Vivir en soledad no es recomendable porque el ser humano es gregario y, por tanto, necesita de la convivencia, diálogo y compañía. Sin embargo, habría que añadir que también necesita nutrir su espíritu con reconfortantes momentos de soledad, pues no tendría nada que ofrecer a los demás si no abrevara en el pozo de su interior para extraer la riqueza que ofrece su persona.
Nos referimos, claro está, a una soledad buscada, no a una soledad impuesta. Ésta última sí lesiona, amarga y empobrece. En cambio, la primera es requisito fundamental para aumentar el autoconocimiento, recomendado ampliamente desde la antigüedad. Quien busca la soledad entabla un diálogo fructífero consigo mismo, como subrayó Sartre: “Si estás solo cuando estás solo, estás en mala compañía”.
Cultivar momentos cargados de soledad es condición necesaria para profundizar y enriquecer nuestra persona. En las Ensoñaciones de un paseante solitario, Rousseau escribió: “Consagro mis últimos días a estudiarme a mí mismo... Esas horas de soledad y meditación son las únicas del día en que soy yo plenamente y para mí sin distracción ni obstáculo, y en que verdaderamente puedo decir que soy lo que la naturaleza ha querido”.
El poeta Rainer María Rilke resaltó que la riqueza y armonía de la persona se comienzan a cultivar en la soledad; es decir: ““Si su diario vivir le parece pobre, no le culpe a él. Acúsese usted mismo de no ser lo bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues para un espíritu creador no hay pobreza... Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta usted ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese cámara de los tesoros del recuerdo?”
¿Profundizo en la soledad?
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