"Educación en la familia"
Manejo de las hostilidades
Sigo con el tema porque es justo donde se nos obnubila la mente, y cualquier tema puede desembocar en hostilidades, y es como una progresión: primero se percibe como un agravio en alguna forma, lo que sigue es el enojo, después el impulso de atacar, luego deja de ser impulso para lanzarse a la yugular es decir a donde más duela.
Pero es verdad eso de que dos no se pelean si uno no quiere, aunque francamente si le toca siempre al mismo no querer termina por cansarse de ser siempre el escudo y pensar que de vez en cuando hacer de espalda sería bueno.
De las peleas en el matrimonio difícil es salvarse, aunque las reconciliaciones son agradables eso no hace que las peleas sean buenas, de repente necesarias e inevitables, a veces hay que enojarse, pero hay modos como ya veíamos, y se debe buscar otros métodos menos traumáticos para intensificar la relación.
Como decía esto de las hostilidades tiene sus etapas, primero el agravio, o la sensación de agravio, claro que eliminarla del todo es cosa de santos, pero el hecho es que si no personalizáramos, es decir si no estuviéramos convencidos de ser el centro del universo, que es un pegajoso vestigio de la adolescencia, y se dejara de pensar que todo sucede en relación a mi.
Me explico: luego nos da por pensar que todo lo que hacen el resto de las personas es con el único afán de perjudicarnos (a Mi) de molestarme a mi, si me ve porque me ve si no me ve porque no me ve, si dice o no, si hace o no de cualquier modo, no sólo el esposo o esposa, el conductor de carro de enfrente, el de la ventanilla todos su único afán es el de molestarme. Se termina desquiciado, además de que a la relación de esposos no le hace ningún bien, y además de que los de verdad, no los inventados son mínimos.
Si se empiezan a lanzar improperios luego es más difícil parar, por eso es que la santidad sólo se alcanza después de la muerte, y mientras la vida es larga hay que ir paso a paso con un control discreto agravio a agravio, y ¿como se hace? Que tal “desde mañana no me molestará más esa costumbre de dejar la pasta de dientes abierta” o “el lavabo lleno de pelos” o lo que sea la única cosa es que los dos lo deben intentar a la vez.
La segunda etapa es el enojarse, claro que se ya dominamos la primera y no se percibe el agravio, el enojo ni se asoma, ¿Y si asoma? Mejor que no porque siempre descargara en el otro y no deja de ser un cómodo endoso.
Es mejor comprender el enfado, que es cosa de entrenamiento: ¿Por qué estoy enfadada? (o) ¿Cuál es la razón auténtica del enfado? ¿Qué circunstancias me presionan? Si somos sinceros descubriremos que casi siempre la causa verdadera tiene que ver con un conjunto de elementos internos y el origen está más en uno mismo que en los otros.
Descubriendo el origen, aunque sea en los otros es más fácil serenarse y no lanzarse contra quien está más cerca que es el impulso de atacar y el remedio es contar hasta diez o lo que sea necesario, porque si se llega a la última etapa no hay vuelta atrás y resultan muchas heridas difíciles de sanar.
Ante una dificultad de relación, todos deberíamos saber que hay una sola persona sobre la que es preciso incidir para mejorar la situación: ¡uno mismo! Y esto siempre es posible, en cambio lo que normalmente queremos es que cambie el otro, el cónyuge cosa que nunca se logra, esto también ha de ser un residuo de la infancia, cuando nuestros hijos se pelean, (entre 25 y 130 veces por día) les cuesta mucho terminar, cuantas veces se les habrá dicho que se tienen que pedir perdón y la repuesta es “ ¡ha empezado él o ella!” con lo que quiere decir que también le corresponde terminar, hay que aplicarlo, si ya no somos niños con mayor razón.