Tiempos de prueba

EL OCTAVO DÍA

    Leo una contundente y terrible frase de Martin Heidegger, uno de los grandes filósofos del Siglo 20 que lamentablemente apoyó al desquiciado aparato político de la Alemania Nazi.

    La frase es la respuesta a cuando alguien le pregunta por qué apoyó a esa bola de canallas agrupados en torno a un partido político.

    “¡Por su trágica afirmación de la muerte! La muerte es la prueba más notable de la existencia humana. La muerte se para junto a una partera y le quita al niño de las manos diciendo: ‘Ven conmigo, porque yo soy quien da la vida. Todo lo que somos y hacemos cobra sentido por el conocimiento de la muerte’”.

    “Esa es nuestra tragedia y también nuestra gloria. La existencia -Dasein, ser ahí- es un proceso y ese proceso es el Tiempo, y el Tiempo, para cada uno de nosotros, tiene un final. La muerte nos conduce al futuro yermo, es nuestra única guía”.

    Azorado, reviso la cita y veo que no es realmente suya, sino de un radioteatro, en el que el escritor inglés John Banville imagina qué sucedió cuando el poeta Paul Celan, cuyos padres habían muerto en los campos de exterminio, pasó una tarde con Heidegger, en su cabaña del bosque.

    Nadie sabe de qué hablaron ese día, pero él les hizo tener una conversación imaginaria. Y la respuesta de Heidegger es digna de sus premisas filosóficas.

    La idea de que el hombre primitivo dejó de ser un simio, sabe lo que es el fenómeno de la muerte: una idea que le debemos a los antropólogos y arqueólogos, no a los filósofos.

    “Puse delante de ti la vida y la muerte, elige la vida”, dice el Deuteronomio.

    Esa constante del ser humano a veces en las sociedades se vuelve demasiado presente.

    Estos días han sido duros, terribles para muchos de nosotros.

    Entiendo que algunos no quieren leer y hablar del tema, pero creo necesario compartir unas reflexiones sobre esto que a todos nos sucede.

    Nuestra segunda vida comienza cuando descubrimos que tenemos una sola.

    Hay gente del mundo cuya fuerza radica en que han tenido muchas vidas.

    Llegamos a viejos porque a lo largo de nuestra vida la muerte hace su trabajo.

    Los seres amados que se han ido no están bajo una lápida o en una urna. Los muertos se llevan con uno, me lo dijo una vez la señora Candelaria, una sabia psicóloga a la que me acerqué hace años en una terapia de duelo.

    Los muertos que nos habitan son justamente la justificación de nuestra vida. Nosotros reasignamos la nuestra, a veces sin saberlo, a partir de ellos: somos responsables de lo que dejamos.

    Ser frágil es reconocer lo humano. Reconocerse y no caer en el encono ante lo inevitable, lo azaroso e inexplorado de la nueva realidad.

    Hace días publiqué lo siguiente: Lo religioso no es solo estar asistiendo, peleando con una Iglesia o sus ministros: es aquello que nos hace vivir a veces sólo con las palabras.

    Es también la capacidad de estar entre los vivos y los muertos.

    También es la conexión que tenemos con lo sagrado en el tiempo, con la historia de la humanidad y otros miembros de nuestra familia que apenas vimos, conocimos o sentimos.

    Una forma de entenderse con el misterio de todo aquello que está vivo aún ante nosotros.

    Jung, uno de los padres del psicoanálisis, afirmó que la verdadera terapia es el acercamiento a lo sagrado.

    Si usted se encuentra en esa segunda vida que nos da una pérdida, hágalo. Lo que sea sagrado para usted, no necesariamente una religión establecida. Puede ser el yoga, la disciplina a un deporte, la entrega a un arte o el trabajo voluntario social o ambientalista.

    Y es que el gran problema es que con las necesarias estrategias de contención, la gente no ha podido despedirse de los suyos ni recibir el abrazo colectivo que representan las honras fúnebres.

    Apoyémonos y abracémonos virtualmente no solo como un ritual.

    “La muerte es la prueba más notable de la existencia humana. La muerte se para junto a una partera y le quita al niño de las manos diciendo: ‘Ven conmigo, porque yo soy quien da la vida. Todo lo que somos y hacemos cobra sentido por el conocimiento de la muerte’”.
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