Neuropolítica: entre
la emoción y la razón

ALDEA 21
    Lo cierto es que en todas las estrategias de campaña, unas con mayor o menor énfasis, se apela al miedo, a la indignación o a la confianza, con la clara intención de influir en el estado de ánimo de los electores.

    Han pasado 26 días de campaña y en Sinaloa continúan siendo los candidatos al Gobierno del Estado los que más cobertura tienen en los medios de comunicación y redes sociales, esto los coloca en un escenario de mayor atención por encima de las candidaturas a las alcaldías y diputaciones locales y federales, que no han podido instalarse en la mira ciudadana, manteniéndose algunas casi en el anonimato electoral.

    Prácticamente queda un mes y dos días para que el proselitismo concluya el próximo 2 de junio, no obstante, el rumbo de las campañas todavía no logra conectar con el entusiasmo ciudadano, la pandemia y la creatividad para enganchar el interés del electorado parecen transitar por caminos distintos.

    Aunque los aspirantes se esmeran en llevar sus propuestas y mensajes a los diversos sectores sociales, el tiempo y la contingencia sanitaria se mantienen en su contra. Esto los sitúa en un verdadero dilema en el que sortean sus estrategias de campaña a nuevos comportamientos del elector, quien enfrenta también nuevas realidades sociales. Estas nuevas circunstancias habrán de influir la preferencia al momento de votar. En ese interés los comités de campaña implementan diversas tácticas para crecer las preferencias de sus candidatos.

    Entre todas las herramientas, medios y estrategias de campaña, se logran ver dos rutas en las que se deposita la confianza de mayor efectividad para ganar la mayoría de votos, una es la vía que convoca al razonamiento y análisis para decidir el voto y la otra es la que intenta persuadir con elementos que influyen, según se afirma, el funcionamiento del cerebro y las relaciones con la conciencia a través de lo que se conoce como “neuropolítica”.

    En las últimas décadas, se han desarrollado estudios relacionados con el empleo de técnicas que provienen de la Neurociencia, una área del conocimiento científico que reúne un conjunto diverso de otras disciplinas que estudian el sistema nervioso y su objetivo central es conocer las bases biológicas de la conducta humana, así como lo relacionado con el aprendizaje, la memoria y las emociones.

    Según nos explica el asesor en comunicación y política, Antoni Gutiérrez-Rubí, la Neuropolítica se abre paso como una nueva disciplina de las neurociencias, capaz de comprender cómo actúa el cerebro de los seres humanos en su condición de ciudadanos, electores o activistas frente a los estímulos de la comunicación política. Esto les permite conocerlo mejor, saber cómo funciona, saber cómo articula sus imágenes, con qué valores, con qué sentimientos y cómo se canalizan sus decisiones.

    Para Gutiérrez- Rubí, con la Neuropolítica, estamos explorando el potencial de la “política de la emociones”, la plasticidad (el cerebro es capaz de cambiar su estructura y sus funciones a través de la actividad y el pensamiento), el rol del inconsciente y la redefinición del concepto de memoria en la toma de decisiones. Y leyendo las aportaciones de Drew Westen, psicólogo y especialista en estos temas, en su trabajo El cerebro político, afirma que “las razones” no siempre dominan a “la razón”. Y que la mejor manera de llegar al cerebro de un elector es a través del corazón. De ahí que desde hace tiempo se utilicen a la Neuropolítica en el ámbito de la mercadotecnia electoral.

    El neurocientífico Antonio Damasio, en su libro El extraño orden de las cosas, menciona que la sociedad se ha centrado en la ciencia y la tecnología, pero la clave de todo está en que somos seres que sentimos. El resto de cosas, como el intelecto o la visión del mundo que nos rodea, vienen después. Esta idea plantea que de alguna manera en nuestro cerebro aparecen los elementos de la razón y las emociones a la hora de tomar una decisión, por lo que cada imagen, mensaje o comportamiento de los candidatos, lleva una doble comunicación que habrá de recibirse por el cerebro del elector en su parte que razona y la parte que siente.

    Es por eso que ahora podemos apreciar en campañas del actual proceso, propaganda electoral a través del discurso político, la producción de videos-historias, imágenes de diseño publicitario y la opinión periodística de encargo, el uso cada vez más evidente de mensajes verbales y no verbales, dando énfasis, por ejemplo, a la emoción para comunicar intenciones sutiles de generar miedo si gana o pierde tal partido, o del mensaje que plantea escenarios caóticos, de desolación y fracaso, igual lo hacen los que convocan a la indignación y el enfado para ganar el hartazgo como sucedió en 2018 o de quienes llaman a la confianza y a la seguridad de un proyecto de gobierno.

    Lo cierto es que en todas las estrategias de campaña, unas con mayor o menor énfasis, se apela al miedo, a la indignación o a la confianza, con la clara intención de influir en el estado de ánimo de los electores. Sin embargo, en asuntos tan importantes como decidir a quién delegar la autoridad de gobernar y legislar en los municipios y la entidad, es nuestro deber como ciudadanos, lograr que nuestras emociones se conecten con el discernimiento para encontrar las razones que nos permitan elegir con inteligencia y responsabilidad. Que a propósito del día de la niñez, un excelente regalo sería heredarles una mejor sociedad,

    Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.

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