Nosotros y la escritura

ALDEA 21
    A diferencia de la eterna pregunta de qué fue primero si el huevo o la gallina, en el tema que nos ocupa, podemos afirmar con seguridad que antes que un lector habría primero un escritor. Por ello la importancia de plantearnos la sana discusión que nos permita encontrar la ruta más acertada para fomentar la lectura escribiendo. Leer o escribir, es quizá ahora nuestro dilema.

    Suponemos, según la historia, que fue hace 3 mil cien años antes de Cristo, que en el sur de Mesopotamia se inventó la escritura. Como también se sostiene que posteriormente se crearon, sin tener relación alguna, otras formas de escritura en China, Egipto y México. Más de 5 mil años y 2 siglos han pasado desde que el ser humano creara la herramienta considerada como la más importante del lenguaje para comunicarnos.

    De ahí que el término de analfabeta posea un significado de subdesarrollo en las personas, de limitaciones sociales entre ellas la del aprendizaje pues de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas, tiene repercusiones durante todo su ciclo vital afectando el entorno familias y restringiendo los beneficios del desarrollo personal y obstaculizando el goce de sus derechos humanos. Por ello desde 1948 la adquisición de competencias básicas como la lectura y la escritura se consideran como un derecho humano inalienable.

    Con el tiempo se ha ido valorando cada vez más el aprender a leer y escribir como una necesidad fundamental con la cual construimos significado, una interpretación de los que somos y entendemos de la vida. Escribir entonces es para mí, como para muchas otras personas, una forma de ser y de estar.

    En este sentido es que se mantiene para este 2022 el propósito de escribir cada semana un artículo de opinión para esta casa editorial de Noroeste, una costumbre y sobre todo una oportunidad que inició hace ya 12 años. Un tiempo valioso que me ha brindado experiencia, aprendizaje y crecimiento, y en el que se expresa no sólo la reflexión y análisis de diversos temas, sino también esa necesidad que descubre el ser humano para encontrarse, relacionarse y darle sentido a la vida a través de la escritura.

    Escribir entonces simboliza no sólo existir y compartir, significa también reconocernos y entendernos, otorgarnos un valor que nos personifica y nos significa cuando nos es posible leernos y escribirnos en estas dos universales e infinitas prácticas de comunicación.

    De ahí que la escritura, por la importancia que subyace en ella, sea la razón primordial por lo que se promueve la lectura. Aunque en nuestro país se lee poco, o muy poco, que de acuerdo con el INEGI, para 2021 en México la población leyó en promedio 3,7 ejemplares al año en vez de los 3,6 que leían el año anterior y de los 3,1 en 2018.

    Para algunos estas cifras podrían ser alentadoras, pues en cuatro años, casi hemos alcanzado la cantidad promedio de 4 libros leídos por mexicano. Sin embargo, sabemos que las cifras pueden llegar a ser hasta penosas si las comparamos con países como Finlandia con un promedio de 47 libros leídos al año por habitante.

    Tal vez los programas de lectura, que durante décadas han existido y se han impulsado de diversas maneras, con muy bajos resultados de acuerdo con estas estadísticas, en las que incluso la UNESCO dio a conocer que para 2021 el 80 por ciento de los mexicanos afirma no haber leído ni siquiera un libro al año, debieran replantearse más en la dimensión de la escritura y no tanto en el plano de la lectura.

    Quizá lo que hace falta además de promover en las personas el hábito de la lectura, es sumar un vigoroso esfuerzo para fomentar con mayor ímpetu el hábito de escribir, pues bien cabría, ante esta realidad de “analfabetismo funcional” casi generalizado, la necesidad de preguntarnos ¿quién podría interesarse o valorar más la lectura, un escritor o un lector?

    Lo cierto es que, como afirma el propio Inegi, el fomento a la lectura -y en este caso también el de la escritura- en la escuela y el hogar es un camino para el desarrollo social y una apuesta por la inversión en la gente a través del fortalecimiento de sus capacidades, ya que contribuye a la formación de la población, a su acercamiento a las expresiones de la cultura y al desarrollo de una conciencia crítica.

    A diferencia de la eterna pregunta de qué fue primero si el huevo o la gallina, en el tema que nos ocupa, podemos afirmar con seguridad que antes que un lector habría primero un escritor. Por ello la importancia de plantearnos la sana discusión que nos permita encontrar la ruta más acertada para fomentar la lectura escribiendo. Leer o escribir, es quizá ahora nuestro dilema.

    Quizá sea esta una idea un tanto temeraria o propicia para la discusión bizantina, sin embargo, creo que sería muy conveniente trazarnos una ruta tanto, desde la reflexión profunda, como desde la compresión del sentido común, para consensar propuestas que permitan descifrar las causas sociales que no han permitido alcanzar que la lectura sea un hábito que con el tiempo crezca a un nivel que se equipara con la importancia de la lectura en el desarrollo de las personas y nuestra sociedad.

    Octavio Paz escribiría, “Soy hombre, duro poco, y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba, las estrellas escriben, sin entender, comprendo. También soy escritura, y en este mismo instante, alguien me deletrea”.

    Somos el suceso que se plasma cuando se escribe, la posibilidad que se desprende cuando se lee, somos cuando escribimos, al mismo tiempo suceso y posibilidad.

    Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes, deseando a todos un feliz y prospero año nuevo. Que el amor, la salud y la armonía reine en ustedes y los suyos.

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