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Columna

Pesadilla indescifrable

LAS ALAS DE TITIKA

Entreabrió la puerta y sin miramientos lanzó la pregunta: “¿aquí es donde me pueden enseñar a escribir?”

Los asistentes, perplejos, no respondieron nada. Dirigieron la mirada al maestro y éste la invitó a pasar.

Ella, apoyada con el bastón, se introdujo al aula y tomó asiento. ¿Por qué quieres escribir?, le preguntó él. A mis 83 años tengo mucho que contar y no sé por dónde comenzar. Qué te parece si empiezas contándonos una historia. La que tú quieras, la que más recuerdes.

Ella habló de Elsa, su amiga. Dijo que la admiraba y la quería porque, pese a que el mundo estuvo en su contra —madre, hermanos, hijos, marido— supo ser una mujer feliz, y que para ella —se llama Martha— nada tenía más valor en la vida que saber salir adelante, aun cuando pareciera que naciste marcada por la desgracia... María escuchó la historia de Martha y quiso abrazarla. Era imposible. Buscó sus ojos a través del monitor y no la perdió de vista hasta que ésta terminó. No es la primera vez que Martha escribe historias de ese tipo; del tipo indescifrable.

También ha escrito sobre niños que se pierden entre túneles, pasadizos que ella misma recorrió cuando niña; sobre mujeres que, en la época de Franco, terminaron vendiendo su cuerpo a cambio de unas piezas de pan para llevar a sus hijos.

Aventuras juveniles, como esa que narra la vez que ella y su amiga se subieron a una barda muy alta para escapar en un vigilante libidinoso; la de una brillante académica que terminó haciendo el amor con un fogoso fantasma al que nunca volvió a encontrar.

María disfruta las historias de Martha; le gustan sus finales sorpresivos y el desenfado de sus atrevidos personajes. Ese día, María quiso contarles una historia, pero el tiempo no lo permitió. Decidió escribirla con la misma vitalidad de esa admirable mujer de 83 años.

La pensó para sí. Recordó la vez que se ganó ese ser indescifrable en la feria. No sabía exactamente para qué servía, pero le resultó indefenso y apacible. Llegó a su casa, lo puso en un lugar cómodo y fue a la cocina para buscarle algo de comer. No sabía qué le gustaba, qué le hacía bien. En realidad no sabía nada de nada; si bebía agua o leche, si comía galletas o frutas, si le gustaba la carne o el pescado, si le gustaba la comida fría o caliente.

Luego de buscar un poco, encontró algo apetecible, según ella, y fue a su encuentro. No estaba. Ya no estaba donde lo había dejado. No tenía idea a dónde se había metido. ¿Se habría largado? No supo. Se quedó inquieta. Buscó por toda la casa, se asomó a la banqueta, a la calle, pero no apareció. Se fumó un cigarro y pensó en lo poco, en lo nada que le duró. Se fue a dormir. Apenas conciliaba el sueño cuando escuchó un ruido. No hizo mucho caso, se acomodó en la cama y se echó la sábana encima de la cabeza. Lograba quedarse dormida cuando algo la despertó. Pensó que el ruido venía de la cocina. Se levantó, encendió las luces a su paso y se detuvo en la sala. Echó un ojo y no vio nada. Con sigilo llegó a la cocina; tampoco había nada. Abrió la ventana y se asomó. Nada. Recorrió la casa, detrás de los muebles. Nada. Con miedo regresó a su habitación. Se metió a la cama; logró dormir. Tuvo una pesadilla; nunca logró saber si éste regresó.

Comentarios:majuliahl@gmail.com

Ella, apoyada con el bastón, se introdujo al aula y tomó asiento. ¿Por qué quieres escribir?, le preguntó él. A mis 83 años tengo mucho que contar y no sé por dónde comenzar. Qué te parece si empiezas contándonos una historia. La que tú quieras, la que más recuerdes.
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