No se necesita ser demasiado perspicaz para entender que pasamos del “Aranceles o cuello” que Donald Trump le aplicó al Gobierno mexicano hace un año al “Vacunas y cooperando”. Desde hace varias semanas ya se reportaba en Honduras la salida de miles de niños, niñas y adolescentes con rumbo a Estados Unidos donde, era previsible, el discurso del nuevo Presidente de Estados Unidos tendría un “efecto llamada” para atraer a nuevos inmigrantes, independientemente de las intenciones del equipo de Biden de cambiar el escenario migratorio en su país por etapas, donde la primera orden implicaba que sólo serían admitidos para presentar sus casos ante cortes migratorias estadounidenses aquellas personas que hubieran llegado a la frontera norte de México antes del 1 de enero de 2021. Esta restricción resultó ser solo una sugerencia para quienes tenían ya la intención de migrar, sobre todo por cuestiones económicas, de seguridad y por reencontrarse con sus seres queridos, lo que explica la movilización de los menores, que en el mejor de los casos buscan reunirse con sus padres o familiares cercanos.

    Aunque esta movilización masiva de nuevos migrantes provenientes sobre todo de distintos países de Centro América y El Caribe no tuvo la visibilidad que generaron las caravanas de hace dos años, si son parte de un flujo de personas que se mantuvo constante a lo largo del año y que se aceleró el último mes. Estos grupos, sin embargo, se encontraron en un cuello de botella en la frontera norte mexicana pues, aunque miles de sus paisanos ya empezaron a cruzar hacia Estados Unidos, la llegada de nuevos solicitantes de asilo desbordó, una vez más, las instalaciones y albergues del lado mexicano, preparados, en su mayoría y salvo excepciones, de manera muy rudimentaria.

    Como suele ocurrir con el tema migratorio, las imágenes construyen notas informativas que tienen un uso político inmediato. Para los republicanos la sola presencia de nuevos contingentes de migrantes, sobre todo de menores no acompañados (se calculan en cerca de 3 mil), ha sido el pretexto político ideal para fortalecer su posición dura contra los demócratas en un tema que Biden prometió cambiar de raíz y muy pronto, está teniendo que ajustar. De esta manera, aunque sin duda avanzará el debate entre congresistas en planes concretos hacia ciertos grupos específicos como son los trabajadores esenciales (agrícolas sobre todo), los dreamers, y los solicitantes de asilo ya en proceso, lo mismo que los nacionales venezolanos a la espera de un tipo especial de visado. En paralelo, estamos viendo ya los primeros golpes políticos contra los demócratas que al tener una mayoría muy frágil en el Congreso y prácticamente empate en el Senado, requieren de un número importante de votos de los republicanos para aprobar la propuesta prometida por Biden de regularizar a 11 millones de personas que viven sin documentos en ese país, lo que implica un nivel de negociación muy desgastante.

    En medio de este jaloneo es donde otra vez México se vuelve parte de un pleito ajeno y sin forma de darle la vuelta. Es ahí donde brincan los asegunes. Apenas el jueves se anunció, como resultado del encuentro de Biden con López Obrador, que Estados Unidos aportará poco más de 2 millones de vacunas para que se acelere la protección contra la Covid-19 en México. Sin embargo, casi de manera simultánea al anuncio, México hizo públicas restricciones a la movilidad en sus fronteras para prevenir, se dice, la expansión de la Covid, cuando a lo largo de un año se ha repetido que ni cerrar las fronteras ni el flujo migratorio son por sí mismos factores que incrementen aún más el riesgo del contagio. Adicionalmente, esta medida se toma en un momento en que el país pasa de un Semáforo rojo de extrema gravedad en el contagio, a un punto de desaceleración, por lo que el argumento no convence fácilmente.

    Es evidente que la asimetría entre ambos países, la fragilidad del momento por la pandemia, los tantos frentes abiertos en la política interna mexicana, la intención de algunos grupos de poder mexicanos por amarrar navajas entre dos gobiernos que apenas tuvieron un primer encuentro, no ayudan a que México pudiera tener una estrategia distinta hacia los flujos migratorios que la que dicta Washington. Pero lo que tampoco queda claro es si realmente el Gobierno mexicano quisiera tener una política migratoria diferenciada de la estadounidense, que fuera más allá del papel de contención al tránsito y de la propuesta de invertir en los países de la región como apuesta a largo plazo, cuando hay mucho que podemos hacer desde aquí, desde ahora, en el tema migratorio, sin que tengamos ni que pedir permiso ni siquiera avisarle a nuestro vecino del norte, a veces bravucón y estridente, a veces de una delicadeza hostil, pero siempre tan incómodo como inevitable.

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