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"OBITER DICTUM"

"Apología del sexismo"

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ANTE NOTARIO

    fernando@garciasais.mx 


    Desde hace algunos años se han llevado a cabo algunas importantes reformas a nivel nacional para ir permitiendo un equilibrio en la participación en las funciones públicas entre hombres y mujeres.

    Es el caso por ejemplo en la reforma política en materia electoral en virtud de la cual hoy el Congreso, por primera vez en la historia, está integrado por hombres y mujeres casi en la misma proporción.

    Para evitar la discriminación de las personas por razón de sexo, instituciones del Estado Mexicano, como recientemente lo hizo la Comisión Federal de Competencia, han instrumentado acciones positivas como la convocatoria para mujeres que deseen participar en la evaluación para aspirar al puesto de comisionado.

    Este tipo de acciones afirmativas, sin duda, producen bienestar. Ese no se logra cuando la retórica se limita al lenguaje aparentemente inclusivo de “todos y todas” que semánticamente es una aberración.

    Si bien es cierto que las posiciones en las entidades gubernamentales deben estar ocupadas por los mejores, el rezago histórico en las desigualdades hacia las mujeres amerita que hagamos algo. Veamos algunos datos: la Cámara de Diputados se conformó a partir de este agosto de 2018 por 259 hombres y 241 mujeres; el Senado, por 65 hombres y 63 mujeres. Las mujeres ocupan en esta Legislatura el 48 por ciento y el 49 por ciento del total de escaños, respectivamente.

    Sin duda un buen síntoma de una enfermedad que no hemos logrado solucionar: a pesar de la estadística anterior las funciones de poder real dentro del Congreso siguen estando en manos de los hombres, como han dado cuenta algunas publicaciones de expertos a las que remito al lector.

    Si revisamos los organigramas en muchos de los municipios del País, así como en los gobiernos de los estados, vamos a observar la preeminencia de los hombres sobre las mujeres. Ello nos autoriza a reflexionar sobre la necesidad de hacer un giro radical en la visión del servicio público.

    La violencia política contra las mujeres es otra de las terribles manifestaciones de la inequidad social que se refleja en el lamentable sexismo, que algunas veces, conscientes o no, implican el uso de la mujer como mero acompañamiento (como un adorno, por más feo que se lea) a partir de la utilización de su figura o de sus atributos físicos para engalanar el talentoso funcionario público o a su gran banqueta inaugurada.

    No se trata tampoco de limitar la libertad de las mujeres para dedicarse a la actividad que más les acomode. El modelaje e incluso su participación como edecanes, en sí mismo es el ejercicio de una actividad profesional si se quiere, que concluye con un ingreso que les permitirá a ellas y a sus familias solventar sus gastos. Decisión muy respetable y respecto de la cual no pretendo polemizar. Es el resultado de las libertades constitucionales.

    Caso totalmente opuesto lo constituye la utilización de edecanes en inauguraciones de avenidas, de hospitales, de centros públicos, y de todo aquello que a los gobernantes les gusta presumir para hacer creer que han trabajado con sacrificio y devoción para satisfacer los intereses generales de la población.

    Quienes tengan oportunidad de conocer otros países, principalmente los más desarrollados, van a darse cuenta que, por un lado, la participación de la mujer en órganos directivos y en puestos de poder es cada vez mayor. Están documentados los beneficios que se producen en las organizaciones cuando las mujeres toman decisiones. Asimismo, la utilización del cuerpo de la mujer para acompañar a los servidores públicos y hacerlos brillar, es cada vez más una muestra de un prototipo de sistema que refleja profunda insensibilidad, así como ignorancia política y social.

    Pero también desde el punto de vista del servicio público esa terrible costumbre mexicana de invertir muchos recursos y tiempo para dar banderazos en obras a las que el Estado está obligado a incorporar en la ciudades, dan cuenta de eso modelo anacrónico que se resiste a morir más propio de una política subdesarrollada que de un México moderno.

    En un entorno de violencia contra la mujer, de feminicidios y de desapariciones forzadas, utilizar a la mujer como adorno no parece la estrategia de comunicación más racional. Ojalá tengamos a más mujeres talentosas participando de manera activa tanto la iniciativa privada como pública, y que cada vez los gobiernos dejen de utilizarlas para satisfacer los deseos y explotar los (o sus) apetitos concupiscibles del pueblo bueno y sabio.

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