El jueves 2 de abril, varios doctores del sector privado recibieron un mensaje a través de distintas redes sociales: estaban vacunando a doctores particulares en la Escuela Naval. Como muchos, V, una radióloga que lleva varios años trabajando en una empresa de estudios de laboratorio e imagen, pensó que era buena idea intentarlo. En la sucursal donde labora, este mismo año, se contagiaron 12 personas, entre médicos y técnicos. Seguramente, algún paciente llegó con el bicho y éste se esparció por doquier. V fue rápido por su cédula y se dirigió al sur de la ciudad. El resto de la historia la conocemos: las autoridades salieron a decirles a los médicos privados que no era una convocatoria para ellos, pues sólo estaban considerados algunos doctores del IMSS y el ISSSTE. Eso no impidió, sin embargo, que muchos de los que atienden consultas privadas corrieran con suerte (llegaron primero). El resto, ante las negativas, ante las explicaciones (ya no hay vacunas) y, sobre todo, ante la frustración, se quedaron ahí por horas, cerrando algunas de las vialidades.

    Más tarde, salió un comunicado en el que se explicaba que los doctores particulares nunca estuvieron convocados a dicho centro de vacunación. También, que todos los médicos de hospitales privados que atienden en la primera línea ya han sido vacunados.

    Sabemos todos que las redes sociales son una de las peores estrategias que existen para transmitir información confiable. Sobre todo, cuando no tienen el sustento de la oficialidad. Es cierto: nadie convocó a los doctores privados. Alguno de ellos, supongo, se enteró por un colega del otro sector y mandó el primer mensaje. Éste se replicó muchas ocasiones hasta convocar a cientos de doctores esperanzados. ¿Por qué fueron si no había ninguna convocatoria oficial, ninguna fuente confiable, ningún comunicado explícito? Lo ignoro, supongo que es diferente en cada caso. Yo, de haber estado en su circunstancia, habría ido por frustración y esperanza.

    De nuevo (he dicho esto a lo largo de mis últimas colaboraciones en este espacio), lo de la primera línea está bien para comenzar. Lo absurdo es que no se haya vacunado a todos los médicos y personal sanitario de este país antes, incluso, de a cualquier adulto mayor de sesenta años.

    He leído comentarios absurdos en redes, como que el Gobierno no debe vacunar a los doctores privados porque éstos tienen muchos recursos y pueden salir adelante con su enfermedad e, incluso, irse a vacunar a Estados Unidos. Absurdos sobre absurdos. Insisto: no todos los médicos privados tienen consultas que los enriquecen pero, incluso si así fuera, al estar contribuyendo a salvar vidas de pacientes contagiados, es de elemental decencia tenerlos protegidos. Y sí, el Estado es responsable de ello en la medida de sus posibilidades. Y sus posibilidades, hoy en día, es haber recibido y aplicado las vacunas suficientes como para tener protegido a este sector entero, sin los matices ni las diferencias entre lo público y lo privado.

    Imagino a V regresando a su casa tras no haber conseguido la vacuna. Algunos de sus conocidos o compañeros de trabajo o estudios sí corrieron con suerte. Ella no. Y este lunes volverá al laboratorio, a las pruebas de imagen. Decenas o cientos de pacientes entrarán a las instalaciones donde ella trabaja. Entrarán en contacto con doctores, con técnicos, con la recepcionista o con el personal de intendencia. Respirarán todos el mismo aire y se resignarán a escuchar que ellos no son de primera línea, que ellos son médicos particulares con privilegios (aunque ganen menos que muchos de quienes tienen plazas en algún sistema público de salud), que hagan un censo o se organicen.

    No es de extrañar que, entonces, la próxima vez que llegue un mensaje como el de ese jueves, muchos médicos saldrán corriendo de nuevo. Mientras sigan sin estar dentro de los planes de vacunación, su esperanza estriba en que les toque ser vacunados por su edad o por un golpe de suerte, de ésos que prometen mucho más de lo que otorgan.

    En verdad, ¿es tan difícil vacunar ya a todos los médicos? Más que balazo en el pie, no hacerlo suena a suicidio lentificado: estamos dejando sin protección a quienes pueden salvarnos.

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