‘Ya llegó la mexicana’

    Para Javier, Óscar, Edgar y Mauricio.
    ...Así era Yolanda Prat, tenaz, obcecada, persistente, disciplinada al máximo. No renunciaba a luchar por lo que quería. Demasiado franca aun para el contexto sinaloense, quizá el carácter más parecido al español, incluyendo al catalán. Los mexicanos no toleramos tanta franqueza y eso le trajo algunos problemas a esta amiga entrañable.

    Tan solo dio unos cuantos pasos en la calle de entrada del pueblo y por las ventanas entrecerradas de las primeras casas salían susurros que decían: ”Ya llegó la mexicana”. Esperaban que algún día llegara y así fue.

    Muchos años antes, ella había descubierto un racimo de cartas en uno de los sacos de su papá que colgaban en el armario de su departamento en la Colonia Narvarte, en el Distrito Federal. Las epístolas guardaban un secreto que no le podía ser revelado. Eran principios de los años 50, cuando ella tenía 10 o 12 años.

    Su padre había llegado a México en 1939 o 1940. Era un republicano español que se había exiliado en México después de que la dictadura franquista empezó a fusilar y a perseguir con saña a los militantes y seguidores del gobierno de Manuel Azaña. El joven exiliado no era del grupo privilegiado de ilustres políticos, intelectuales y científicos republicanos que habían recibido mayores apoyos del General Lázaro Cárdenas. Había sido tan solo un modesto empleado en su pueblo natal, pero con la profunda convicción de un gobierno civil y democrático, favorable a las clases de abajo.

    En esas cartas ella leyó que su papá tenía un hijo en Cataluña y cuando le preguntó por él, solo recibió un severo regaño y un “no hagas preguntas sin sentido”. Las misivas desaparecieron del lugar descubierto y jamás se volvió a hablar del asunto con los padres. No obstante, ella no olvidó el nombre del hermano catalán, la calle del remitente, ni el nombre del pueblo: Sellés.

    Desde entonces se propuso que tenía que conocer a su hermano y al pueblo donde procedían la mitad de sus venas.

    Al parecer sus padres ocultaron que ella tenía otro hermano porque el señor no había terminado oficialmente su matrimonio en España, lo cual era imposible porque huyó en medio del plomo y el fuego- y muy posiblemente se había casado por la Iglesia, lo cual anulaba la posibilidad de que lo pudiera hacer por el mismo rito en tierras mexicanas; es decir, según las creencias católicas, vivía en pecado, lo cual, para la mamá, de una familia poblana muy tradicional, era una falta suprema que, sin embargo, por amor había que sepultar a piedra y lodo.

    Pasaron 30 años desde que nuestra amiga descubriera las cartas catalanas cuando, finalmente, después de acariciar uno de sus sueños más anhelados, visitó la tierra paterna. Su deseo lo externaba una y otra vez. No descansaba pensando en viajar a Cataluña para estrechar la mano de su hermano y pisar el suelo que su padre se había visto obligado a dejar para siempre.

    Al caminar por las calles de Sellés seguía escuchando los cuchicheos de los habitantes más viejos del pueblo. Solo distinguía que decían una y otra vez: “ya llegó la mexicana”. Es decir, los que habían conocido a su padre sabían que él se había vuelto a casar y a formar una nueva familia, así que cuando llegó a la dirección de su hermano a tocar la puerta no se sorprendió cuando al abrirla le dijo: “¡Yolanda, ya te esperaba!”

    Ella se estremeció de ver a un rostro notablemente parecido a su padre y a ella misma. Había culminado uno de sus deseos más recónditos y perseguidos.

    Y es que así era Yolanda Prat, tenaz, obcecada, persistente, disciplinada al máximo. No renunciaba a luchar por lo que quería. Demasiado franca aun para el contexto sinaloense, quizá el carácter más parecido al español, incluyendo al catalán. Los mexicanos no toleramos tanta franqueza y eso le trajo algunos problemas a esta amiga entrañable.

    Yolanda fue mi alumna en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Escuela de Ciencias Sociales, en Mazatlán, en el segundo semestre de 1982 y posteriormente en otros años. Su generación, al lado de sociólogos y economistas, fue la más destacada de todas las que conocí en la UAS a lo largo de 32 años. De ella egresaron destacados periodistas y académicos como ella misma, Sandra López, Guillermina Vázquez Dueñas, Roxana Loubet, Saúl Sánchez Villela, Gerardo Jacques Mercado, Miguel Ángel Díaz Quintero, Ernesto Peraza, Hernando Hernández. Todos ellos tenían mucho talento y hambre insaciable de conocimiento. Me enorgullece haberlos acompañado en el aula y con el tiempo forjar una gran amistad con la mayoría de ellos. Sin embargo, aparte de Sandra López, quien es mi querida esposa desde hace 37 años, fue con Yolanda Prat con la que más conviví a lo largo de casi 40 años, mas no puede verla en su último día de vida porque llegué al hospital 30 minutos antes de que falleciera. Le hubiese pedido perdón por no ser un mejor amigo.

    No es común que los alumnos mueran antes que sus maestros, pero cuatro de ellos, de la generación de Yolanda, han muerto. Es doloroso que así sea. Todavía tenían muchos planes por delante, como los inacabables que tenía mi querida amiga Yolanda Prat. Era infatigable y ahora ya descansa en paz.

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