Turbulencia y aterrizaje: abróchese el cinturón

    Despegado el vuelo del “Aifa sido como Aifa sido” (me cuesta trabajo entender que los seguidores de la 4T utilicen esta fórmula de autodesprestigio gubernamental para presumir el aeropuerto, pero allá ellos) la pregunta es qué nos espera en la ruta del país. Lo que se ve al frente es turbulencia política y económica, y cómo salgamos de ella dependerá fundamentalmente de la pericia de la tripulación, pero fundamentalmente del capitán López Obrador.

    En materia económica la ruta hacia al fin del sexenio no parece tener buenas condiciones. Alta inflación y poco crecimiento no son una buena combinación. La inflación está más asociada a factores externos -el sobrecalentamiento de la economía estadounidense y la guerra en Ucrania- pero que sea externo no significa que el piloto ni tenga responsabilidad en la conducción de la nave. El segundo factor, la falta de crecimiento, sí está asociado directamente con lo que haga o deje de hacer el Gobierno. No se trata sólo la conducción de los indicadores macroeconómicos, donde el Presidente ha sido particularmente cuidadoso, sino la confianza y el medioambiente económico propicios para la inversión, y eso tiene que ver fundamentalmente con lo político.

    La confrontación y el conflicto, elementos indispensables para cualquier cambio político, inhiben la inversión y por tanto el crecimiento. El verdadero reto de la administración lopezobradorista es gestionar el cambio político que busca el Presidente junto con un crecimiento que se traduzca en bienestar. No hay, hay que repetirlo hasta el cansancio, programa social que supla la falta de empleo o ingreso familiar. Lo vimos claramente en el reflejo que tuvo la pandemia en el resultado electoral de la Ciudad de México: las familias que viven de la economía informal dependen más de un entorno económico en crecimiento que de los programas gubernamentales.

    Avanzar en la agenda política que quiere López Obrador, que podríamos resumir como la recuperación de un Estado más fuerte y presidencialista, genera choques permanentes con las élites económicas y con quienes toman decisiones sobre la inversión. El éxito o fracaso de la Revocación de Mandato el próximo 10 de abril será un indicador para el Presidente y para la clase política de qué tan rápido puede avanzar la agenda de construcción -en realidad restauración- del Estado presidencialista y hasta donde tendrá apoyo de otros grupos políticos, principalmente del PRI. (No es casualidad, por ejemplo, que estén planteado votar la Reforma Eléctrica en la Cámara de Diputados tres días después de la Revocación).

    El dilema del piloto no es sencillo: si el Presidente opta la confrontación para acelerar la transformación política que pretende, la ruta hacia fin de sexenio estará llena de turbulencia y riesgo económico. Si va por la vía segura, evitando los grandes nubarrones oscuros, corre el riesgo de llegar tarde y perder la conexión. No necesariamente porque Morena pierda la elección, sino porque el nuevo Presidente cambie el rumbo. Encima, la tripulación, -el Gabinete y la clase política- no parece que vaya a ser un apoyo, por el contrario, muchos de ellos generarán incertidumbre e inestabilidad durante el vuelo.

    La señal de abróchese el cinturón está encendida.

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