La revolución de
las conciencias

    A Barlovento
    Además de equivocarse, y mucho, el Presidente dispersa un peligroso discurso de odio que, tal como nos ha enseñado la historia de la humanidad nunca, nunca lleva buen puerto.

    La extensión del embate presidencial contra la clase media empantana las posibilidades de sostener una convivencia ciudadana armónica. No solo porque vuelve a hacer más nítida y honda la franja que separa a unos de otros, sino porque ahora incorpora a su perorata “informativa” de las mañaneras, un componente que lo aproxima al contenido que llevan los discursos de odio.

    Con el propósito de desmarcarme de cualquier etiqueta (columnista orgánico, neoliberal, fifí, vendido, rapaz y todas esas cosas que le cuelga el Presidente a quien no piensa y ve las cosas como él), retomaré sus propias palabras, disculpándome de antemano por la extensión de estas. Con todo, creo que vale la pena el esfuerzo e intento de dejar en claro el enorme riesgo que supone para la armonía social el enconado mensaje presidencial contra la clase media.

    En su mañanera de junio 11, ante una pregunta que le hizo una reportera sobre la investigación emprendida por la Fiscalía contra los influencers que el día de las elecciones difundieron mensajes en favor del Partido Verde, el Presidente aprovechó para señalar que el conservadurismo ganó en la CDMX, porque:

    “sectores de clase media fueron influenciados, se creyeron lo del populismo, el de que íbamos a reelegirnos, lo del ‘mesías tropical’, el ‘mesías falso’, etcétera, etcétera, etcétera, pero hasta las piedras cambian de modo de parecer. Es muy interesante de cómo la gente humilde, la gente pobre sí internalizó bien el mensaje. ¿Y por qué? [...] Pues la gente que nunca recibía nada, porque no eran tomados en cuenta, porque se les daba la espalda y de repente empiezan a recibir dinero del presupuesto, que es dinero del pueblo, dinero de ellos y empiezan a darse cuenta de que otro México es posible y ahí sí, por más guerra sucia que hubo no pudieron. Ese es el cambio de mentalidad al que apostamos, esa es la revolución de las conciencias”.

    La manera en que el Presidente entiende la noción desfonda su sentido por dos razones, primero, porque la reduce a la recepción de un apoyo social en efectivo proveniente del gobierno y, segundo, porque genera en quien no recibe dicho apoyo una certeza con efectos desafortunados. Dicho de otra manera, para revolucionar nuestra conciencia basta con recibir algún apoyo de gobierno o celebrar que se entregue a quien lo necesite.

    Y como lo del Presidente es enredarse lo más que pueda en sus especulaciones, volvió a la carga con un tema que había puesto en la agenda pública, sin otro ánimo que el de desatar los demonios:

    “Pero un integrante de clase media-media, media alta, incluso, con licenciatura, con maestría, con doctorado, no, está muy difícil de convencer, es el lector del Reforma, ese es para decirle: Siga usted su camino, va a usted muy bien, porque es una actitud aspiracionista, es triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta. Ah, eso sí, van a la iglesia todos los domingos, o a los templos, y confiesan y comulgan para dejar el marcador en cero y luego el domingo, de nuevo lo mismo. Sí tenía razón mi amigo finado Carlos Monsiváis, que me decía: ‘La verdadera doctrina del conservadurismo...’ Me decía ‘la verdadera doctrina de la derecha’, pero a mí me gusta más hablar de conservadurismo, creo que es más apropiado, que es el que quiere conservar, el que no quiere cambios, el que quiere mantener el statu quo, y decía Monsi: ‘la verdadera doctrina de los conservadores es la hipocresía’. ¿Y saben qué también, que hay que seguirlo diciendo? Son clasistas y racistas”.

    La generalización, además de falaz, es profundamente ofensiva, agresiva y miope frente a los muchos efectos que genera (quiero pensar que el del Presidente, es un problema de visión y no uno de cinismo o perversidad). Además de equivocarse, y mucho, el Presidente dispersa un peligroso discurso de odio que, tal como nos ha enseñado la historia de la humanidad nunca, nunca lleva buen puerto. Me explico.

    En Aporofobia, el rechazo al pobre, mi muchas veces citada Adela Cortina, dice que el discurso del odio, cuando cala en el alma de quien lo escucha, le conduce a cometer delitos de odio. Por decirlo en términos muy generales este tipo de discurso, tiene cinco rasgos básicos:

    1. Las agresiones se dirigen a personas concretas, no por ser ellas, sino por pertenecer a un grupo. Por ejemplo, piense en el caso de quienes votaron por AMLO, y tienen una maestría o un doctorado, a punta de trabajo arduo, disfrutan de algunas mieles que brotan de la movilidad social ascendente. Sin leer Reforma, ser millonarios o compadres de Aguilar Camín y Krause, ante los ojos del presidente son conservadores, “clasistas y racistas”.

    2. Se estigmatiza y denigra a un colectivo atribuyéndole actos que son perjudiciales para la sociedad, aunque sea difícil comprobarlos, si no imposible, porque se remiten a historias remotas que generan prejuicios, o se forman con habladurías. ¿Con base en qué el Presidente piensa que quienes votamos por él (es la primera vez que lo digo abiertamente en este espacio) queríamos que las cosas mantuvieran el rumbo que llevaban? ¿Qué demonios pueblan su cabeza para hacerle pensar y creer que el conservadurismo se expresa en el modo que él lo entiende?

    3. Se sitúa al colectivo en el punto de mira del odio, precisamente porque las leyendas negras pretenden justificar la incitación al desprecio que la sociedad debería sentir hacia él, según los inventores de esas leyendas, alentando acciones violentas contra sus miembros. Aún no hemos llegado a este punto, pero, al paso que vamos, no falta mucho.

    4. Quien pronuncia el discurso, o comete el delito de odio, está convencido que existe una desigualdad estructural entre la víctima y él, y, por tanto, cree que se encuentra en una posición de superioridad frente a ella. En este caso, la superioridad que atribuye el Presidente es moral, ya que la clase media es “aspiracionista”, busca “triunfar a toda costa, salir adelante, [es] muy egoísta”.

    5. El discurso del odio adolece de una nula o deficiente argumentación, ya que no busca dar argumentos, sino, como dice Cortina, “expresar desprecio e incitar a compartirlo”.

    Si la clase alta repudiaba la entrega de apoyos sociales a la baja, ahora el Presidente está dando elementos para que la media se sume a la animadversión, pero también está propiciando que la baja odie a la media.

    ¿A dónde quiere llegar con esto? Simple: al punto donde se justifique intervenir, del modo que sea, para evitar la irreconciliable tensión entre los bandos. ¡Menuda manera de revolucionar las conciencias!

    Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: Además de la falla estructural, la poca pericia, pereza o baquetonería de los albañiles y soldadores, ¿qué otros responsables hay en el accidente de la Línea 12 del Metro? ¿Qué no esta banda de políticos era completamente distinta a la otra? ¿Qué las diferencia?

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