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"Mazatlán"

"EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA: El profetismo en Israel"

"Columna Religiosa"
10/08/2020

Padre Amador Campos Serrano

En la historia de las religiones, un elemento de singular importancia ha sido el ejercicio de la función de hablar en nombre de Dios, el de un interlocutor transmitiendo sus mandatos, muchas veces adelantándose a los acontecimientos por suceder, para indicar el camino a seguir. Esta función la realizaban los profetas.

En el pueblo judío, el profeta era un hombre elegido por Dios, así como lo era también el sacerdote y el rey, por ello su oficio se comenzaba a partir de un ritual de iniciación, en donde se consagraba una elección recibida del mismo Dios para ejercer este oficio.

Es importante precisar que el profetismo no se reduce al papel de un adivino, prediciendo hechos futuros, su mensaje, comúnmente, señala hechos de su presente personal, exhortando a una posible conversión, solo más tarde la interpretación viene a descubrir el mensaje de un plan divino anunciado desde antiguo.

Existían también asociaciones dedicadas al ejercicio del profetismo, como una carrera, formando gremios, en los cuales participaban, llamándolos profesionalmente como profetas, de entre de ellos algunos formaban parte de la corte real.

Para un profeta de vocación, quien era elegido directamente por Dios y que muchos no eran parte del gremio oficial, su función era, en primer término, la de educar al Pueblo de Dios sobre el anuncio del juicio de Dios sobre su pueblo.

Los profetas, en este caso, eran quienes daban a conocer el plan divino, su mensaje que consistía en tener como prioridad la justicia social, el dominio de Dios, el cual es superior a otros dioses, pues solo Él es verdadero y sobre todo la infinita misericordia divina, hacia un pueblo que es su propiedad, por elección divina.

En este contexto, el profeta es considerado como un mediador, un puente de comunicación por medio del cual el mensaje de Dios llega a su pueblo, lo cual implica a toda la persona del profeta, es decir, la misma vida de él, en todas sus circunstancias, convirtiéndose en un mensaje entre Dios y el pueblo.

El profeta era, no solo por su palabra, sino en su totalidad, un anuncio profético, convirtiéndose en un símbolo de comunicación del mensaje divino, sus acciones y las circunstancias de su vida eran parte de su mensaje, llegándose a ser en su totalidad, un signo por medio del cual Dios se comunica.

El mensaje transmitido podía tener no solo anuncios favorables, sino también tragedias, lo cual era un riesgo siempre presente para el profeta, al tener la obligación de comunicar una desgracia, cuando el pueblo se había hecho merecedor a ella.

El mensaje profético ha llegado hasta nuestros días por medio de sus escritos, de los cuales los estudiosos discuten sobre si realmente fueron ellos quienes los escribieron o si tenían escribas y estos escribían sus enseñanzas o también si fueron sus discípulos quienes posteriormente los redactaron.

Finalmente, el mensaje llega hasta nosotros en una mezcla de estas posibilidades, pero siempre como un anuncio originado por el mismo Dios, a través de medios humanos.

El profetismo judío abarcó, de una manera general, la etapa de la monarquía, en un intento de Dios de conducir la fe del pueblo elegido, hacia una esperanza comprometida en la construcción del Reino de Dios en este mundo.

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