Los seres humanos inevitablemente somos también seres políticos, aun y cuando intentemos negar nuestra participación en la política activa, siempre estamos haciendo política.
En el actual proceso electoral van 60 aspirantes a una candidatura asesinados en México, un número que en cualquier país ya hubiera desatado una acción no solo de las autoridades sino ciudadana.
Y si hacemos un ejercicio rápido de reflexión nos daremos cuenta que detrás de la inmensa mayoría de estos asesinatos se encuentra la delincuencia organizada.
La inmediata pregunta que genera esta información sería ¿Y qué busca la delincuencia organizada en un proceso electoral?
La respuesta es aterradora, lo mismo que cualquier actor político: influir en los resultados de la elección en turno, o como se dice en la jerga política, “poner a su candidato”.
El problema es que podemos ir más lejos, si los grupos de la delincuencia decidieron asesinar a decenas de políticos, como política terminal, eso solo lo hicieron cuando no pudieron imponer a su candidato.
Quiere decir que los 60 candidatos que asesinaron son solo los que opusieron resistencia a sus intereses, y que no han asesinado a más porque ya han tenido éxito en numerosos espacios políticos.
El horror es darnos cuenta hasta dónde está metida la delincuencia en los gobiernos de nuestro País, un dato que asoma las orejas cuando es asesinado un político.
Podemos ser optimistas si pensamos que en Sinaloa la delincuencia organizada no está metida en política porque no tenemos asesinatos de políticos, pero pecaríamos de inocentes.
El asunto es que no tenemos manera de evitar que esto suceda, ni vías para remediarlo una vez que ocurre, el poder de la delincuencia organizada continúa corrompiendo todas las estructuras de nuestra sociedad y la política es solo una más.
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