Vivimos en un mundo muy comunicado, pero en el que las personas se encuentran cada día menos. Se comprende que en este tiempo de pandemia la comunicación cara a cara, charlas de café, saludos directos y la fortaleza de los abrazos hayan disminuido notablemente. Así lo exigen las medidas y protocolos de salud, que continúan recomendando y exigiendo guardar una sana distancia.
Sin embargo, aun cuando no hubiera existido esta contingencia sanitaria, de todas formas, habrían disminuido los encuentros. En efecto, las videoconferencias, las clases en línea, el trabajo desde casa, los chats y las redes sociales habrían irrumpido de todas formas con la comunicación a distancia, tarde que temprano.
No consideramos negativo que el progreso tecnológico nos proporcione estas nuevas modalidades de relacionarnos y comunicarnos en el mismo instante. Quienes vivimos antes de la cultura digital nos sorprendemos ante las facilidades comunicativas que hoy existen, puesto que recordamos la odisea que constituía hacerlo previamente.
Antes, tardaban días en que pudiéramos recibir una carta, dependiendo de la distancia de la cual se nos había remitido y la modalidad que se hubiese pagado: servicio ordinario o aéreo. Hoy, en cambio, apenas oprimimos la tecla enviar para que el destinatario de nuestro mensaje ya esté recibiendo la carta o mensaje que enviamos.
¡Y qué decir de las llamadas telefónicas! Si no contabas con un teléfono residencial, tenías que ir a un teléfono o caseta pública para poder realizar la llamada. Si la comunidad a la que llamabas era muy remota y pequeña, lo más seguro era que sólo se contara con una minúscula y precaria central telefónica.
Sí, hoy la comunicación es más inmediata, pero más fría. Como dijo Philippe Breton: Vivimos en una sociedad numérica siempre más comunicante, y siempre menos encontrante”.
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