Los mártires de la Compañía de Jesús

    Y mientras la comunidad de Cerocahui retoma poco la normalidad, los políticos dirán lo de siempre; que no habrá impunidad, que lamentan lo sucedido, que no volverá a pasar y que la culpa no es sino de la suerte de vivir tan cerca del servicio de Dios y tan lejos de la justicia

    Hoy que el mundo voltea a la sierra de Chihuahua, a los ignotos paisajes tarahumaras en donde los padres misioneros de la Compañía de Jesús decidieron formar parte de la comunidad y hacer desde ahí su noble servicio, se habla de la pobreza y el abandono de esas tierras en donde los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora fueron asesinados en el atrio de la parroquia de Cerocahui, en el municipio de Urique.

    Morir en el servicio de Dios, defendiendo la vida de un inocente y ofreciendo como último acto el santísimo sacramento de la extrema unción, no puede sino merecer nuestra más profunda admiración a su congruencia. Esa que los lleva a vivir con los indígenas en las mismas penurias de pobreza, inseguridad y desigualdad que tienen también 400 años de historia.

    Los ojos de México y el mundo voltean a ver a la congregación de los pobres, para elogiar el trabajo de los misioneros que hacen vida en la sierra en una labor que va más allá de la evangelización. Forman comunidades con vocación de paz, aunque para ello, todos los días sean días para dialogar y coexistir con el enemigo.

    El Estado renunció a sus deberes en la sierra y otras latitudes de nuestra nación, el imperio de la ley tiene límites y uno de ellos está en “La tarahumara”. Por eso allá arriba la organización social toma formas distintas, la justicia está en manos de particulares y el gobierno no lo ejerce sino el más poderoso. La gran enseñanza en el crimen de Cerocahui es que, nadie en realidad, está a salvo de la violencia independientemente de la bondadosa actividad que realice.

    “Quizá nosotros, ingenuamente creímos que, por ser sacerdotes, por nuestra reconocida presencia social en escuelas, en hospitales, clínicas o formación de comunidades podríamos estar a salvo. Pues hoy nos toca darnos cuenta la debilidad de cada día, de la vulnerabilidad de cada día”. Dijo el Padre Héctor Martínez, vicario general de la Diócesis Tarahumara en entrevista para “el café de la mañana” del Grupo Reforma.

    El Padre Javier Ávila apuntó en los funerales de los mártires de la Compañía de Jesús: “Ya no alcanzan los abrazos para tapar tanto balazo” al referirse a la estrategia de los gobiernos que tienen por costumbre culpar al pasado sin responsabilizarse del presente. Poniendo anclas a la acción de la justicia suponiendo falsamente que los grupos armados tienen algún tipo de límite ético.

    Y mientras la comunidad de Cerocahui retoma poco la normalidad, los políticos dirán lo de siempre; que no habrá impunidad, que lamentan lo sucedido, que no volverá a pasar y que la culpa no es sino de la suerte de vivir tan cerca del servicio de Dios y tan lejos de la justicia.

    En un despliegue militar y policial nunca antes visto, miles de agentes peinan la sierra por tierra y aire buscando al presunto homicida. Militares y elementos de la guardia nacional recorren brechas, laderas, arroyos y colinas buscando a un objetivo que les lleva amplísima ventaja. La policía estatal busca, indaga e interviene a la familia del señalado, pero del prófugo ni señas.

    En un mes el caso que hoy está en primeras planas perderá relevancia mediática y se irá a interiores, después a locales y terminará en la mención de una que otra columna como en aquél triste caso de la familia Lebarón en Sonora. Ese mismo camino pasará con la presencia de las autoridades en la zona. Maru Campos olvidará su “vocación jesuita”, Andrés Manuel dará vuelta a la página y todo quedará en la impunidad de siempre. En la misma impunidad que están los asesinatos de Feliciano, Luis Alberto y Ramón, maestros rurales ejecutados en Sinaloa cuando subían a trabajar en la sierra de Concordia. Luego le seguimos...

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