Los extravíos de nuestra democracia electoral

ALDEA 21

    Uno de los más grandes desafíos de la naciente democracia electoral mexicana ha sido el de traducirla en los beneficios para los que ha sido creada. Más de 50 años de lucha política no han sido suficientes para consolidar un sistema democrático que cumpla la promesa de una sociedad más civilizada y humana. Los anhelos de mantener el rumbo de un país que edifique un futuro que confluya en los más elementales valores de la solidaridad, respeto, honestidad, tolerancia y generosidad, parecen esfumarse frente a intereses que contradicen los propósitos originales de la democracia que ofrece una sociedad mejor y diferente.

    Para el filósofo español Daniel Innerarity, la democracia ha sido posible gracias a un aumento de la complejidad de la sociedad, pero hoy en día esa misma complejidad parece distanciarnos de la propia democracia. Uno de los principales problemas políticos reside en el hecho de que la democracia necesita unos actores que ella misma ha sido incapaz de producir.

    En Sinaloa y el país se dirime una competencia entre partidos y candidatos por el ejercicio del poder político. Un proceso en el que se confrontan el pasado y el futuro de la democracia. Y es aquí donde se plantea una primera interrogante: ¿qué es exactamente lo que se dirime entre partidos y candidatos en una elección como la nuestra?

    La respuesta varía entre el discurso político y la realidad política. Aquí la necesidad de revisar el pasado para encontrar una respuesta más o menos objetiva. Una historia abreviada de nuestra “joven democracia”, se detalla en cinco momentos históricos: el primero ubicado en el período político que reconoce la representación de minorías con las candidaturas plurinominales en la década de los 70; un segundo momento la lucha por garantizar elecciones confiables y erradicar el fraude electoral en los 80; un tercero cuando se reconoce el triunfo de la oposición y la pluralidad en el Congreso de la Unión, gobiernos y legislaturas estatales en los 90; un cuarto a principios del siglo 21 con la alternancia en la Presidencia de la República; y como el quinto episodio en 2018 con la apabullante mayoría de votos que pone en entredicho la utilidad de los partidos y rechaza el comportamiento de los políticos y su desempeño en la conducción del País.

    El resultado de 2018 condensa el coraje y frustración de una mayoría que pone a juicio una historia que a lo largo de medio siglo construye toda una estructura jurídica e institucional para celebrar elecciones democráticas. Sin embargo, en los últimos 18 años se consolida, no una democracia plural, alternante y diversa, sino una clase política que hizo de las instituciones públicas un patrimonio de uso personal y deshonesto.

    En este contexto, los actores políticos del actual proceso electoral, parecen no tener memoria. Una especie de amnesia y extravío político irrumpe el espacio de la discusión política-electoral, como queriendo negar lo sucedido en 2018. Una evidente necesidad de colocar en el escenario electoral el razonamiento lógico de la “competencia a toda costa”. Como si el único propósito de las elecciones en este país fuera el de ganar o perder. Una democracia en la que se pretende que los electores no piensen más allá del voto filial y la competencia mediática entre partidos y candidatos.

    Cabe aquí reflexionar acerca del compromiso ético de los medios de comunicación y su proclive tendencia a parcializar el ejercicio del periodismo y su contribución para orientar los temas de la discusión pública en un proceso que no sólo obedece a reglas de competencia electoral, sino que se ubica también en un proceso de evolución de nuestra democracia. Aunque siempre, y que bueno que así sea, habrá sus excepciones.

    Una segunda interrogante sería: ¿qué espera realmente el ciudadano de las elecciones? en el entendido de que durante todos estos años, a los partidos se les ha concedido todo tipo de prerrogativas y condiciones para que puedan cumplir con sus promesas y atiendan la demanda de una realidad social que espera, de la clase política, el cumplimiento de sus responsabilidades.

    El ciclo evolutivo de nuestra democracia exige trascender la discusión absurda e inútil de la descalificación, de la competencia que busca ganar en el fracaso del otro, en destruir al contrincante. Por el contrario, se requiere de una democracia que se ubique en la inteligencia colectiva que hace de cada elección, un proceso de legitimación de gobiernos y representantes, para luego consolidar acciones que sean legitimadas por su eficacia desde las instituciones. Una democracia que tenga, en el consenso y las diferencias, una utilidad para el bienestar y desarrollo de sus habitantes. Si este no es el fin último de nuestra democracia, ¿entonces de qué estamos hablando?

    Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.

    En otro asunto, comparto con mucho respeto, la noticia del fallecimiento de Don Agustín Contreras Páramo, hombre de campo, de arraigo a la tierra, agricultor comprometido, sembrador de amistad y respeto. Lo conocí muy bien, tanto como se conoce a alguien con el que por más de 20 años se comparte un mismo interés familiar. A Lupita Contreras Leyva y familia, mi más sincero y sentido pésame por tan irreparable pérdida. Q.E.P.D.

    El ciclo evolutivo de nuestra democracia exige trascender la discusión absurda e inútil de la descalificación, de la competencia que busca ganar en el fracaso del otro, en destruir al contrincante. Por el contrario, se requiere de una democracia que se ubique en la inteligencia colectiva que hace de cada elección, un proceso de legitimación de gobiernos y representantes, para luego consolidar acciones que sean legitimadas por su eficacia desde las instituciones. Una democracia que tenga, en el consenso y las diferencias, una utilidad para el bienestar y desarrollo de sus habitantes. Si este no es el fin último de nuestra democracia, ¿entonces de qué estamos hablando?
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