Una ciudad limpia no es la que más se limpia, sino la que menos se ensucia, dice una leyenda recurrente cuando se busca poner en una frase el ejemplo del cuidado del entorno. Y algo de razón hay de eso cuando se trata de exponer la importancia de cuidar el medio ambiente.
Una ciudad que cuida su entorno no es la que más repara los daños, sino la que menos lo afecta. Algo así debería ser respecto a las ciudades que están más comprometidas con cuidar y preservar los recursos naturales que lo rodea.
Y tendría que ver con políticas claras y simples para llevarlas a cabo: la gente debería entender que la basura no se debe tirar en espacios naturales como playas, ríos o arroyos, pero debería tener a disposición un servicio de recolección de basura o depósitos de basura suficientes para que tengan un destino final adecuado.
Una ciudad debería tener una política clara respecto a la conservación de la flora urbana y su preservación, o del cuidado de los espacios públicos, como parques, bosques o playas, o de la disposición final de las aguas residuales.
Pero en las políticas públicas, la preservación del cuidado del medio ambiente sigue siendo solo parte de un discurso, que se extiende de la misma manera en que se va prolongando el deterioro ambiental y que fácilmente se puede constatar solo volteando a ver esos espacios de todo conocido.
Basta con voltear a verlos y constatar cuánto han cambiado. Esos cambios, efectivamente, son un deterioro al medio ambiente que difícilmente se va a recuperar pero que al menos, es posible preservar. Hay que actuar, ya.
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