Reunión con mis ex colegas de profesión

LETRAS DE MAQUÍO

Este fin de semana asistí a la convención anual de agrónomos egresados del Tecnológico de Monterrey. Es reconfortante encontrar viejos amigos dedicados a la investigación agrícola o a la producción pecuaria o simplemente como empleados de alguna dependencia oficial.

Bajo la presidencia del doctor Jesús Moncada de la Fuente, antiguo compañero de clases, que hoy encabeza el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas y encargado de toda la investigación del País, se efectuó nuestra reunión.

Fue grato volver a ver a la doctora Lourdes de la Isla, primera agrónoma del País, con quien tuve el privilegio de estudiar hace ya más de 25 años y que hoy dirige la escuela de posgrado de Chapingo en la división de enfermedades que afectan las plantas.

En una u otra forma, de todas las disciplinas (zootecnia o fitotecnia), de todas las regiones del País, los que egresaron hace más de 25 años, como yo, y los de reciente graduación, nos reunimos no sólo a recordar amigablemente nuestros tiempos estudiantiles, sino a intercambiar experiencias y motivarnos unos a otros para ayudar a resolver lo que considero el problema más lacerante de nuestro País: el campo, su baja productividad, el reducido ingreso del 35 por ciento de nuestra población que vive de él y la terrible corrupción que rodea toda esta actividad.

La impresión que me traigo de mis colegas es magnífica, es gente técnica que se ha mantenido al día en sus estudios y son bastante creativos. Sin embargo, me dan la impresión de un cierto dejo de ingenuidad, ya que la mayor parte de ellos todavía creen que con sólo investigación y tecnología saldrá adelante nuestro agro. Esta creencia no hace más que comprobar su buena fe.

Pienso que los tabúes son nuestro gran problema. En alguna ocasión le dije al licenciado López Portillo que el campo mexicano era como Don Quijote de La Mancha, un libro que todo mundo presume de haber leído, aunque no es así, para que no lo tilden de ignorante.

Todos los mexicanos opinan y pontifican sobre el campo, sobre todo los del Distrito Federal, que en su vida han entendido al campesino. En alguna ocasión, cuando mi mujer y yo pertenecíamos al Movimiento Familiar Cristiano, invitamos a un matrimonio a dar unas pláticas en nuestro rancho y recuerdo que, por increíble que parezca, tuve necesidad de traducir lo que dijeron nuestros amigos, ya que los trabajadores de nuestro rancho no lograban entenderles.

El campesino ha sido, por mucho tiempo, objeto de manipulación y colonialismo. El paternalismo oficial, para conservar la hegemonía en el campesinado, ha sido el arma que han utilizado los seudo líderes ejidales para mantener el estado de dependencia del campesino, que ya está harto de ellos y no cree absolutamente en nada de lo que le dicen.

El banco rural hace como que les presta y ellos como que le pagan. ANAGSA hace como que les asegura y ellos como que le cubren la cuota. El líder los roba en la compra de la maquinaria o los induce a rentar la parcela y ellos se hacen tontos y jamás colaboran en algo.

Y así, siguen en el subdesarrollo, el paternalismo y el infantilismo. ¿De veras serán muy revolucionarios aquellos que no han podido inventar e implementar otra cosa más que la repartición de la tierra?

De veras serán muy demócratas los que han utilizado al campesino como carne de cañón para votar? ¿En verdad creen nuestras autoridades que México saldrá adelante con su enorme deuda externa importando más de 10 millones de toneladas de productos agropecuarios? ¿Hasta cuándo acabaremos con los dichos mexicanos como “No hagas p... (aire) en el ejido porque te quitan la parcela”? O aquel otro que dice “Ya que somos p... (tontos) vamos siendo desconfiados”.

Miércoles 11 de mayo, 1983

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