Una tercera parte
del territorio

    El sol en el cenit pega inclemente sobre la plaza Benito Juárez reduciendo la sombra de los árboles a una pequeña mancha. Los aleros de los tejados no protegen las delgadas banquetas. Algunos encuentran refugio en la misa de 12 dentro de la Catedral de San Jerónimo, pero hay mucho más gente en las calles, transitando en sus coches o camionetas, escuchando, haciendo a otros escuchar con sus potentes sistemas de sonido, narcocorridos. No es uno ni dos, son decenas de camionetas de trabajo o de lujo las que circulan despacio, al ritmo lento del tráfico del pueblo de un solo e inútil semáforo. Cada uno con su tema favorito, cada cual con su música y letra que canta loas a un capo, a un jale. El ambiente es denso. Los policías municipales tiene una gran preocupación: que nadie se siente en las bancas de la plaza: las normas sanitarias por la Covid lo prohíben. Bienvenidos a Tacámbaro, pueblo mágico, entrada a la Tierra Caliente de Michoacán. No hay mentira en ello.

    Casimiro Castillo es un poblado enclavado en las sierra del sur de Jalisco en lo que hace un siglo fue la hacienda de La Resolana. Debe su nombre a un líder agrario asesinado ahí mismo en 1925. Hace unas semanas tres policías municipales fueron desarmados y detenidos acusados de secuestro y desaparición forzada. Unos días después se reportó la desaparición del Alcalde con licencia que buscaba ser reelecto, Alfredo Sevilla Cueva. Apareció en el fondo de una barranco. No fue un accidente. Una bala en la frente firmó el homicidio.

    Una tercera parte de las casi dos millones de kilómetros cuadrados del territorio nacional está controlado por el crimen organizado, estima el General Glen VanHerck, jefe del comando norte de Estados Unidos. El Presidente tiene otros datos, no dice cuales, pero son otros. Puede ser menos, puede ser más; el general estadounidense tampoco explica cómo obtuvo el porcentaje. Lo que es indudable es que una buena parte del país es territorio tomado, donde las autoridades locales no gobiernan y el federal intenta tener una presencia “disuasiva” (la palabra es de ellos mismos) a través de la Guardia Nacional, pero no lo controla.

    Curiosamente un diagnóstico similar hizo el departamento de Estado en 2006 antes de que entrara a la Presidencia Felipe Calderón. Entonces se hablaba de “Estado fallido” en territorios de Michoacán y Tamaulipas. Han pasado 14 años, tres gobiernos y miles de millones de pesos en incremento a los presupuestos de policías y fuerzas armadas y la situación, lejos de mejorar, empeora.

    La lucha contra el crimen organizado es en varios frentes. Hay una batalla por la justicia donde más del 90 por ciento de los delitos del crimen organizado no se castiga. Otra en el sistema financiero y aunque la UIF ha hecho esfuerzos, concretamente en la operación Agave Azul, aún no hay resultados. Una batalla cultural para que los jóvenes se imaginen a sí mismos más allá de los narcocorridos. Pero sobre todo una batalla por el territorio: cada vez que sentimos miedo al circular en una brecha o carretera; cada vez que una comerciante paga “piso”; cada vez que un político, funcionario o policía habla del “jefe de la plaza”, perdemos el territorio.

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