No soy, como usted sabe, si me ha leído, muy optimista en cuanto al coronavirus. Si algo nos ha enseñado es que subestimarlo, es la peor estrategia para enfrentarlo. El mundo enfrentará los años por venir, una pesada carga de enfermedad crónica y muerte. Los gobiernos nunca debieron permitir que se expandiera libremente, como el de México. Esa política es la que nos tiene justo aquí, en la zozobra de las variantes y la eficacia de las vacunas. Pero aún así, querido lector, hemos salido adelante y seguro lo haremos, al menos es lo que podemos desear esta Navidad.

    Pues se acabó el año, querido lector. Se nos fueron los días y también la esperanza de que ya habíamos salido de la pandemia. Pero acá seguimos, neciamente. Estos días he pensado, con pesar, en el año que entra, frente a la variante Ómicron. La manera en que fallamos para contener al virus ha producido que se generen variantes más contagiosas o severas. Es irónico, pero si pensamos en el virus original de Wuhan, parece cada vez más un juego de niños. Si su RO era de 3-4, ahora el de Ómicron es de 18, es decir, es extremadamente más contagioso. Los expertos calculan que es tan contagioso como el sarampión, la enfermedad más contagiosa hasta ahora. El problema es que su transmisión es aérea, esto es, que se transmite por aerosoles que la gente expulsa al hablar o respirar, que quedan en el aire y por los cuales las personas se pueden contagiar. Por ello es imperativo que use mascarillas de alta eficiencia, y que no se junte en reuniones con mucha gente en interiores.

    Lo que nos ha salvado, indudablemente, son las vacunas, pero ahora no parecen ser una medida que, por sí sola, vaya a detener al virus porque todas, en su esquema de dos dosis, han perdido eficacia para protegernos del contagio y de la enfermedad sintomática. En México, el gobierno decidió no aplicar refuerzos con vacunas de mRNA como Pfizer o Moderna, a todos los mayores de 18 años como lo están haciendo en otros países. Lo que deja en gran desprotección a la población y aunque han empezado a poner vacunas a mayores de 60 se escogió una vacuna que no se está utilizando en la mayoría de los países y no hay evidencia de cómo funcionará frente a la variante. Por ello, es necesario, además de vacunarse, implementar todos los métodos a nuestro alcance para protegernos del contagio, esto es, usar cubrebocas bien ajustado, de preferencia N95 en todos los espacios cerrados, evitar socializar sin mascarilla, y quedarse en casa.

    La OMS ha recomendado, incluso, cancelar las fiestas para evitar contagiarse y en países como Estados Unidos o Dinamarca, están viendo una aceleración en el contagio del todo inédita. Así que no queda sino cuidarse, querido lector. Es más sensato extremar precauciones que confiar en medidas que antes nos protegían porque la situación claramente cambió. Y claro, es desalentador y estamos hartos. Yo había pensado, incluso, que ya podría hacer muchas más cosas que antes y ya ve, ahora pienso consolarme haciendo romeritos para dos personas.

    Ah, Navidad, pensaba mientras ponía el arbolito, hace poco. Cómo cambió nuestra vida en dos años, cómo lo que encontrábamos natural desapareció para dejar en su lugar mascarillas y vacunas, caretas y precauciones. Sobre todo, querido lector, la zozobra que vuelve a asaltarnos y que aleja nuestras esperanzas de recuperar la normalidad. Esa que vemos en las series y películas y que extrañamos más cuando recordamos que hay que protegerse y encerrarse en casa, que no podemos salir como solíamos, por pan o una cajetilla de cigarros.

    No soy, como usted sabe, si me ha leído, muy optimista en cuanto al coronavirus. Si algo nos ha enseñado es que subestimarlo, es la peor estrategia para enfrentarlo. El mundo enfrentará los años por venir, una pesada carga de enfermedad crónica y muerte. Los gobiernos nunca debieron permitir que se expandiera libremente, como el de México. Esa política es la que nos tiene justo aquí, en la zozobra de las variantes y la eficacia de las vacunas. Pero aún así, querido lector, hemos salido adelante y seguro lo haremos, al menos es lo que podemos desear esta Navidad.

    Mientras, pues no queda más que cuidarse y comer unos ricos romeritos, pavo, acordarnos de los que ya no están con nosotros y que estos años se han ido.

    En medio de la polarización del País, la inflación, el ruido de las redes sociales, con la zozobra del virus, tal vez valga la pena guardar algo de paz y silencio, entregarse, aunque sea momentáneamente, al villancico interior y desear que todos estemos bien, sanos y salvos, más allá de disputas y desencuentros políticos. El horizonte que nos espera a todos en enero luce muy complicado, así que hay que disponerse a pasársela bien mientras nos cuidamos. Tenemos todavía estos días de gracia, que nos dan ventaja sobre otros países, para evitar que Ómicron arrase como lo está haciendo en otras partes del mundo; aprovechémoslos para ralentizar la fuerza de la ola, y sobre todo, para cuidar la vida de los más vulnerables. La epidemia somos nosotros: nosotros la transmitimos, pues. Si no hay huésped, el coronavirus muere. Seamos considerados con los demás, el mero acto de usar cubrebocas, ventilar, es una forma de cuidado y aprecio. Recuerde que no podemos predecir con certeza cómo nos tratará Ómicron, así como no podemos saber quién contagia de nuestros contactos. Cuide a los niños, no vacunados. El Covid es Covid, no es una gripa, y ahora tienen más probabilidades de enfermar severamente, así lo indican los datos.

    No me queda, pues, más que desearle una feliz Navidad a usted y los suyos, que la Navidad sea un espacio seguro para todos.

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