no trae certificado de vacunación, se va a su casa, me imagino que exigirán los inspectores municipales y es que mire:

    “El Ayuntamiento de Mazatlán ha implementado el requisito para la población local de certificado de vacunación en todos los lugares y establecimientos. No aplica a los turistas y visitantes”, y lo circula en redes una fantasmal Oficina de Promoción de Mazatlán, con domicilio en algún lugar de la llamada Zona Dorada. No una instancia de gobierno, aunque, más tarde lo confirmó el propio Alcalde. El requisito en condiciones institucionales convencionales debería ser de las verdaderas instancias responsables de la política de salud del estado que de acuerdo con el artículo 13 de la Ley de General de Salud son la Secretaría federal de Salud y su par, en cada uno de los estados.

    Los gobiernos municipales no tienen otra competencia que no sea la de coadyuvantes. Por eso, el Gobierno del Estado, declaró que no estaba de acuerdo con este tipo de iniciativas, pero sin tomar ninguna medida negociada o coercitiva como responsable de la política pública en el estado, pero, tampoco la federación. O sea, esto es discrecional, permisiva, sobre todo viniendo de un Alcalde que no se caracteriza por su sentido de prudencia, congruencia y responsabilidad.

    Recordemos solo la convocatoria masiva que hizo al estadio de futbol Kraken el pasado 9 de junio para festejar su reelección con banda y baile; pizzas y refrescos, mientras en Olas Altas, después de las 8 de la noche no se permitía (ni se permite) estar sentado sobre la barda que da al mar en cambio sí enfrente, en los restaurantes y bares, donde la gente se amontona para pedir cerveza y bocadillos.

    Estas iniciativas a “favor” de las políticas de salud y la libertad de tránsito, adquieren su máxima expresión, cuando las medidas se aplican en forma diferenciada entre locales y visitantes.

    Esta acción segregacionista me recuerda a la política de confinamiento de judíos en el ghetto de Cracovia y la política del apartheid, en Sudáfrica. Ambas medidas de corte autoritario están hoy bien guardadas en el armario de las políticas infames y son sancionadas por las instituciones de la comunidad internacional.

    Pero, acá, preguntaran los voceros oficiosos, “qué tanto es tantito”, cuando se trata de “proteger” a las personas de posibles contagios y muerte. Y, alguien, más informado, de este grupo oficioso reclamará interesada y equivocadamente “pero si lo está haciendo hasta el Presidente Emmanuel Macron en Francia”. El caso francés, tengámoslo claro, es un movimiento por las libertades públicas, pero también político de la derecha.

    El problema de lo que sucede en Mazatlán tiene que ver con las instancias de decisión y también con las libertades públicas. Nadie puede abrogarse competencias que son de la federación y de los gobiernos de los estados, como bien lo dijo el presidente de la Canaco local, que finalmente corrigió y aceptó. Además, peor, ningún gobierno puede so riesgo de ser sancionado contravenir lo previsto en la Constitución en materia de libertades públicas, que, dicho de paso, la oposición guarda un silencio penoso. Nada que ver con la proactividad en la pasada elección.

    Menos, cuando se decide tener ciudadanos de primera y de segunda clase. Locales versus turistas y visitantes. ¿Acaso el virus del Covid-19 distingue entre unos y otros? ¿Acaso un contagiado de Durango o Zacatecas que viene a Mazatlán a “curarse” con el agua salina no viene a irradiar el virus? Al gobierno municipal le falta asesoría profesional y le sobran ocurrencias. No gobierna con la ley en la mano, lo hace a como amanece el día. Y eso, es el sello de la casa, y lo hace porque hay complacencia del gobierno estatal, lo apoya un sector del mundo empresarial e insisto, la indiferencia de la oposición y de muchos ciudadanos.

    No es casual que Sinaloa, y Mazatlán en particular, sea el único estado que se encuentra en semáforo rojo. Con un número creciente de contagios y muertes por Covid-19. Claro, eso llama a intensificar la promoción de medidas sanitarias respetando libertades, pero sobre todo, estaría demostrado que el remedio a este virus son las vacunas que felizmente se estén alcanzando a la población joven que es hoy la más afectada.

    Mientras no se vacune a toda la población no sólo de Sinaloa, sino a los grandes emisores de turistas nacionales e internacionales, seguirán los contagios y muertes. La gente por razones de trabajo, compras, recreación o simplemente por vivir, seguirá en la calle, así que las “nuevas” medidas servirán buscando un efecto y para decir, ¡aquí en Mazatlán, hay gobierno! Que se están tomando decisiones extraordinarias incluso al margen de la federación. Y eso es autoritarismo. Porque si se quiere que se cumplan las medidas de excepción va a necesitar al menos un policía por cada ciudadano. Lo que significa avanzar a un Estado policiaco que por cierto estaría a tono con la militarización del país.

    ¿Acaso Mazatlán es hoy un laboratorio de experimentación de ese estado de excepción donde se conculcan derechos conquistados? El Covid-19 ha sido, y es una buena coartada, para estas políticas de excepción en varios países de corte autoritario. Algo que no ven quienes siguen argumentando acerca de que la vacunación tiene como objetivo la inoculación de un chip para controlar la población y que por ello, no se quieren vacunar. El control ya llegó y no hay peor control, que el que se asume como necesario.

    Recordemos el final de la novela 1984 de George Orwell. En esa obra esencial para comprender al autoritarismo no se trataba de asesinar al crítico del sistema que hubiera sido lo más fácil, sino convencerlo de que ese sistema es el correcto y necesario, cuando eso se logra el resto es más fácil. Se apechuga si quiere seguir viviendo. Asumen estoicamente que el mundo cambió y que los gobernantes con su buena o mala fe son piezas del nuevo tablero de ajedrez.

    Muchos de esos gobernantes viven entre el mundo del singular sentido del deber y cumplimiento de la ley. Quizás, por eso decisiones extraordinarias como las que se están tomando en Mazatlán son peligrosas ante una población apática, atormentada por el día a día, que hace como que escucha, pero que sigue con sus rutinas, como un acto irracional de resistencia y sigue viendo que la política no es de ella, sino de élites frecuentemente soberbias y autoritarias, que conciben el poder como control y que quizá, en su ignorancia supina, no se dan cuenta de que esta política de ghetto, de segregación, de persecución de no vacunados o los rebeldes, no sólo arrastra a los gobernados sino a ellos mismos y sus familias.

    Esa, quizá, es la mayor paradoja del poder y sus inspectores.

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