|
Columna

Expresiones de la ciudad: Acompáñenme a leer esta triste historia

La ruta del paladar
30/03/2021

Allí donde una vez, hace ya muchos años, un alto funcionario de la cultura traía mucha blasfemia en la boca y harto coraje en las manos, decidido a pegarme si no le mostraba mis columnas antes de su publicación, hubo un hecho que cimbró a la ‘aletargada’ ciudad de Culiacán de los años 40, como solemos tildar épocas pretéritas, pero lo que es un anacronismo, porque las pensamos desde el aquí y el ahora, al ras de una obstinación pertinaz por comparar a partir de nuestras cotidianeidades.

El hecho se tiñó de escándalo, tanto por la propia naturaleza de la situación, como por haber sucedido en la residencia de una de las familias de altísima alcurnia de la sociedad de entonces.

Todo empezó con la llegada de un joven de 19 años, registrado como Guadalupe Rubio. Eran las 12:00 del mediodía cuando tocó a la puerta de los Almada Calles, atendido por un niño de nombre Santana Luna. Que quería ver al mozo José Beltrán, le dijo. En esos momentos el mozo tomaba un plato de sopa en la cocina, que dejó a medias para ir a atender al visitante; y según testimonio del niño Santana Luna, Guadalupe y José, de súbito, se enfrascaron en una discusión bajo el umbral de la puerta, por lo que José le dijo al visitante que mejor se fuera al “anexo”, que allí lo esperara.

Tengo entendido que el tal “anexo” era el garaje de la residencia de don Jorge Almada y doña Alicia Calles, que se ubicaba en la parte trasera del inmueble, con entrada por el callejón Rosales.

Y el anexo era además el dormitorio de José el mozo, sitio al que fue Guadalupe Rubio, según la indicación, aunque para él no era un lugar desconocido, pues según fuentes, allí había pernoctado diversas ocasiones como compañero de cama del mozo de los Almada Calles, a quien había visto el día anterior en las inmediaciones del mercado Garmendia, poniéndose de acuerdo para ir al cine.

Que José el mozo silbaba y cantaba mientras se lavaba el cuerpo, señaló el niño José Santana, y que después se hizo el “perdedizo”, aunque en realidad fue a encontrarse con quien primero discutió en el quicio de la puerta. Luego de largo tiempo, al pequeño -que era sobrino del mozo- se le hizo mucha la tardanza de José Beltrán y fue a buscarlo al anexo, donde oyó quejas y vio manchas de sangre, por lo que corrió al interior de la casa para poner en alerta al demás personal de servicio.

Fueron la cocinera Ramona Zamudio y la planchadora Lucinda Ochoa quienes descubrieron el cadáver de José Beltrán, de 36 años de edad, “mozo servicial y cumplido de la familia Almada desde hacía como ocho años”. El cuerpo estaba envuelto en una alfombra verde y tenía cal en los ojos y la cabeza. Guadalupe Rubio, originario de San Antonio, sindicatura de El Barrio -quien ya había desaparecido-, lo había asesinado a hachazos. Posteriores ‘investigaciones’ concluyeron que, aun estando grandecito y por cobarde, dormía con su madre y que tal hecho lo había vuelto afeminado.

Esto sucedió el 22 de abril de 1946, justo a un costado del inmueble donde hoy es la Casa de la Cultura Miguel Tamayo de la UAS. Al joven le dieron una condena de 20 años, cuya confesión sobre el móvil del crimen no fue dada a conocer “por impúdica”, trascendió en La Voz de Sinaloa. Y punto.

Periodismo ético, profesional y útil para ti.

Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.


Suscríbete
Regístrate para leer nuestro artículo
Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


¡Regístrate gratis!