Mi madre y mis suegros están por recibir la primera dosis de la vacuna. No lo puedo negar, el alivio ha sido notable, incluso desde que recibimos la confirmación de la cita. Supongo que será mayor dentro de unas horas, cuando ya hayan recibido esos pocos mililitros tan prodigiosos. Es una sensación rara que nos tranquilizó a todos pese a saber que seguimos en medio de algo mucho más grande que nosotros. La posibilidad de que ya esté dado ese primer paso para que ellos estén seguros, tras más de un año de confinamiento y de historias terribles, nos atemperó el ánimo.

    La semana pasada escribí, en este mismo espacio, acerca de nuestro otorrino. Sí, trabaja en un hospital privado; sí, quizá gane mucho dinero; y, sí, ha salvado muchas vidas ahora en la pandemia. Y no, no ha recibido la vacuna como gran parte del personal médico que trabaja en el sector privado, por razones un tanto inverosímiles.

    Resulta curioso que, en contraste con ese alivio, con esa sensación de seguridad que nos da la vacuna a nuestros mayores, también estemos conscientes de que muchos la necesitaban antes que ellos. Una breve lista elaborada en familia para dar el ejemplo:

    *El otorrino en cuestión. Y todos los doctores de los hospitales púbicos y privados, estén o no en primera línea.

    *También los dentistas, por supuesto, que es difícil que hagan su trabajo con las bocas de sus pacientes ocultas tras un barbijo.

    *El personal de enfermería, ya sea que estén en la zona de urgencias, ya en un consultorio privado.

    *El personal sanitario y de limpieza que trabaja en torno a los servicios médicos.

    *El personal de seguridad de hospitales y consultorios.

    *El personal administrativo de estos mismos lugares.

    *La recepcionista del doctor, el del dentista, los de todos aquéllos a quienes les llegan pacientes potencialmente enfermos.

    *Los encargados de proveer servicios o mercancías a hospitales y centros de salud.

    *Todos aquéllos que, por una razón u otra, deben acudir con regularidad a instalaciones sanitarias y estar dentro de ellas, sin importar si son públicas o privadas.

    La lista no es extensa, se ocupa de los mínimos. Falta agregar, por supuesto, a todas esas personas que siguieron trabajando durante el confinamiento pues sus labores se desarrollaban dentro del marco de las actividades esenciales, pero ésa es otra discusión.

    De momento, baste con saber que no todo el personal sanitario (el término Healthcare del inglés es más preciso) está vacunado. Ni siquiera todos los médicos y enfermeras. Y, sin que sea ingratitud ni un afán por encontrar sólo las cosas negativas, eso desmorona el alivio que se puede sentir al ver vacunados a nuestros mayores. Claro está que cierta retórica triunfalista que acompaña las conferencias vespertinas puede esgrimir argumentos. Muchos. Algunos, incluso, sonarán convincentes sin serlo. Eso poco importa. Es un sinsentido no tener vacunado a todo el personal de salud antes que al resto de la población. Un sinsentido inmenso que acabaremos pagando todos.

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