|
OPINIÓN

Si México fuera un avión

El plan de vuelo del piloto tenía tres objetivos: acabar con la corrupción de la tripulación, llegar en paz a su destino y lograr una travesía más placentera para todas las clases del avión, especialmente para la clase económica.

Si México fuera un avión, sería el décimo quinto más grande del mundo en términos económicos y transportaría a 126 millones de pasajeros.

Para volar un avión y llevarlo a su destino es importante hablarle a los pasajeros; pero más aún (puesto que el piloto es incapaz de ver físicamente el lugar al que se dirige) atender al panel de instrumentos que indican que la velocidad, la altura y la dirección están bien y que TODOS los sistemas del avión funcionan correctamente; y que aquellos que no funcionan se corrijan en tiempo y forma.

López Obrador, el capitán actual, llegó en 2018 cuando el avión de México presentaba serios problemas coyunturales y estructurales: la tripulación estaba corrompida por los privilegios de la clase premier, al motor económico le faltaba potencia para volar más alto y más rápido, el tanque de combustible estaba roto, había unos terroristas en el interior que todos los días asesinaban a 100 pasajeros y en clase media solo volaban algunos millones mientras que la mitad del avión lo hacía hacinada en la clase “económica”; ahí en esa sección no hay aire acondicionado, falta comida y la atención médica es denigrante.

El plan de vuelo del piloto tenía tres objetivos: acabar con la corrupción de la tripulación, llegar en paz a su destino y lograr una travesía más placentera para todas las clases del avión, especialmente para la clase económica. Básicamente, había que ir a la izquierda.

Para complicar más el plan, en las primeras horas de vuelo entró al avión una pandemia que ha matado a centenas de miles de personas directa e indirectamente y que obligó a parar por unas horas todos los aviones del mundo.

Tres años después de su llegada, el vuelo se pone turbulento y el capitán, abrumado, se ha enfrascado en convencer a los pasajeros que la cosa va “mejor que nunca”: encerrado en la cabina, toma a diario el micrófono, despotrica contra los capitanes del pasado y anuncia que su cabina es más austera, que la tripulación ya no usa trajes costosos, que habrá más beneficios para la sección económica a la que nadie atendía y, sobre todo, que muy pronto el avión aterrizará en una playa paradisiaca donde todos serán iguales. A veces cuenta chistes y siempre invita a sus pasajeros preferidos para que se rían de ellos.

Mientras tanto, el tablero de instrumentos dice otra cosa: hay lucecitas encendidas en rojo y amarillo aquí y allá, incluso ya suenan algunas alarmas que indican que el avión no va directo al destino trazado. Cuando algunos copilotos tuvieron el valor civil de señalar el peligro de esa situación, fueron despedidos.

El indicador más preocupante es la violencia que no ha cedido, se mantiene en niveles históricos de homicidios con 100 diarios y una tasa de casi 30 por cada 100 mil habitantes. Además, hay más de 91 mil personas desaparecidas y no localizadas a las que buscan sus familias con recursos propios y el mínimo apoyo de las autoridades.

Los criminales organizados controlan cada vez porciones más amplias del avión. En la pasada elección asesinaron a decenas de candidatos e intervinieron en al menos 10 elecciones locales. Como la peor crisis del estado de derecho, destaca el 17 de octubre de 2019, cuando el Cártel de Sinaloa obligó al capitán a liberar a uno de sus principales líderes, detenido por la Guardia Nacional en un pésimo operativo que dejó, al menos, tres víctimas inocentes y cuyos asesinatos siguen impunes. Alfonso Durazo, el “responsable”, será Gobernador de Sonora.

El segundo más grave es un indicador menos perceptible. La impunidad en el sistema de justicia penal es de 92.4 por ciento según datos de México Evalúa, una pasajera de la minúscula sección de la sociedad civil a la que el piloto estigmatiza cada vez que le incomodan. México es también el país número 60 de 69 en el Índice de Impunidad Global (IGI 220). Por eso, cuando el capitán sale de gira por los pasillos, pasajeros de la clase económica agraviados por la falta de justicia le gritan y no lo dejan caminar.

La pandemia, además, ha sido un problema mal atendido. El capitán y sus encargados de salud reconocen 259 mil muertes oficiales pero el exceso de mortalidad señala que son el doble. Muchos murieron en su asiento sin acceso a pruebas ni atención médica. El capitán decidió no poner ni un peso más de presupuesto a la salud de los pasajeros a pesar de que tenía disponibilidad de recursos.

A pesar del discurso en favor de la clase económica y de los programas sociales que solo llegan a un tercio de ella, el avión se hace más pobre en lo general. De 2018 a 2020, 3.8 millones de pasajeros de la sección media se pasaron a la clase más económica porque ya no pudieron costear sus asientos y ahora son 55.7 millones en total. Muchos hasta se quedaron sin asiento y deambulan por los pasillos de la informalidad; son mayoritariamente mujeres y jóvenes a merced del crimen organizado y la violencia feminicida. Como respuesta, el capitán negó los datos y ofreció cacahuates a micro y pequeños empresarios.

El tanque, de marca Pemex, sigue fugando combustible escandalosamente. Tan solo en 2020 perdió mil 317 millones de pesos diarios. Los expertos insisten en que urge cambiar el tanque obsoleto por uno más moderno y sustentable, pero el piloto insiste en ampliarlo. De seguir así, el tanque podría colapsar el avión. Uno de los responsables de esa debacle, Emilio Lozoya, ha sido acusado de corrupción sin ninguna sentencia hasta ahora.

Para estabilidad del ambiente social dentro del avión, desde afuera y de manera electrónica, los parientes que viajan en el avión de Estados Unidos, el más moderno del mundo, envían más dinero que nunca a sus familiares de México para que sobrevivan. Curiosamente, el piloto presume este récord como suyo.

Una cosa buena es que el avión mexicano, a diferencia de otros, es democrático: tiene ventanas para ver hacia afuera y casi siempre se puede acceder a los datos de la cabina a través de los periodistas que logran asomarse a ella, a regañadientes de la tripulación y gracias al abogado de transparencia del avión, el INAI, al que el capitán quiere correr porque su sueldo le parece caro. 22 de esos periodistas han sido asesinados durante este vuelo.

De pronto, algunos pasajeros de la tripulación de la competencia se ponen respondones; la verdad es que el resto de los pasajeros no les hacen mucho caso porque volaron el avión por décadas y dejaron mucho que desear. Algunos de sus líderes tuvieron que cambiarse al avión de España con maletas de lujo. Otros, mezquinos, tienen muchas ganas de que el piloto estrelle el avión solo para tener razón de que era “un peligro”.

Por eso, cuando los pasajeros críticos reclaman ajustes en la dirección o los maltratos de la tripulación, el piloto no escucha, activa de inmediato la distracción o la descalificación, siembra chismes desde la cabina hasta los baños del fondo para dejar mal parados a los pasajeros que gritan con razón desde su asiento. En las pantallas del avión, costeadas con dinero de los pasajeros, se reproducen esos mensajes “orgánicamente” y la agencia de noticias oficial, Notimex, ha sido parte de ese hostigamiento.

A la tripulación le ha dado por promover un padrón con datos biométricos de todos los pasajeros, quienes desconfían: saben que en este avión el gobierno ha espiado históricamente a sus pasajeros sin ninguna consecuencia. Y que muchos de esos espiados han terminado en la cárcel o desaparecidos.

Por ahora, el capitán sigue siendo popular: 60 por ciento de los pasajeros lo apoya, sobre todo la agraviada clase económica que cree en su honestidad y sus buenas intenciones y porque no ve una mejor tripulación disponible; pero que no sabe que cada vez hay menos presupuesto para los alimentos que reciben gratis y a la que llega, vía las benditas redes sociales, con mayor intensidad la propaganda de la tripulación en turno. Propaganda que desvía la atención de los indicadores del tablero de instrumentos.

En la clase premier, a ladito de la cabina y con acceso directo al capitán, viajan los mexicanos de siempre: Salinas Pliego, Slim, Azcárraga. También extranjeros representantes de grandes corporaciones a las que ahora se les cobran mejor los impuestos.

Mientras el avión sigue sin ganar altura ni velocidad; por fuera y de manera silenciosa, unos pasajeros protegidos por el capitán van pintando la nave de color verde olivo, el personal porta uniformes militares y controla ya TODA la seguridad del avión; así como la operación y vigilancia de ciertos espacios como la cabina de control y los pasillos; además se les ha encargado, con harto presupuesto, la remodelación y construcción de áreas clave.

Este, que despegó como un vuelo civil lleno de pasajeros esperanzados rumbo a la pacificación, se parece cada vez más a uno militar con destino desconocido.

Tras tres años de vuelo, el avión no va bien. Vuela con cierta estabilidad pero muy lejos de su potencial. Y se desvía del destino prometido por su legítimo capitán. A veces, incluso, va más a la derecha que antes. Nostálgico, el capitán ya habla de su retiro cuando no ha terminado de volar y aún podría corregir el rumbo.

Pero más allá de si el capitán nos cae bien o mal, en el avión vamos todos. Dentro de tres años tendremos la posibilidad de cambiar de tripulación o mantenerla. Lo que urge es atender el tablero de instrumentos y apuntar a dónde debemos ir. Antes que los criminales tomen control completo del avión... o se nos acabe el combustible.

Periodismo ético, profesional y útil para ti.

Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.


Suscríbete
Regístrate para leer nuestro artículo
Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


¡Regístrate gratis!