Negociando y cediendo, Marcelo Ebrard desactiva la bomba tarifaria que Donald Trump había armado. Corta los cables justo antes de que dinamitara a la economía nacional; para el reloj segundos previos a que estallara la relación bilateral. Frena los aranceles e impide que México se convierta en “Tercer País Seguro” y promete ordenar los flujos migratorios y obtiene el apoyo estadounidense para el Programa de Desarrollo Integral El Salvador-Guatemala-Honduras-
Los acuerdos celebrados colocan dispositivos por el territorio nacional que en cualquier momento podrían hacer explosión. 6,000 miembros de la Guardia Nacional enviados a la frontera y a lo largo del País para perseguir indocumentados. La aceptación y ampliación de los Migration Protection Protocols, que obligarán a México a recibir a centroamericanos deportados, mientras procesan su petición de asilo en Estados Unidos. La obligación de proveer seguridad, salud y alimentación a cientos de miles de refugiados en toda la zona fronteriza. El compromiso de frenar la entrada y el cruce de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos a quienes AMLO inicialmente tendió la mano, ahora transformada en puño. El endurecimiento de la política migratoria que transfigura a México en antesala, en muro, en Policía.
Antesala porque López Obrador oficializó el retorno masivo de migrantes a México, lo que ninguno de sus predecesores había permitido. Muro porque como lo argumenta Alejandro Madrazo del CIDE, “los pocos y mal entrenados recursos nos pondremos al servicio de la Patrulla Fronteriza estadounidense en nuestra frontera sur”. Policía porque el gobierno ha ofrecido cazar y aprehender y deportar más migrantes, como lo ha venido haciendo en los últimos tres meses. El gobierno lopezobradorista evitó el uso de la bomba nuclear, pero a cambio instaló artefactos dañinos, enterrados por todas partes, con la capacidad de causar daños de largo plazo. Costos humanitarios, costos financieros, costos comerciales incluso. Porque lo que se negoció y cómo se negoció tendrá implicaciones inciertas que apenas empezamos a conocer y a sopesar. Si no cumplimos las demandas trumpistas en 90 días exigirá más, ya que la suspensión arancelaria no ha sido cancelada, sino “suspendida indefinidamente”. Si no cumplimos los pedidos que a Trump se le ocurren y le son útiles políticamente, con cualquier otro tuit resumirá el bombardeo. El dedo de Donald, colocado sobre el disparador.
Ahí estamos, doblegados y a la merced del matón. Ahí nos colocó una negociación emprendida desde la debilidad, limitada por la asimetría de poder, constreñida por el poco margen de maniobra. Sí, México fue extorsionado y no le quedó más remedio que dejarse extorsionar. Sí, México fue tomado como rehén y no tuvo más opción que pagar el rescate. Pero el nuevo gobierno también carga con el peso de haber puesto al país en peligro; es más, algunos de los explosivos enterrados son de fabricación nacional reciente. En menos de seis meses, AMLO ha logrado postrar aún más a Pemex, reducir la inversión, disminuir las perspectivas de crecimiento, bajar la calificación crediticia, paralizar el gasto público y ensombrecer las expectativas económicas. Trump nos pateó, pero ya estábamos en el suelo.
Para levantarnos, para andar sin miedo, para ir removiendo las minas construidas internamente y también colocadas desde afuera, será necesario hacer mucho más que actos autocongratulatorios en Tijuana. Será imperativo hacer mucho más que volvernos marrulleros con los migrantes. Habrá que apelar a los aliados y a las reglas que rigen el comercio internacional. Habrá que pensar en represalias arancelarias en el futuro y no solo en reacciones apaciguadoras en el presente. Habrá que ir desmantelando los explosivos que el propio AMLO ha armado y que amenazan a la economía nacional. Porque convertir al país en campo minado no es un acto de dignidad; es un acto irresponsable.
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