En un texto clásico, Humano, demasiado humano, el filósofo Federico Nietzsche se quejó de la debilidad de este ser que abriga sentimientos no-egoístas de compasión, autonegación, sacrificio; en síntesis, sentimientos de blandura hacia la vida fundados en la moral cristiana con conciencia de culpa, que no permite ni facilita el surgimiento del superhombre, fundamentado en la voluntad de poder.
El filósofo español Josep María Esquirol estableció un paralelismo con el libro de Nietzsche y escribió otro titulado Humano, más humano, donde precisó que, desde la óptica del pensador alemán, la anomalía humana debe ser superada y, además, se queja y entristece por la poca fuerza del hombre.
Sin embargo, Esquirol se preguntó si la debilidad es siempre una manifestación de bajeza, y subrayó que le preocupan las evasivas tecnológicas de nuestra época: “la del transhumanismo, con sus golosas promesas de un más allá de lo humano”.
Sin desdeñar las innovaciones biotecnológicas y su concomitante progreso, se refirió al discurso ideológico con que se presentan: “¡Qué paradoja más triste: aspirar a y confiar en llegar más allá de lo humano y quedarnos cortos en humanidad! Es decir, perdernos, y no advertir que el horizonte más importante no se encuentra más allá -más lejos-, sino más adentro”.
Acto seguido, anotó algunas de las severas incongruencias de esta humanidad: “Desde hace un par de siglos vivimos bajo la insistente retórica del progreso y, sin embargo, las víctimas no han dejado de amontonarse escandalosamente en las cunetas... El gobierno del mundo continúa demasiado lleno de banalidad y de intereses particulares. Y, entre todos nosotros, tras haber tratado la tierra como almacén de recursos, éstos ya casi los hemos agotado y aquélla la hemos degradado a depósito de desechos”.
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