Historia y literatura y... algunas verdades

EL OCTAVO DÍA

“En el fondo, la historia es no dejarse intimidar por una escena original. Ver el hecho tal como es y entender qué tipo de comienzo representa”.

Esta frase no es mía... Se la escuché la semana pasada al historiador Patrick Boucheron.

Añado que también es válida para el ejercicio responsable del periodismo.

¿Por qué es importante conservar la memoria de los hechos? Porque nos permite encontrar certezas dentro de nosotros mismos. Y saber a dónde vamos porque podemos entrever de dónde venimos.

Según la Historia natural de Plinio el Viejo (Libro VII), los primeros que construyeron obras de ladrillo y casas fueron los hermanos Euríalo e Hiperbio, en Atenas. El vehículo de cuatro ruedas lo inventaron los frigios; el tráfico comercial, los cartagineses; mezclar vino con agua, Estafilo, hijo de Sileno; el Estado monárquico, los egipcios; el democrático, los áticos después de Teseo. La esclavitud la inventaron los lacedemonios.

En la guerra de Troya, Palamedes inventó la formación en el ejército. Las treguas las inventó Licaón. La interpretación de los sueños, Anfictión; Tiresias de Tebas, la observación de vísceras de aves. Támiris fue el primero que tocó en la cítara una pieza sin voz. Ferécides de Siros instituyó la escritura en prosa en tiempos del rey Ciro. Y el primero que mató un animal fue Hiperbio, el hijo de Marte.

La Biblia, aunque sea usted ateo, es una columna vertebral del pensamiento por el registro de nuestras creencias. Y nombres que son hitos como Adán, Caín o Noé.

Registrar todo en un papel como un notario no es historia. Hay que también interpretar los hechos. Y cuidar de no aderezarlos o “enderezarlos” de más.

La literatura, en cambio, es una estafa cerebral donde tienes que sorprender al otro con recursos retóricos. No es confiable.

Un texto literario puede volverse público de muchas maneras: De memoria, como la Ilíada. En piedra, como el Código de Hammurabi. En tablillas de arcilla escritas con punzón (cuneiformes), como el Poema de Gilgamesh. En rollos de papiro, como en la Biblioteca de Alejandría.

En rollos de pergamino, como en la Biblioteca de Pérgamo. En tablillas de madera encerada, como las romanas. En códices de amate, como los prehispánicos. En papel de arroz, impreso con bloques de madera en chino. En pliegos encuadernables de papel impreso con tipos móviles, como la Biblia de Gutenberg (1455).

Y en una canción o un humilde corrido.

Ahora tenemos las efímeras y ondulantes redes sociales.

Ya estoy preocupado de cómo se reinventa tan pronto a la historia. Me asusta ver a personas no muy mayores que se confunden los hechos y somos víctimas del efecto Mandela o que desean que el pasado haya sido como gusta su estado actual.

Guardando las proporciones con mis rimbombantes ejemplos, hay una gran cantidad de personas que juran que el compositor culiacanense Enrique Sánchez Alonso compuso el sinaloense a escondidas.

Ya una autoridad que lo conoció dice que, en persona, él jamás dijo eso o insinuó eso, pero insiste en propagar la leyenda a algunos amigos, con el argumento de que Navolato y El Roble están muy lejos para estar juntos en un corrido.

¿Qué necesidad hay de quitarle el mérito a don Severiano Briseño porque no es sinaloense, a merced de un chauvinismo montado en redes sociales?

La historia en mármol, bronce o corridos merece el mismo respeto.

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