¿Cómo es que el Presidente de un país en lugar de condenar el fenómeno de venta de niñas, lo minimiza mientras invisibiliza a las víctimas que tienen nombre y apellido? Digo, no es cualquier cosa, hay que reconocer ¿cómo se habrán sentido esas niñas que ahora mismo están sometidas a la tortura de haber perdido su libertad, tras ser vendidas, como ganado, por sus padres y violadas por los hombres que las compraron?

    Son increíbles, sencillamente, las declaraciones del Presidente López Obrador sobre las niñas vendidas en la montaña de Guerrero, en comunidades indígenas. Es increíble, digo, porque el Presidente ya tiene entre sus opositores al movimiento feminista. Sus declaraciones son la constatación de que la protección de las mujeres y las niñas no son prioritarias para él. Es inconcebible que se atreva a referir estos casos, públicamente, como fenómenos de “prostitución” y no de trata de mujeres y los diversos delitos que de esta práctica se desprenden, como si no fueran niñas de 11 años vendidas y violadas, sino mujeres adultas. Es aún más inconcebible que las haga en un país como México que padece altos índices de violencia feminicida. Su desprecio por niñas y mujeres es realmente llamativo, por no decir francamente patológico, porque aún siendo un macho recalcitrante, se necesita una dosis extra de desprecio para tener comportamientos públicos como éste, como máxima autoridad en el país.

    ¿Cómo es que el Presidente de un país en lugar de condenar el fenómeno de venta de niñas, lo minimiza mientras invisibiliza a las víctimas que tienen nombre y apellido? Digo, no es cualquier cosa, hay que reconocer ¿cómo se habrán sentido esas niñas que ahora mismo están sometidas a la tortura de haber perdido su libertad, tras ser vendidas, como ganado, por sus padres y violadas por los hombres que las compraron? Es realmente notable, por brutal, que esas niñas sean las más vulnerables de la sociedad mexicana: pobres e indígenas. Justamente el sector de la población que el Presidente usa, una y otra vez, en su propaganda demagógica. Da mucha rabia, querido lector, porque no son mujeres que, armadas de pintura, puedan grafitear los muros de Palacio Nacional siquiera. Son niñas totalmente indefensas, oprimidas por la cultura misógina de sus comunidades, es decir, por toda una estructura social, un pacto masculino, que las convierte en víctimas de trabajos y matrimonios forzados. Delitos de trata, de privación de la libertad, de violación, cometidos contra niñas de 11 años, niñas que deberían estar estudiando quinto de primaria, no siendo vendidas y violadas.

    Ahora bien, todos sabemos esto. No creo que haya nadie capaz de defender esta atrocidad, ni de justificarla, ni de minimizarla, y lo último que se esperaría es que las autoridades que deberían trabajar para llevar la justicia a esas comunidades y terminar con una práctica que es violatoria de los derechos humanos, la justificaran.

    ¿Cómo entendemos entonces que haya sido el propio Presidente de la República quien, lejos de aprovechar su viaje a Guerrero para desalentar esta práctica criminal expuesta en los medios, recriminándola, mandara exactamente el mensaje opuesto?

    Digo, no está de más preguntárselo, además de indignarse por ello ¿es un problema cultural, digamos, del Presidente del cual es totalmente inconsciente? ¿O quizás el Presidente realmente está convencido de lo que dice, cuando nuevamente, refiere que este es un caso más de “ataque de la derecha”? ¿O ambas? Claro, una se puede preguntar si él tiene razón y la prensa ha “exagerado” el asunto, digo, sólo para intentar comprender cómo es que, quien nos gobierna, piensa.

    Lo cierto es que no creo que se pueda exagerar suficientemente en la denuncia de un fenómeno como éste, que debería causar un rechazo masivo y una fuerte exigencia a las autoridades. Pienso, más bien, que el Presidente cree estar defendiendo a las comunidades indígenas (como si algunas de éstas no tuvieran prácticas machistas y misóginas) aunque para ello deba negar a sus víctimas. Y es que, ya lo apuntaba desde hace tiempo, el Presidente López Obrador tiene una seria incapacidad para reconocer a las víctimas; invariablemente sobrepone a ellas una idea para desaparecerlas, si éstas le resultan incómodas. Ahora recuerdo cómo, tras las elecciones presidenciales y en su reunión con las víctimas de la violencia, pretendía que ellas otorgaran un perdón, sin ton ni son, ni proceso alguno, para poder zafarse de la inmensa deuda que el país tiene con los familiares de personas asesinadas y desaparecidas y debido a las cuales, en parte, llegó a la Presidencia. Es decir, el Presidente López Obrador tiene un serio problema con la idea misma de la justicia. Su concepción del Gobierno está lejos de incluir a las víctimas y de garantizar los derechos de los mexicanos. Ya sea de las mexicanas a vivir una vida libre de violencia, pero también de la infancia o los enfermos. Quizás no sobre decir que ningún Presidente “humanista” hubiese permitido que la estrategia de salud sacrificara a medio millón de mexicanos, por ejemplo, en la pandemia, sin despedir al encargado responsable de ella. Tampoco, hubiera permitido la generación de “víctimas colaterales” de sus políticas anticorrupción si estas implicaban la pérdida de vidas de niños enfermos de cáncer, o si su política de austeridad dejaba a personas sin tratamientos y vacunas, o a pobres sin poder comer en la emergencia sanitaria. Es como si López Obrador estuviese ciego y sordo ante los que sufren algún tipo de injusticia, producto de sus decisiones, pero también de los que no lo son. Por esto, además de indignante, no deja de ser desconcertante su reacción reiterada ante todo tipo de víctimas.

    Por increíble que parezca, esta seria limitación no le ha acarreado una pérdida de apoyo popular, lo cual quizá señala que hay un porcentaje de la población que se ha contagiado de su mismo mal, como lo refería en mi columna pasada. Falta de empatía con los otros, pero también, una falla en la moralidad pública, producto quizás, de haber tolerado atrocidades durante muchos años. Tal vez, el horror en el que los mexicanos vivimos desde hace más de una década, haya mermado nuestra capacidad para indignarnos ante lo que es, a todas luces, inadmisible, incluyendo a los políticos.

    O quizás el enajenamiento producido por la propaganda y la polarización ya logró desnaturalizar el discurso de la decencia, la justicia y los derechos, para suplantarlo con el discurso propagandista y mendaz. Como sea, son malas noticias, para todos. Si no somos capaces de condenar al Presidente por sus declaraciones machistas e indignarnos ante ellas, dejaremos solas a las víctimas, a las niñas que hoy están siendo vendidas, como si fueran una mercancía, pero también a los niños que no tienen medicamentos o aquellos adolescentes que morirán por no recibir una vacuna.

    No importa cuántos y cuántas sean, para defender su derecho a la salud y a la vida, no sobra decirlo.

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