El lenguaje del silencio, de que hablamos en la columna anterior, tiene un lugar preponderante en la música. Sabemos que los silencios, o pausas, son parte esencial de ella y se les concede la misma importancia que al sonido. Proporcionan descanso a los intérpretes, permiten la separación de las frases musicales, aumentar la tensión de la obra y propiciar la respiración.
No obstante, hay composiciones que se distinguen por ser músicas calladas, como la composición que lleva ese nombre, de Frederic Mompou, inspirada en los versos del poeta del Siglo 16, San Juan de la Cruz, en su “Cántico Espiritual” que dice: “La música callada, la soledad sonora, la cena, que recrea y enamora”.
Mompou escribió una colección de cuatro cuadernos musicales de 1959 a 1967, lo que constituyó su proyecto más ambicioso para comunicar su creación estética, donde tenían cabida autores representativos como Fauré y Satie.
Dice Mompou: “Esta música no tiene aire ni luz. Es un débil latido del corazón. No se le pide llegar más allá de unos milímetros en el espacio, pero sí la misión de penetrar en las grandes profundidades de nuestra alma y en las regiones más secretas de nuestro espíritu”.
Añadió: “Esta música es callada porque su audición es interna. Contención y reserva. Su emoción es secreta y únicamente toma forma sonora en sus resonancias bajo la gran bóveda fría de nuestra soledad. Es símbolo de renuncia. Renuncia a la continuidad en las líneas ascendentes de progreso y perfección del arte, porque en esta escalada es necesario, alguna vez, descansar. Deseo que mi música callada, este niño que acaba de nacer, nos aproxime a un nuevo calor de vida y a la expresión del corazón humano, siempre el mismo y siempre renovándose”.
¿Disfruto la música callada, la soledad sonora?