Hasta dónde puede la vanidad, ese afán excesivo por ser admirado, considerado de un linaje superior, conducir a la autodestrucción. “Vanidad de vanidades” se lee en el Eclesiastés. Al final del camino, para el vanidoso, ya ni el creador es necesario.

    En política la vanidad es Lucifer. Hace tres años lo tenía todo, su popularidad lo hizo levitar. De inmediato la perversa vanidad se apoderó de él. Fundaría su propia nueva República, el reino de la 4T. Por vanidad enterró un aeropuerto, mucho dinero de los mexicanos, todo para hacer el propio. En su ánimo de total refundación quieren decapitar instituciones que escapan a su capricho ¿”Exterminar” al INE? Se mudó al Palacio de la nación mexicana. La vanidad le aconsejó acuñar una expresión que todo lo justifica: somos distintos, superiores. Los del pasado pertenecen a una estirpe menor. Con mi simple presencia todo se va a corregir: ya no hay corrupción.

    Muy pronto comenzaron los actos de desprecio, desde la vanidad, todo es una porquería. Solo sus criaturas se acercan a la perfección. A reinventar el sistema de salud que llevó décadas construir para sustituirlo por un alebrije que no se sabe si vuela o se arrastra. Nuevo e instantáneo sistema centralizado de abastecimiento de medicamentos, pero la varita mágica falló. Entre lo uno y lo otro llevó sufrimiento a millones. El rostro más doloroso es el de los niños con cáncer. Quien difiere del vanidoso conspira: Loret o Artículo 19.

    Luego los conspiradores se multiplican a diario: burocracias, medios, empresarios nacionales y extranjeros, científicos, hasta las mujeres, así en general. En su furibunda marcha de auto reivindicación la ofensa se volvió forma de gobierno. Pero en el desbocado galope, también ofendió al sentido común. Allí empezó la caída. Hoy cosecha las desgracias que sembró.

    Los mexicanos tienen sentido común. Cómo está eso de que no hay dinero para las vacunas básicas de millones de niños, pero sí para un tren que nadie pidió y que ahora servirá para financiar las pensiones de los militares. Repartiendo el País a su capricho “escritura” el corredor del Istmo a los marinos. Pero de pronto, sin pedirle permiso, se apareció el Covid. Reacción desde la vanidad: decenas de expresiones burlonas hacia la pandemia y aquí estamos, más de 300 mil muertos, sin vacunas suficientes, sin terminar siquiera de aplicarlas al sector salud, público y privado, que han dado sus vidas en la lucha. Domada dijo. Millones de desempleados, miles de empresas desaparecidas, más de 5 millones de niños fuera de la escuela y el analfabetismo al alza. Qué podían esperar.

    De acuerdo a los datos de GEA-ISA en cuatro meses perdió 7 por ciento de aprobación, alrededor de 2% mensual. Los cálculos los llevarían a perder 3.5 millones de votos. 50 por ciento todavía lo respalda, la otra mitad no. Su mítica aprobación está por debajo de varios de sus antecesores de los cuales se burló. El liderazgo se desmorona: 53 por ciento de la población le “cree poco” y 31 por ciento no le “cree nada”. Las ofensas al sentido común pasan factura. Ya sólo 13 por ciento le “cree mucho”. La desaprobación sube, 43 por ciento; ya sólo 22 por ciento le da una “aprobación incondicional”. Si hace tres años todo él era esperanza, hoy eso es historia. Más del 50 por ciento cree que el País va por el “rumbo equivocado”, contra 35 por ciento que sigue creyendo que es “correcto”. Los convencidos rondaban el 60 por ciento hace dos años. El desencanto se apodera a diario de más mexicanos. Ahora 70 por ciento cree que el manejo de la economía es equívoco, contra 29 por ciento que lo aprueba. Desde la vanidad de todo se culpa al pasado, pero el sentido común hace su trabajo: 45 por ciento considera que la crisis económica es responsabilidad del actual gobierno. La inversión pública y privada decrecen. Según A.T. Kearney, México ya salió de la lista de los 25 países más atractivos para invertir. Con pandemia prolongada, lo peor está por venir.

    Ganó la vanidad, se peleó con la realidad y el sentido común y, claro, van perdiendo y con ellos México.

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