Estresantes Juegos Olímpicos

EL OCTAVO DÍA

    No creo necesario recordar que en muchos sentidos vivimos el fin de una época.

    Antes, los JJOO eran un fenómeno mucho más cultural y ecuménico, pionero de la globalización y con miras a la paz y el entendimiento... aunque en la antigua Grecia eran más bien un motor para desarrollar en la juventud la capacidad guerrera.

    Los profetas del Antiguo Testamento echaban chispas contra esas costumbres extranjeras que apartaban a la juventud del templo, sobre todo cuando la tierra prometida fue conquistada por Alejandro y todos esos pueblos de Egipto y la Gran Siria fueron helenizados.

    Es en el Segundo Libro de los Macabeos donde vemos condenas a la construcción de un gimnasio al pie de la muralla... y quejas porque los jóvenes corren al estadio al oír lanzarse el disco.

    Cuando el barón de Coubertin los reinventa, los JJOO son un llamado cultural a occidente porque los pueblos de Asia y África comenzaban a alebrestarse.

    Pero volvamos al presente, a las primeras olimpiadas diferidas de la historia.

    Recuerdo cuando en los Juegos Olímpicos estrenaban una fanfarria impactante que, durante el mes de competencia y varias semanas después, resonaba como una épica tronitronante en nuestra cotidiana clase media del Siglo 20, gracias a las televisiones.

    Como no vi la inauguración de este año, desconozco si este año se repitió ese magno acontecimiento musical.

    Hubiera sido un gran tsunami artístico estrenar una fanfarria electrónica a la manera de Isao Tomita o Kitaro dirigida por Seiji Ozawa, pero creo que la oportunidad se le fue al trono del crisantemo.

    Así que como muchos, he seguido a ratos a media noche y a otros trancos en repeticiones matutinas, las diversas competencias que se me ha tocado en suerte apreciar.

    Si no fuera por los Juegos Olímpicos, no veríamos en la tele internacional deportes tan peculiares como el badminton... Y vimos al polémico sóftbol como deporte de exhibición que no tendrá eco en la próxima Olimpiada en París.

    No es broma si añado que hay quienes proponen que se admita el pole dance.

    Este sábado me despertó en la madrugada del calor mazatleco, vi la hora y me puse a ver los últimos 25 minutos del futbol: no aguanté la tentación porque temí que alguien me stalkeara el resultado por Facebook.

    Los comentaristas estaban diciendo increíbles necedades triunfalistas... volví a ver por la tarde el partido para completar las jugadas que me faltaron y tratar de entender cómo alcanzaron los comentaristas ese alarmante nivel de delirio.

    Más que nuestro pobre desempeño, la noticia es la revelación del gran estrés que aqueja a los atletas.

    Desde la filósofa Simone Weil en la Segunda Guerra Mundial a la atleta Simone Biles esta semana en Tokio, la depresión y la mala salud mental son un terrible flagelo para quienes están en el centro de los procesos de la historia o simples ciudadanos comunes... ojalá ese ejemplo, de saber retirarse a tiempo de un gran compromiso que te está destruyendo la paz interior, sea el mensaje más fuerte de estos juegos olímpicos.

    Mark Phelps recibió sus medallas en la pasada olimpiada con una frialdad psicológica, que recordaba a la frialdad del ajedrecista Bobby Fisher, quien acabó en un colapso nervioso encerrado en su casa.

    Sí, se confirma que es terrible la presión mental, social y política para un atleta olímpico... con razón no pocos lucían un poco pasaditos de peso.

    “Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible”., como decía el poeta Píndaro.

    “Antes, los Juegos Olímpicos eran un fenómeno mucho más cultural y ecuménico, pionero de la globalización y con miras a la paz y el entendimiento... aunque en la antigua Grecia eran más bien un motor para desarrollar en la juventud la capacidad guerrera”.
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