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Columna

De la música y la educación en Aristóteles (última parte)

Hace unos cinco siglos, al nacer la ciencia nueva, el estudio de la música se volvió optativo. Paradójicamente, hoy, es la ciencia la que sugiere la reintegración de la música en un contexto formativo para el ser humano.
El canto eterno de la gran música

Resulta de gran significado que Aristóteles, en el octavo libro de su Política, dedicara un mayor espacio al análisis de la música que a otras disciplinas de la educación. Es aquí donde la compleja naturaleza de la música es observada por el filósofo, donde reconoce para este arte, entre otras cosas, la facultad recreativa, pero además un medio para liberar al hombre del agotamiento por el trabajo, permitir un buen uso del ocio, y también, provocar felicidad y enaltecer el alma. Dentro de su análisis sugiere que: “No es fácil determinar cuál es su naturaleza, ni por qué razón debe cultivarse; ¿acaso por recreo y por descanso, como el sueño y la bebida?” (Política, 1339a15-19). Al discurrir si debe entenderse como diversión, juego o medio para la educación, señala: “razonablemente se puede colocar en todos ellos y parece participar de ellos. El juego tiene por fin el descanso, y el descanso tiene que ser agradable (pues es una cura del sufrimiento debido a los trabajos), y la diversión debe contener, según el común acuerdo, no sólo belleza, sino también placer (pues la felicidad se compone de ambos elementos), y todos afirmamos que la música es de las cosas más agradables.” (Política, 1339b15-21)

En el siglo XII, durante la época en que se gestaron las primeras universidades, los latinos pensaron que la música posibilitaba la formación de hombres libres. Para ellos, la música —el número en el tiempo—, completaba un cuerpo de conocimientos que tuvo como objeto de estudio al “número”, un conjunto de saberes cuya finalidad es incitar la libertad del hombre por la vía del conocimiento. Este conjunto de saberes, llamado Quadrivium, lo conformaban también la aritmética —el estudio del número per se—, la geometría —el estudio del número en el espacio—, y la astronomía —el estudio del número en el tiempo y el espacio.

Casi un milenio después, las neurociencias de nuestros días, han encontrado en la música un estimulante cognitivo y un medio poderoso a través de aplicaciones pedagógicas y terapéuticas, ya sea como herramienta en el aprendizaje acelerado, o en el tratamiento de trastornos neurológicos, demencias, y enfermedades mentales como Parkinson y Alzheimer, entre otras.

De manera tenaz, la ciencia nueva no ha dejado de aportar elementos que invitan a redefinir el arte de los sonidos organizados en el tiempo.

Filósofos y estetas, artistas y científicos de todo tipo, han vuelto su atención hacia la música y la han contemplado desde puntos tan diversos como puede pensarse. Esta diversidad de enfoques converge en el encuentro acumulativo de conceptos que sitúan a la música como uno de los fenómenos más enriquecedores de la historia humana.

Hoy poseemos saberes y evidencias científicas que sugieren una nueva sistematización teórica, la cual provoque la reflexión de distintos especialistas para reorientar algunos aspectos de las políticas públicas en materia de educación y de salud; políticas que otorguen a la música un lugar central dentro de los planes de estudio, como sucedió desde el mundo antiguo hasta el medieval.

Fue hace apenas cinco siglos, con el nacimiento de la ciencia nueva, que el estudio de la música tomó un carácter optativo. Paradójicamente, es esta ciencia la que, a través del conocimiento que ha recogido, sugiere la reintegración de la música en el contexto formativo del ser humano.

Aristóteles refirió a la música como un vehículo para el enaltecimiento del alma. Lo hizo después de haber reconocido sus propiedades más evidentes, como lo es su cualidad recreativa. Hoy hablamos de un regreso a la concepción aristotélica bajo una nueva consciencia, que va más allá de la música como recreación, y la sitúa como instrumento formativo de poderosísimos alcances.

Y es que, al igual que un cuerpo no alimentado hacer morir el alma, un alma raquítica termina por dejar morir al cuerpo.

Por Miguel Salmon Del Real

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