Neruda y Stalin - 2

BUHEDERA

    Al momento de escribir esta controvertida ‘Oda a Stalin’, el laureado y célebre vate chileno al parecer desconocía el lado oculto del dictador soviético, quien fue el responsable directo de la muerte de cientos de miles de sus propios compatriotas -entre los cuales se contaban miembros del Partido Comunista Soviético, del Ejército Rojo, socialistas, anarquistas y opositores-, quienes fueron perseguidos, juzgados y, finalmente, desterrados, encarcelados o ejecutados en los campos de concentración o gulags, sin mencionar que también provocó la muerte de 10 millones de campesinos ucranianos, quienes fueron asesinados, muertos de hambre o deportados a Siberia durante la colectivización forzosa decretada por los comunistas soviéticos en los años 30’, en el genocidio más espantoso -incluso por sobre el Holocausto judío- que se recuerde en todo el Siglo 20.

    https://www.guioteca.com/mitos-y-enigmas/el-ingenuo-y-controvertido-el-controvertido-poema-que-pablo-neruda-le-dedico-al-cruel-dictador-stalin-por-que-lo-escribio-a-stalin-por-que-lo-escribio/

    Para ilustrar la total docilidad del PC Chileno hacia las directrices instauradas por la Unión Soviética, se comentaba en el ambiente político nacional que ‘cuando llovía en Moscú, los comunistas chilenos abrían sus paraguas en Santiago’.

    Pablo Neruda ingresó en 1945 en las filas del Partido Comunista de Chile (PCCh), año en que también fue elegido Senador de la República. Pablo Neruda, después del famoso discurso del Secretario General del Partido Comunista soviético Nikita Khrushchev de 1956, en el que denunció el ‘culto de la personalidad que había rodeado a Stalin, acusándolo además de diversos crímenes, reconoció en sus memorias ‘que había contribuido en alimentar ese pérfido culto personalista’.

    Sin embargo, a pesar de su total desilusión con Josef Stalin y a su supuesto arrepentimiento por haber escrito su ‘Oda a Stalin’, Pablo Neruda jamás perdió su fe en el comunismo, apoyando la represión de escritores soviéticos disidentes como Boris Pasternak o José Brodsky, algo que le sería reprochado por varios de sus colegas y sus más fervientes admiradores.

    Por otra parte, su figura sibarita y amante de los placeres tampoco se condecía con la figura del militante comunista comprometido con el pueblo proletario. Sus enemigos políticos, de hecho, a sabiendas de que Neruda era propietario de tres valiosas propiedades en tres zonas geográficas diferentes (’La Sebastiana’, en Valparaíso; ‘la Chascona’, ubicada a los pies del cerro San Cristóbal en Santiago y la famosa casona en la localidad costera de Isla Negra), solían referirse despectivamente a él como ‘el comunista con tres casas’.

    La figura de Pablo Neruda, aparte de toda estas polémicas, también se vería ensombrecida en los últimos tiempos por otros episodios más domésticos, aunque igual de controvertidos, como el haber abandonado a los 2 años de edad a su hija Malva Marina, quien padecía de hidrocefalia y falleció a los 8 años víctima precisamente de esta enfermedad. ‘Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos’, escribió Neruda en una misiva a propósito de ella.

    En su libro de memorias ‘Confieso que he vivido’, el poeta también se ganaría la repulsa total del mundo feminista cuando reveló un episodio en el que relató cómo había forzado sexualmente a una empleada que limpiaba su casa, mientras ejercía como cónsul en la isla de Ceilán (hoy Sri Lanka): ‘El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia’, escribió.

    Esta paradójica dualidad entre la vida pública y algunos cuestionables aspectos de la vida privada de Pablo Neruda sería abordada por el escritor argentino César Aira, autor del ‘Diccionario de autores latinoamericanos’, donde abordó la controvertida figura del vate chileno. Aira afirmó que el ‘cinismo de Neruda le permitió vivir sin sentir miserias ni dolores, aunque se los infligiera a otros. Creo que era muy propio de aquellos izquierdistas de antes (y de ahora), tan infatuados con su postura de Amigos del Pueblo que se lo podían permitir todo, desde el adulterio hasta el champagne. De cualquier modo, la calidad literaria corre por un canal distinto al de la moralidad’”.

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